“Chespirito: sin querer queriendo”, capítulo 7: ¿el declive de Roberto Gómez Bolaños empieza con un beso extramatrimonial?

Desde su estreno en Max en junio, “Chespirito: sin querer queriendo” no ha dejado de escalar en popularidad. La bioserie sigue en el Top 10 de la plataforma y generando debate sobre la vida de Roberto Gómez Bolaños, contada desde la perspectiva de sus hijos, Roberto y Graciela Gómez Fernández. En el capítulo 7, la figura del ídolo comienza a resquebrajarse, y lo que parecía una historia de genialidad y disciplina se revela como un entramado de deseo, celos y rupturas.

Hasta ahora, la serie había recorrido la historia de Chespirito a través de un montaje nostálgico que alternaba infancia, éxito creativo y momentos clave de su ascenso en la televisión mexicana. Pero el séptimo capítulo rompe con esa estructura temporal. Ya no hay guerras de canales ni saltos de época. Todo se concentra en una sola línea narrativa, centrada en Acapulco de 1978, donde los hilos del pasado y presente se trenzan hasta tensarse entre Graciela Fernández, Roberto Gómez Bolaños y la tercera persona de la relación, Margarita Ruiz (personaje inspirado en Florinda Meza).

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En la serie, Roberto Gómez Bolaños es interpretado por Pablo Cruz; Margarita Ruiz, por Bárbara López; y Graciela Fernández, por Paulina Dávila.

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La relación entre Roberto y Margarita se consuma durante la gira de la vecindad de “El Chavo del 8″ por América del Sur, especialmente durante el viaje a Chile. La secuencia está acompañada de imágenes de archivo en blanco y negro, que capturan el apogeo del fenómeno latinoamericano de Chespirito en su época, pero la cámara no se queda en los aplausos.

Un beso entre Roberto y Margarita Ruiz pierde y confunde al genio creativo de México. Lo que sigue es una serie de decisiones que desestabilizan todo alrededor de su esposa, hijos y compañeros de elenco.

Roberto no solo pone en jaque su matrimonio con Graciela Fernández, sino que también intenta disuadir a Mariano Cassasola —inspirado en Enrique Segoviano, quien fue el prometido de Florinda Meza— de abandonar el proyecto en Acapulco. La escena está cargada de celos por parte del director de cámaras de “El Chavo del 8”, quien ve con claridad la relación entre su novia y el jefe. Aquí se nota un progresivo deterioro de los vínculos que, hasta entonces, habían sostenido el programa de televisión.

Lo que comenzó como una ‘troupe’ de actores compenetrados, una familia creativa, empieza a desmoronarse. Graciela Fernández, en uno de los momentos más tensos del séptimo episodio, confronta a Margarita Ruiz con una mezcla de decepción y dignidad. La esposa de Roberto creyó ser la guardiana del genio, pero descubre que su lugar ha sido desplazado sin previo aviso y eso la está consumiendo. mientras hay habladurías entre los artistas del programa. Por su parte, ‘Tony’, ‘La Chilindrina’, le tiende una mano a su amiga cuando se rompe ante la situación de un matrimonio en declive.

La serie nunca toma partido desde una sola perspectiva, pero deja ver que nadie sale ileso del torbellino que provoca la fama. Si lo hiciera, Roberto Gómez Bolaños sería un completo villano y todavía hay una crisis emocional detrás de los sentimientos por su esposa versus la mujer atractiva del trabajo. Hay sentimientos encontrados en un nuevo romance que, en la vida real, tomó 15 años en consumarse en matrimonio tras el divorcio con Graciela Fernández, pero esa es otra historia.

A diferencia de episodios anteriores, donde la nostalgia y la intriga eran lo constante, en el séptimo, domina la fragilidad de las familias, sea la del trabajo y del hogar. El conflicto entre Margarita y el resto del elenco deja entrever el comienzo del fin para lo que alguna vez fue Chespirito como proyecto colectivo. Con su actitud autoritaria y sus comentarios altivos hacia sus compañeros, Margarita —y por extensión Florinda Meza— aparece como una figura que cataliza los roces. Ella desplaza, desarticula, irrita.

Esto no significa que Margarita cargue completa responsabilidad del quiebre, o salida del aire del programa “Chespirito” en 1980. La serie deja claro que Roberto no sabe manejar el equilibrio entre lo personal y lo profesional. Sus decisiones, muchas veces guiadas por la atracción o la admiración, terminan generando resentimientos acumulados de otros. Tony, el personaje basado en La Chilindrina, empieza a sentirse aislada. Quico, representado con una ira creciente por supuesto poco reconocimiento, también se aleja del núcleo. Lo que fue una comedia sobre comunidad y cariño se transforma en un set dominado por egos dañados.

Por ende, la caída de ese mundo televisivo es reflejo también del colapso íntimo del protagonista, ese tan querido por América Latina y del que mucho están descubriendo los fans con esta bioserie.

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Con solo un episodio por delante, “Chespirito: sin querer queriendo” abandona la mitología para acercarse, por fin, al conflicto real. La narrativa se sostiene sin aspavientos, con una dirección sobria que deja espacio para los silencios. Hay una escena reflexiva, donde Graciela y sus hijos simplemente contemplan la filmación de “El Chavo” en la noche playera de Acapulco. Es una elección acertada, especialmente en un capítulo donde todo parece quebrarse desde dentro.

En general, el episodio 7 funciona como preparación para el desenlace de la próxima semana. Ojalá que no decepcione.