En una comunidad aislada del Amazonas, a varios días de camino hasta el centro médico más cercano, una niña presenta fiebre y cansancio persistente. Nadie sabe con certeza si se trata de dengue, malaria, o algo aún más grave. No hay hospitales ni postas bien equipadas, y aquellos centros no cuentan con laboratorios en condiciones. Sin embargo, una pequeña caja del tamaño de una lonchera contiene todo lo necesario para realizar un diagnóstico en menos de una hora.

Se trata de LAMP (amplificación isotérmica mediada por bucle), un método de amplificación isotérmica (a temperatura constante), que permite detectar material genético de patógenos con alta sensibilidad, es decir, la muestra tomada del paciente puede contener muy poco ADN del patógeno y aun así permitir su detección en poco tiempo, con un bajo costo.

¿Y qué es amplificar el ADN? Pensemos en el ADN como una “huella” de los microorganismos que nos enferman. Si la huella es muy pequeña, cuesta identificarla; al copiarla muchas veces, podemos reconocer al causante y tratarlo. Eso hace la amplificación: una fotocopiadora genética que, en este caso, funciona a temperatura constante y sin equipos complejos.

Su simplicidad lo hace ideal para el diagnóstico en campo, especialmente en zonas rurales o de difícil acceso, donde enfermedades olvidadas aún afectan a miles. En estos lugares, sin laboratorios, ni electricidad ni personal especializado, detectar a tiempo al agente causante puede marcar la diferencia entre un tratamiento oportuno y complicaciones graves o incluso la muerte.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Luciana Barúa es estudiante de Biología en la UPC

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