Digamos algo de arranque, no como ley sino para discusión: el fútbol produce cracks —por natura—, los jugadores construyen líderes —en el mejor caso, capitanes— pero es el hincha, el romántico y su locura, el que no conoce límites, el fuego que determina quién llega a ser un ídolo y quién no.
No es de ahora: ídolos deportivos se construyen en el Perú desde que se empezó a jugar al fútbol. Lolo Fernández es una prueba.
Aunque las dos primeras podrían funcionar como requisito, el ídolo sube de la cancha y se mete al corazón de la tribuna por razones que solo le pertenecen a los fanáticos, al final, los protagonistas de la fe futbolera. Sus guardianes.
Invisibles sus diferencias como las fronteras entre países —pero delicadas al punto que cruzarlas hacen estallar guerras—, el crack y el líder tienen la cancha como hábitat, es su sitio natural, el living de la casa, y solo aquellos que coinciden en los años perfectos, las vitrinas llenas y los gestos que exceden los límites del campo terminan por convertirse en estampita.
Quien haya llegado hasta ese peldaño solo merece respeto: faltárselo es fallarle a la memoria de nuestros abuelos. Alejandro Manguera Villanueva, Alberto Gallardo, Lolo Fernández. El que te dicte la fiebre.
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Por esto, por ejemplo, Teófilo Cubillas es un ídolo absoluto del fútbol peruano y de Alianza Lima: primero fue el Nene que ganó todo lo que quiso de la mano de Pitín, Baylón y Perico; el goleador mundialista, el sucesor de Pelé. Luego de su fama, regresó a Alianza para salir bicampeón el 77 y 78 y diez años después, cuando ya estaba en el retiro y la jubilación en Fort Lauderdale asomaba increíble, se puso los chimpunes de vuelta y jugó para el Alianza post Fókker. Es decir, resucitó para resucitar.
Ni todos pueden ser cracks —por inspiración, por técnica—, ni todos pueden ser ídolos —porque no todos pueden reunir en una misma mesa a padres, hijos y abuelos—.
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Dicho esto, el caso Lolo Fernández en el Perú es único e irrepetible. Por pertenecer a una época que nunca más volverá —el amateurismo, los hombres prestados a un hobbie, el fútbol como amor y no como trabajo—, porque fue el primer futbolista que rompió las reglas tácitas entre hinchas —aliancistas de La Victoria o chalacos del León Porteño se llamaban, entre sí, “Lolistas”, es decir, admiradores de Lolo— y por este recuerdo nacional sobre su estampa a los 20 y a los 40 años, sus goles en campeonatos locales y el ese primer título Sudamericano para el Perú de 1939 y ese mensaje de fidelidad, que aunque sepia, cada vez se ve mejor.
Miguel Reyes Gavilano es un coleccionista de objetos, camisetas, recuerdos, fotos, diarios, revistas; todo lo que se refiera a Universitario de Deportes. A propósito del 30 de agosto del 2019, nuevo aniversario del retiro del Cañonero de la ‘U’, Somos le pidió abrir su museo personal para descubrir nuevas imágenes sobre Lolo Fernández. Nunca vistas por las nuevas generaciones. También hay aquí recortes de diarios de la época —los años 30 y 40— y postales de ese goleador que a los 108 sigue vivo.
El que quiera ver, vea. Tantas formas hay de ser felices.
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