Esta semana el Congreso aprobó dos iniciativas bastante sugestivas: la censura al ministro del Interior, Vicente Romero, y la reforma constitucional que permitirá el retorno a la bicameralidad (y, con ello, una camuflada reelección parlamentaria). Es cierto que esto último debe ser confirmado todavía en la próxima legislatura con una segunda votación. Pero el hecho de que en el primer ‘round’ haya recibido el respaldo de 93 legisladores hace pensar que su aprobación definitiva es muy probable. De cualquier manera, con estas dos decisiones, los actuales congresistas han enviado a quienes ocupan los cargos más importantes en el Ejecutivo un mensaje claro y directo: nosotros aquí nos quedamos; ustedes por allá, no necesariamente.
Romero, sin embargo, era un ‘dead man walking’ desde hacía algunas semanas. El anuncio del presunto ‘plan Boluarte’ y la declaración de emergencia en determinados lugares del país fueron solo fuegos artificiales destinados a ganar tiempo. Y extinguidos los chisporroteos del primer momento, era obvio que la inseguridad y el crimen iban a seguir campeando en el territorio nacional, y que la pifia ciudadana volvería a poner al titular del Interior contra las cuerdas.
–Antídotos de feria–
La rechifla generalizada, en efecto, es siempre una amenaza difícil de sortear para los personajes públicos. Y andar creyendo que se podía evitar que en el hemiciclo se hicieran eco de la que perseguía a Romero –como, al parecer, pensaron el presidente del Consejo de Ministros y otros miembros del Gabinete antes de la votación de la censura– era una ingenuidad. La prueba es que el hombre acabó de patitas en la calle.
El mismo fenómeno, por otra parte, ha empezado a azotar como un viento salvaje a otros dos caballeros de insoslayable notoriedad entre nosotros. Por un lado, al entrenador de la selección de fútbol, Juan Reynoso, que con la derrota ante Bolivia ha conseguido reunir por primera vez a todo el Perú en un solo clamor: se tiene que ir. Y, por otro, al ministro de Economía, Alex Contreras, que daría la impresión de andar un tanto confundido a propósito del sentido de la palabra ‘confianza’.
“En este momento, diría que hay confianza pero con muchas dudas”, ha declarado él en una entrevista publicada ayer por este Diario, en lo que constituye una paradigmática contradicción en los términos. La última vez que chequeamos, la confianza consistía en la ausencia de dudas. Y en una situación en las que estas abundan –es decir, son “muchas”–, la confianza sencillamente no existe… Tiene razón, sin embargo, el titular del MEF en esta segunda parte de su diagnóstico, y la responsabilidad que le toca en ello no es poca.
Como se sabe, tras admitir que el país está en recesión, Contreras fue poseído por un punche singular y comenzó a publicitar antídotos de feria contra ese mal: un crédito suplementario que apenas logrará mover la aguja de la inversión pública y un paquete de medidas reactivadoras que lo único que va a reactivar es el afán de ciertos sectores de la producción, el comercio o la industria por obtener ventajas y privilegios del Estado. “Balas de plata” han llamado presuntuosamente a tales medidas desde el Gobierno. Pero, a menos que nuestro criollo Van Helsing esté dispuesto a disparárselas sobre el fajín, no vemos cómo habrán de despertar fe alguna en los inversionistas que pudieran estar observando nuestra economía con interés.
Para empezar, los “fortalecimientos” de fondos, los “impulsos” a las mypes y los “incentivos” a determinadas actividades económicas conducen inexorablemente a una mala asignación de recursos (porque ignoran las señales que el mercado da sobre ellas) y ocasionan que, en lugar de producir competitivamente, los sectores hasta ahora no favorecidos formen cola delante de quien ostenta el poder para ser incluidos en la repartición de premios. Los “destrabes” administrativos, a su turno, corren el riesgo de quedar solo como un tópico retórico. Preguntado en otra reciente entrevista, por ejemplo, sobre cómo “se optimizarán los requisitos ambientales y la consulta previa” y se mejorará “la normativa en seguridad y trabajo” en la minería, tal como han ofrecido al anunciar las “balas”, el ministro se resistió a dar detalles y dijo que prefería hablar del “plan en su conjunto”. Una clara indicación del temor que sienten en el Ejecutivo ante la posibilidad de hincarle realmente el diente a esas materias, políticamente espinosas. La puesta en marcha de proyectos como Chavimochic (La Libertad) o Chinecas (Áncash), por último, son la promesa de todo gobierno en apuros. Y aun si esta vez fuese cumplida, tardaría años en tener el impacto reactivador con el que hoy se la promociona.
–Ver para creer–
Por eso, en esta pequeña columna, tenemos serias dudas sobre el éxito que pueda haber tenido la presentación del ministro de Economía en CADE Ejecutivos 2023, que, como todos saben, se llamó: “Volver a creer, volver a crecer”. Pero que tendría que haber sido denominado: “Ver para creer”.
La responsabilidad de esto, por supuesto, es de todo este gobierno y no solo de Contreras. Pero las pifias habrán de alcanzarlo a él antes que al premier Otárola o la presidente Boluarte. Y si Reynoso tendrá que dejar seguramente su puesto después del partido con Venezuela, al rechiflado que nos ocupa le tocará el turno con toda probabilidad bastante antes del que disputaremos con Colombia. También viene.