Iluminado por el cálido sol huamanguino que se filtra por la ventana de su taller, Silvestre Ataucusi (53) le da las últimas pinceladas a un nacimiento en formato de retablo en el que conviven la fe cristiana y las tradiciones populares de su Ayacucho natal. Mientras retoca la aureola del pequeño Niño Jesús con suma delicadeza, el artesano se hunde en sus recuerdos y revela que este oficio lo salvó de la muerte. A los 12 años, escapó del poblado de Vinchos, a unos 60 kilómetros de Huamanga, en la maletera de un auto para evitar ser reclutado por Sendero Luminoso. Por esas cosas del destino, fue acogido en casa de don Florentino Jiménez, un famoso retablista ayacuchano que compartió con él sus conocimientos. “Al principio era un poco reacio, pero luego me adoptó como uno de sus discípulos”, recuerda Silvestre. Desde entonces, ha cultivado su pasión por crear coloridas y detalladas obras de arte que representan escenas de la vida cotidiana, leyendas y distintas festividades.

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