Luis Ortega, director de “El Jockey” (“Kill The Jockey” en inglés), visitó diversos programas para hablar sobre este, su octavo largometraje. De pura casualidad, había combinado el mismo polo oscuro con unos lentes de cíclope color negro que Remo, personaje principal de su película, vestía con un estilo excéntrico. Su ‘look’ recordaba el filme que antes ganó el premio ‘Horizontes Latinos’ en el Festival de Cine de San Sebastián, y ahora está disponible en Disney+. Con los papeles protagónicos de Nahuel Pérez Biscayart y Úrsula Corberó, la historia repite una estética desmedida, gore o surreal, que al final espanta, en vez de sostener una experiencia fílmica con la cual se pueda conectar.
En el centro de la trama, está Remo Manfredini, interpretado por Biscayart, aclamado actor argentino que se introduce en el alma de un legendario jockey, cuya vida recae en el deporte y un comportamiento autodestructivo, incluido alcohol y otras drogas. Su relación con la jocketa Abril, interpretada por Úrsula Corberó —la recordamos como Tokio en “La Casa de Papel” de Netflix—, se convierte en una mezcla de amor y desesperación que refleja el caos de la propia existencia del jinete. Al desaparecer tras un accidente con el caballo, el famoso deportista deambula por las calles de Buenos Aires en busca de su identidad, una con la que viaja hacia el mundo transgénero. En esta historia tan alborotada, el propósito más identificable de Remo es escapar de su jefe mafioso, Sirena (Daniel Giménez Cacho), quien necesita controlarlo y está obsesionado con los bebés.
Gore o surrealismo
Desde el inicio, el cineasta Luis Ortega no busca ser convencional. Con una película antes producida por Pedro Almodóvar y el apoyo del director de fotografía Timo Salminen (recurrente colaborador de Aki Kaurismäki), el cineasta argentino se toma ciertas libertades en “El Jockey”, tal vez, debido a un prestigio alcanzado en los festivales internacionales que le da permiso para hacer algo más surreal. Solo en el arranque de la película, hay un personaje cayendo sin sentido desde un segundo nivel, y de un momento a otro, viene el baile de Remo y Abril con una coreografía sin equilibrio alguno al ritmo de música retro. Si no es eso, entonces los personajes son capaces de cometer actos, como miccionar en la calle o llevar a brazos un bebé durante una reunión ejecutiva. ¿Qué? Sí, eso mismo.
Cuesta trabajo procesar el inicio del filme. De allí, la continuación de eventos resulta peor. Los personajes están incómodos y quieren incomodar, incluso guardan parecido con los seres extraños de las películas de Yorgos Lanthimos. Por un lado, evocan reflexiones sobre la fragilidad y la libertad humana. Sin embargo, la película nunca logra un balance entre el viaje de Remo y la inclinación del director hacia lo grotesco, violento o ‘gore’, con sangre y muerte, o sino un protagonista que anda con una venda en la cabeza, debido a una lesión cerebral. Solo cuando Remo alcanza un objetivo suficientemente claro en la mitad de la película, como huir de un grupo de mafiosos, es que hay un hilo conductor y su resolución tampoco convence.
La relación entre Remo y Abril intenta explorar la complejidad del amor tóxico, pero se siente más como una serie de viñetas desconectadas que como una narrativa coherente. La simbología más pesada está en la supuesta inmortalidad del protagonista, quien deja a la mujer que ama y huye del turf. En ese momento, se libera. Encuentra la felicidad solo cuando está preso, ya que su trabajo, su verdadera prisión, le apestaba. En la narrativa escrita por Ortega y sus guionistas Fabián Casas y Rodolfo Palacios, ellos se encargan de liberar a los seres absurdos, y les da permiso de ser diferentes, a pesar de ser perseguidos o desentendidos.
