La discriminación y exclusión que enfrentan los niños, niñas y adolescentes con discapacidad es una realidad que no podemos seguir ignorando. Estas barreras no solo dañan su autoestima, sino que les impiden acceder a derechos básicos como la salud. Como sociedad, hemos perpetuado prejuicios y obstáculos que los marginan, pero es hora de cambiar. Necesitamos un compromiso para construir un mundo donde puedan desarrollarse plenamente.

La magnitud del problema es alarmante y poco visibilizada. Según Unicef, en el 2021, casi 240 millones de niños en el mundo tenían alguna discapacidad. A pesar de esto, aún enfrentan barreras, como el limitado acceso a servicios de salud esenciales, según la OMS.

Además, el estigma social agrava esta situación, lo que afecta la salud mental de los niños con discapacidad. Según America’s Health Rankings, ellos tienen 6,5 veces más probabilidades de ser diagnosticados con ansiedad y 3,4 veces más de padecer depresión que sus pares sin discapacidad.

Para enfrentar este desafío, necesitamos políticas inclusivas, acceso equitativo a servicios básicos y campañas que ayuden a combatir la discriminación. Estos esfuerzos deben ir acompañados por programas comunitarios que promuevan la integración. Es nuestra responsabilidad garantizar que la igualdad no sea solo un ideal, sino una realidad para todos los niños con discapacidad, para así lograr una sociedad en la que la diversidad sea valorada y ningún niño sea dejado atrás.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Clelia Bikelsy Ruiz Quiñonez es estudiante de la carrera de Salud Pública y Salud Global en la Universidad Peruana Cayetano Heredia

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