(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)
Richard Webb

Dos hechos destacan en nuestra historia reciente: la riqueza mineral y el salto favorable en los niveles de vida. La coincidencia entre ellos tiene la fuerza de un silogismo o verdad eterna, pero no siempre la riqueza natural se ha traducido en una mejor vida para las mayorías. No sucedió con el guano ni menos con el mercurio en la Colonia. Y durante el siglo pasado, ni el caucho ni los minerales ni la pesca impactaron significativamente en una vasta pobreza rural. En vez de aferrarnos a los silogismos, entonces, levantemos el capote de la economía para descubrir los engranajes que tienen el poder de producir esa alquimia al revés, transformando la riqueza mineral en bienestar.

A primera vista, es difícil descifrar el complejo cableado interno de una sociedad con 30 millones de personas, cada día más interconectada. Pero procedamos sistemáticamente, como lo haría Sherlock Holmes, poniendo sobre la mesa las verdades evidentes. Hay por lo menos cuatro argumentos para sustentar un nexo entre la producción minera y la mejora en el nivel de vida. Primero, la actividad minera crea empleo formal en las minas y en actividades conexas de comercio, servicio y construcción. Más aún, casi siempre es nuevo empleo en rincones particularmente desfavorecidos para otras actividades productivas. Segundo, genera canon y regalías que quedan en la región de la mina, usualmente zonas de alta pobreza. Tercero, la recaudación adicional financia infraestructura, tanto la nacional como la construida por gobiernos locales, y financia también subsidios para familias pobres, como Juntos, Pensión 65 y almuerzos escolares. Cuarto, una actividad altamente formal, como es la mayor parte de la minería, contribuye a una mayor formalización del país.

Sin embargo, también hay razones para dudar de la minería como motor principal de la reducción en la pobreza. Una es el limitado empleo que genera esa actividad, que en la mayoría de las regiones no llega al 2% del empleo. En Apurímac, donde se ha abierto recientemente la impresionante mina Las Bambas, el empleo minero es menos del 1% del total. Ciertamente deben incluirse los trabajos en actividades conexas, como el transporte, comercio y diversos servicios, pero es evidente que para la gran mayoría de la población la esperanza de salir de la pobreza seguirá dependiendo de la emigración o de una mayor producción agropecuaria.

Tampoco es muy fuerte el argumento de programas sociales financiados por el auge minero. Si bien el valor de esas transferencias se ha elevado, aún mayor ha sido el crecimiento de los ingresos por el trabajo propio. Excluyendo esos subsidios, el ingreso promedio de las familias rurales creció 4,2% al año desde el 2004, superando largamente la mejora de apenas 2,6% anual de Lima. En Huancavelica, donde la minería se viene reduciendo y hoy contrata a solo 1,7% de la fuerza de trabajo, el ingreso familiar sin transferencias recibidas de los programas sociales aumentó 5,4% al año. La impresionante reducción de la pobreza en Apurímac se inició hace más de una década y tendría más que ver con el dinamismo de su pequeña agricultura que con una minería que recién empieza.

Quizás la contribución más importante de la minería a la mejora de los niveles de vida ha consistido en hacer posible, mediante su fuerte contribución al fisco, una fuerte expansión de la infraestructura en el interior del país –allí donde vive la mayor parte de los pobres–. Ese financiamiento se ha reflejado en obras del Gobierno Central, pero especialmente en transferencias a gobiernos regionales y locales que hicieron posible la multiplicación de pequeñas obras viales en todo el país, obras que han contribuido sustancialmente a la dinamización de la pequeña agricultura, y que desmienten la opinión de una incapacidad local para la ejecución de inversiones.

Al final, la alquimia que convierte minerales en bienestar humano no parece tener una fórmula simple ni directa ni garantizada. La minería sin duda es un aporte mayor pero insuficiente por sí sola. Como la alquimia que realiza el motor de un carro, convirtiendo un mineral –la gasolina– en comodidad y productividad humana, también la minería necesita de conexiones y aportes en paralelo, en especial el de la agricultura, para cumplir con su objetivo social.