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Úrsula Corberó, como siempre, funciona
Entre tanto caos narrativo, Úrsula Corberó destaca como Abril, la jocketa más competitiva, quien prefiere arrebatar el primer puesto a Remo en el derbi, antes que concebir un hijo de él. En el primer baile de los tórtolos apáticos, suena “Sabor a nada” de Palito Ortega, cantante histórico, que además es el padre del director de la película. Pero, regresando a la composición del romance de los jinetes, se nota que los sentimientos de Abril son casi imperceptibles. Después, un poder femenino emana de ella y, finalmente, la compasión por él gana. La mayoría del tiempo Corberó, consistente y minimalista, aporta un respiro a una película cargada de sobreactuaciones y momentos inverosímiles.
Por su parte, Nahuel Pérez Biscayart, como Remo, intenta encarnar a un hombre al borde de la autodestrucción, pero su interpretación nunca termina de conmover. Más bien, se inclina a la comedia negra. En los momentos sobrenaturales, se acerca más a la caricatura que al retrato complejo de un ser humano roto. Lo mismo pasa con el actor mexicano Daniel Giménez Cacho, que además de un inadecuado acento argentino, se convierte en el mafioso Sirena sin marcar ninguna diferencia, aunque, como personaje, plantea la crítica a una organización criminal constituida por delincuentes trogloditas y pasionales.
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Metáforas del director
El simbolismo juega un papel central en la película, con alusiones constantes a la libertad, la inmortalidad y la transformación personal. Remo es presentado casi como una figura sagrada, una especie de mártir moderno, cuya vida está marcada por un ciclo de autodestrucción y renacimiento. De hecho, en las películas anteriores de Luis Ortega, como “Caja negra” (2002), el director también busca la contemplación de las emociones de sus personajes y deja la cámara fija para verlos pensando, bailando, muriendo, sin que nada interrumpa sus acciones. Es un estilo metafórico de su cine, que no siempre cautiva. A veces, aburre.
A nivel de imagen, sin contar algunos efectos visuales, “El jockey” impresiona. La cinematografía, con toques latinoamericanos, está diseñada con el cuidado que merece una película independiente. Un ambiente avejentado, donde hay un altar que parece religioso, es propicio para que Remo se alcoholice antes de una carrera. Después de escuchar música retro de fondo, ver al hombre comer carne argentina, uno de los pocos momentos vertiginosos de la película procede, cuando el jinete se estrella casi a propósito. Su accidente se puede sentir como si el espectador estuviera montado en el animal. En general, cada plano de la cinta está pensado para evocar una sensación de rareza y belleza, haciendo que incluso las escenas más desconcertantes sean visualmente atractivas.
En el caso visual y con la ayuda de un montaje inteligente, la película de Ortega tiene un objetivo al crear a un personaje alcoholizado o unos mafiosos tontos. Se entiende su punto. Quiere ser todo un filósofo de la imagen. El problema es que está tan obsesionado con impresionar con elementos excéntricos, o crear un personaje tan evolucionado como Bella en “Poor Things”, que se olvida de la parte más emocional de su historia y cómo hacer para que esta conmueva.
Veredicto final: De lo retro a lo surreal, “El Jockey” cansa hasta el final
De lo retro a lo surreal, “El jockey” es una oportunidad desperdiciada en un envoltorio hermoso, pero vacío. No saca un gruñido, una lágrima, una risa, ni siquiera una sonrisa. Parece que va por un punto y, luego, muestra más simbolismos. Dicen por ahí que este tipo de películas no se tienen que entender, sino solo disfrutar. Difiero. Kubrick ganaba mucho haciendo cine lineal e intelectual al mismo tiempo, y no tiene sentido que los cineastas desesperen por ser Alejandro Jodorowsky con sus excéntricas maniobras visuales si, al final, eso deviene en un argumento nebuloso. Resulta cansado y no conecta con nadie.
Entonces, la cinta de Luis Ortega es ideal para quienes disfrutan del cine experimental, pero poco recomendable para los que pagan por una plataforma de streaming, como Disney+, donde hay miles de historias conmovedoras y resonantes que si valen el tiempo.
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