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Martín Lutero: el reformador que creó un idioma
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Los aportes teológicos de Martín Lutero son ampliamente conocidos. En 1517, clavó sus 95 tesis en la iglesia de Wittenberg para cuestionar la venta de indulgencias, marcando el inicio de la reforma protestante. Defendió la libertad de conciencia y promovió el acceso directo a los textos sagrados. Sin embargo, un aspecto menos divulgado de su legado es su impacto en la lengua alemana.
A comienzos del siglo XVI, el alemán como idioma unificado no existía. El territorio estaba dividido en numerosos dialectos regionales, a menudo ininteligibles entre sí. Fue en ese contexto que Lutero emprendió la traducción de la Biblia. En 1522, publicó el Nuevo Testamento, directamente del griego, y más tarde el Antiguo Testamento, desde el hebreo.
Eligió la claridad sobre la sofisticación, evitando dialectos académicos o eclesiásticos. Combinó elementos del alto y del medio alemán, tomando como referencia el habla cotidiana. Esa decisión fue decisiva: no solo volvió accesible un texto sagrado para millones, sino que también contribuyó a consolidar una forma común del idioma.
Gracias a la imprenta, su Biblia se difundió ampliamente en iglesias, hogares y escuelas. Más que una traducción, se convirtió en una herramienta de alfabetización, una guía estilística y un modelo lingüístico. Popularizó estructuras gramaticales, acuñó expresiones que perduran hasta hoy y ayudó a fijar las bases del alemán estándar.
Más allá de su dimensión religiosa, fue un hito cultural. En su búsqueda de acercar la Escritura al pueblo, Lutero terminó acercando también a los propios hablantes entre sí. Aunque no era lingüista ni perseguía fines nacionalistas, su obra marcó un antes y un después en la historia del alemán como lengua y de Alemania como nación.
Su legado, por tanto, no es solo teológico, sino también cultural, filológico, político y lingüístico. En cada línea traducida, contribuyó –quizás sin proponérselo– a fundar un idioma y, con él, una nación.

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