Afuera garúa. Podría ser un día normal de invierno -en Lima llamamos garúa a la lluvia-, salvo porque detrás de esa puerta de madera hay una mina de oro.
El parabrisas de la unidad móvil del señor Escobal empieza a empañarse, igual que el espejo retrovisor de la bici montañera del guachimán. Ésta de Lima es una zona tranquila: pasajes con rejas, un parque, casas con cerco eléctrico. Para avisar que hay desconocidos en la calle, el hombre de seguridad pita. La humedad de Lima y un viento helado que corre invisible como puñal por la espalda esperan en la puerta, antes que abra don Héctor Chumpitaz. En 15 minutos, siguiendo Waze, se llega a la Costa Verde. Ya se sabe quién es Chumpitaz, aquí un breve resumen: capitán de Perú en sus episodios más felices en los Mundiales; capitán de la 'U' en la noche que más lo prestigia a nivel sudamericano, la final de la Copa Libertadores 1972; capitán de Resto de América en 1973, encargado del sorteo de cancha frente al hombre que reinventó el fútbol de los ingleses: Johan Cruyff. Digamos, como que Paolo Guerrero lidere América contra Cristiano Ronaldo.
Esa camiseta, modelo adidas, talla small, está precisamente allá adentro, donde ni la garúa ni la humedad ni el viento helado ni los desconocidos se colan. Un privilegio que Chumpi, esta noche del 2015, nos ha concedido. Podría ser el Louvre, salvo por la broma con que recibe, en pantalón caqui y zapatillas, mientras tiritamos. Sin reírse:
—Adelante muchachos. Pasaron la prueba. Caray, deben estar muriéndose de frío.
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No existe un futbolista de la década del 70 que no lo llame aún, Capitán. Tampoco de los 80 o de los 90. Es un reconocimiento vitalicio. Una tarde, cuando todavía tenía vínculo con la 'U', Chemo del Solar me contó que la presencia de Chumpi en el club -su idea- era básicamente que los jugadores sepan lo que puede inspirar un solo hombre, sin hablar y menos gritar. Ver a un héroe de sus viejos. “Respeto por la camiseta”, dijo. La noche en que se presentó Mundialistas, el libro de 300 fotos inéditas del Archivo Histórico de El Comercio que publicó el Decano en 2018, el Diamante Julio César Uribe lo abrazó, y en ese abrazo había mucho de guardaespaldas: “No me lo cansen mucho al capitán, por favor, que tanto lo necesitamos”. Chumpi firmaba libros, hombros, pañuelos, boletos de la Translima, tickets de Metro, agendas Pascualina. A su alrededor se especulaba lo que costaría, se soñaba en que equipo jugaría, se aventuraba sobre qué dupla haría con el Mudo Rodríguez. Él nada.
Por teléfono me había dicho que le dolía un poco la rodilla derecha, probable herencia de los Chumpigolazos, ese misil con que bautizó la prensa sus remates libres y de tiro libre. Así que luego de 3 millones de fotos, junto con el mejor reportero de su generación, José Lara, lo acompañé hasta el estacionamiento, 5 cuadras arriba desde el cruce de Benavides y Larco, en Miraflores. Luego mi padre no me creería: muy despacio, caminamos del brazo con Héctor Chumpitaz sorteando curiosos, serenazgos, y una cola de adolescentes que salía del KFC. Deben sentirse así quienes forman parte del círculo más íntimo de una estrella de rock.
Suerte.
Antes de subirse a la camioneta, y de insistirle al guardián del estacionamiento con pagarle las dos horas de cochera -"¡Toma, oye!"-, Héctor Chumpitaz dice:
—Me voy temprano porque mañana debo madrugar a mi academia.
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Grupo Chumpitaz se llama la academia. Dinastía. Se trata de una de las escuelas de fútbol para menores con mayor fama en el país. También la de más perfil bajo, pese a las joyas que ha burilado, con distinto brillo: Kevin Quevedo para Alianza Lima, Edison Flores en la 'U'. Tiene sedes en Comas, San Juan de Miraflores, Carabayllo, Villa El Salvador, San Borja, Santiago de Surco, Bellavista y Chorrillos. @grupochumpitaz es su cuenta de Twitter. Si algún padre de familia quiere que su hijo sea futbolista, y sea educado por los Chumpitaz, este es el sitio.
—Les pedimos que nunca dejen de ser tres cosas: buenos hijos, buenos peruanos y buenos profesionales. Eso sirve para todo en la vida.
Héctor Chumpitaz dice esto, en la sala de su casa, y luego hace la venia de aceptación, un mohín caleta que tomamos como “Sí" para husmear en sus recuerdos. Apenas dice: “Vayan pues”. Está a la mano derecha de la sala con sillones enormes. Es un cuarto lleno de camisetas de todos los colores, años, marcas, pasados y sudores. Un espacio rectangular, hermético, el piso de parquet y una vitrina desde el piso hasta el techo donde hay decenas de copas y banderines, además de un molde de yeso que hace tiempo debería estar en un laboratorio de la NASA, a ver si se puede clonar: el yeso que cubrió su tobillo lesionado en 1981.
Hay un silencio de misa aquí, en esta pieza que Esther, su esposa, cuida como si cada chompa fuera un recién nacido.
LAS CAMISETAS QUE VALEN ORO SON ESTAS:
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Todas son chompas, al menos las más antiguas. Tejidos con hilo fino marca player, una delicia para un coleccionista de tesoros. Como el padre que tiene decenas de hijos y no puede elegir un favorito, Chumpitaz los va describiendo, uno a uno, como guía turístico que ve personajes y paisajes. Creo que advierte que no hemos venido a mirar, sino a admirar. “Esta la intercambié con Gerd Muller, un bajito nomás pero con una potencia...”, dice, y muestra la camiseta número 13 color verde de Alemania en el Mundial de México 70. En una esquina tiene hasta diez reliquias: la casaca oficial adidas de Perú del Mundial Argentina 78, la camiseta player con la que la selección debutó en el Mundial de México 70 ante Bulgaria y la camiseta con que jugó las Eliminatorias de 1969, ese mítico partido en la Bombonera. Está el modelo con que Perú venció a Uruguay en el Centenario, una bellísima adidas que no tiene un solo hilo descosido.
—¿Cómo las cuida, don Héctor?
—Están impecables, ¿no?
—¡Parecen nuevas, carajo!
—Ella lo hace todo. Cuéntales, cuéntales.
Ella es Esther Dulanto, su esposa. Su compañera. No hay un solo evento al que no vaya Chumpi acompañado de ella. Tiene los ojos grandes, es abuela y desde entonces, una sonrisa que no se le borra. También hemos necesitado su venia: ella organiza las camisetas, las ha colocado en bolsas de plástico impermeables; tiene su inventario.
—La revisamos cada tiempo. Algunas he tenido que lavarlas porque el paso del tiempo las percude. Pero aquí están seguras. Nadie las mueve.
Una camiseta guinda de Universitario de los años 70. La camiseta naranja de uno de los hermanos Van De Kerkhof, la Naranja mecánica de 1978, los herederos del Fútbol Total de Rinus Michels. La camiseta de Leopoldo Jacinto Luque, campeón del mundo en esa Copa. El modelo Resto de América de 1973, 4-4 contra Resto del Mundo. También jugaron los peruanos Teófilo Cubillas y Hugo Sotil.
Esa noche, Héctor Chumpitaz hizo un gol.
—Todo esto, algún día, será mi museo, dice Chumpi.
Antes que sea imposible, le pido permiso para ponerme la casaca con la que Perú salió al campo antes de ese increíble partido contra Escocia, en 1978.