

Desde uno de los palcos del Teatro Municipal, Lucy Telge observa con nostalgia el espacio que ha sido su hogar artístico durante décadas. Y esto no es una metáfora. “La primera vez que bailé en este escenario tenía tres años. Y aquí estoy, a punto de cumplir 90, así que imagínate los recuerdos que tengo”, dice con una sonrisa apenas esbozada, reflejo del profundo vínculo que la une a este lugar. A sus casi 90 años —los cumple el 30 de marzo—, la fundadora del Ballet Municipal de Lima sigue conectada a la institución, que se prepara para estrenar la obra “El corsario”. En el salón de ensayos, el cuerpo de baile profesional afina con disciplina cada movimiento. La presencia de Lucy en la sala solo los inspira más. Tiempo atrás, ella procuraba hacerse un espacio para verlos practicar, pero los años, la edad y los inevitables problemas de movilidad han hecho que esto sea cada vez más difícil. Hoy es un día especial. “Si fuera por mí, estaría aquí todos los días”, confiesa.
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Nacida en Lima en 1935, en una familia con raíces alemanas y chilenas, Lucy Telge creció en una casa donde el arte era parte del día a día. Su madre, gran aficionada al ballet, se encargó de que Lucy y su hermana tuvieran la formación de ballet clásico que a ella no la dejaron tener. Sus hijas eran su revancha contra el mundo que le había cortado las alas. “Mi mamá nos llevaba a clases. No había opción de decir que no”, recuerda entre risas. Curiosamente, confiesa que no era buena en las clases, al punto que la acabaron botando. No le gustaba la disciplina, el estarse quieta y escuchar. Era una niña. Todas esas cuestiones ella misma las tuvo que enseñar después, ya como bailarina consolidada, cuando descubrió su otra gran pasión: la docencia.

Por lo menos cinco generaciones de bailarines de ballet clásico le deben todo a Lucy Telge, quien en 1967 abrió su primera escuela de danza, en el segundo piso de su casa, en Jesús María. “En la pandemia nos fue mal, tuvimos que cerrar un tiempo, luego probamos con clases al aire libre. Gracias a Dios, las cosas han mejorado. En este momento tengo entre 300 y 350 alumnos, tanto niñas como niños”, dice.
Le es imposible a Lucy calcular la cantidad de alumnos que ha tenido en más sesenta años como docente. “Pueden ser cinco mil, pueden ser diez mil, veinte mil o cincuenta mil”, reflexiona. Una de esas alumnas destacadas que se benefició del talento de Lucy para la enseñanza fue Marissa Niño de Guzmán, quien le tocó las puertas a Telge en los años setenta, con 17 años, para complementar su formación. “Recuerdo que me acogió con tanto cariño, con tanta generosidad y me puso de frente en el nivel más alto. No hizo ninguna diferencia, a pesar de que tenía alumnas que habían estado con ella desde pequeñas”, recuerda Marissa al teléfono. En 1975, Lucy seleccionó a las mejores alumnas de su academia y las llevó a Buenos Aires para recibir entrenamiento con los maestros del Teatro Colón. Una de ellas fue Niño de Guzmán. Ese mismo año, las impulsó a audicionar para los altos estudios de aquel teatro, animándolas a “desplegar alas” y las acompañó en el proceso. “Ella se alegraba y se emocionaba como si fuera nuestra madre”.

Además de su abnegada labor de enseñanza, la gran obra vida de Telge fue, sin duda, la creación del Ballet Municipal de Lima, quizá su obra que más ha resonado, contra viento y marea, en la defensa del ballet clásico. Este elenco surgió casi como una necesidad, cuando le dijeron que las academias privadas, como la que ella tenía, ya no podrían usar los teatros municipales. “Yo ya tenía mi ballet completo: los bailarines, el vestuario, la escenografía. No sabía qué hacer con todo”, recuerda. La solución llegó cuando logró reunirse con el entonces alcalde de Lima, quien le dio su respaldo para la creación del Ballet Municipal. Hoy, la compañía es un referente en la escena cultural del país, con producciones de gran envergadura como “El lago de los cisnes”, “Cascanueces” y “El corsario”.

A pesar de los obstáculos y los recurrentes problemas de financiación, la institución se ha mantenido en pie gracias a la terquedad de Lucy y su ingenio para encontrar recursos. “Cuando comenzamos en 1983 no recibíamos dinero de la municipalidad, vivíamos solo de la taquilla. Ahora sí nos apoyan, pero igual tenemos que buscar financiamiento de otros lados para poder sostener la compañía”, explica. “Hemos pasado épocas duras, pero siempre hemos salido adelante. A veces es un milagro”.

Sobre la danza, Telge es tajante: el talento no lo es todo. “Lo más importante es el trabajo duro. He visto alumnas que no tenían grandes condiciones físicas, pero que con esfuerzo han llegado a lo más alto, incluso al Teatro Colón de Buenos Aires”. Entre sus referentes personales en la danza, menciona con admiración a Marianela Núñez, la destacada bailarina argentina del Royal Ballet de Londres. “Para mí es la mejor bailarina del mundo”, afirma sin dudarlo. Cada vez que aparece un video de ella en YouTube no se lo pierde.
Telge le dedicó su vida entera a la danza. Se casó, pero no tuvo hijos. Si los hubiera tenido, quizás no habría podido entregarse por completo al ballet. Pero ha tenido miles de alumnos, que son casi como sus hijos. Ese legado perdurará. Sus bailarines del Ballet Municipal, que la reciben con aplausos apenas cruza la puerta del ensayo, lo saben bien. Este 30 de marzo, le desearán el mejor cumpleaños del mundo. //
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