El joven de estos tiempos –como el de otros– tiene grandes e innovadores sueños, sueños surgidos de un deseo natural de perfección que son también testimonio de su inocencia e inmadurez. El joven que hace poco era un niño mira con otros ojos la realidad del mundo que le toca vivir y se da cuenta poco a poco de que está llamado a tomar retos que le hagan salir del letargo de la inmadurez y la pasividad. El espíritu solidario y entregado hacia el bien son características propias del espíritu juvenil y se han mostrado a lo largo de la historia.

Sin embargo, es cierto que, en la actualidad, la coyuntura, sobre todo la social, ha dado origen a un grupo de jóvenes que viven resentidos, disgustados y heridos; una situación que los ha llevado a vivir en apatía continua y sin ningún compromiso con el deseo de cambiar la sociedad. Esta situación concreta y real, que llega a ser muy triste, origina manipulación y caminos equivocados en busca del bien.

En ese sentido, no se puede dejar que una persona que recién comienza viva como si fuese una persona con largos años de camino, pues así se limitaría su deseo de cambiar esta sociedad tan golpeada por el mal moral. El joven está llamado a convertirse en “torre de lanzamiento”, a generar y vivir grandes ideales con madurez, y no aspirar a ser “pista de aterrizaje” que viva cerca del suelo sin tener aspiraciones de crecer como persona íntegra.

Por lo tanto, los jóvenes debemos afrontar los cambios que nos da la vida buscando fortalecernos y generar enseñanzas que servirán para las futuras generaciones y no cometer los mismos errores que vemos ahora.

Observar esta situación me ha llevado a reconocer que hoy más que nunca resulta necesario asumir una postura madura frente a tanto relativismo e imposición de pensamiento, lo que pasa en primer lugar por una preparación personal desde la familia y la educación. Estoy convencida de que podemos hacer uso de esa parte de nosotros que aún no ha sido corrompida por la sociedad.

Estamos destinados a realizar cosas grandiosas y, aunque nuestra propia naturaleza nos traicione, podemos poner todos nuestros empeños en seguir luchando si deseamos una herencia fructífera, llena de vida, para futuras generaciones.

¡Llamados a ser siempre “torres de lanzamiento”!

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

María Gracia Rojas Montenegro es estudiante de Derecho Corporativo en el Universidad Esan