No hay imagen más universal que la de un perro con un hueso entre los dientes. O un gato jugando con el esqueleto de un pescado. O un conejo devorando una zanahoria con los ojos cerrados. Nos lo enseñaron los cuentos infantiles, los comerciales de comida y la lógica ancestral del hogar. Si comemos arroz con pollo, la mascota del hogar también lo hará. Si tomamos desayuno con pan y queso, que el gato robe un bocado. Hemos alimentado a nuestros animales como quien hereda un hábito, como quien repite un acto de amor sin preguntarse demasiado si lo hace bien.