Diciembre del 2016 tuvo días particularmente turbulentos. A mediados de ese mes, el Congreso de amplísima mayoría fujimorista consumó la censura –de manera arbitraria, según el consenso– de Jaime Saavedra, quien ocupaba el cargo de ministro de Educación hacía seis años, desde el gobierno previo. Para muchos, visto en la perspectiva del tiempo, ese primer zarpazo parlamentario marcó el inicio de una crisis cuyos efectos, como si fuera una agria resaca, se perciben hasta hoy.
Hubo consecuencias políticas que nadie podría haber previsto: meses después, y con el mismo ímpetu confrontacional, varios de los congresistas que desaforaron a Saavedra caminaron por el hall de los Pasos Perdidos abrazando a un dirigente del sindicato de docentes que había puesto de cabeza al gobierno de Pedro Pablo Kuczysnki con una protesta que nunca terminaba. Ese dirigente se llamaba Pedro Castillo Terrones. Años después, fue elegido presidente y destruyó la infraestructura estatal a punta de corrupción y malas decisiones. Ahora está en prisión preventiva.
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También hubo consecuencias muy serias en el sector educativo. Por ejemplo, la reforma universitaria, que Saavedra defendió con todas las armas que tenía a su alcance, no ha dejado de estar amenazada por intereses políticos y económicos. También se interrumpió el aumento de presupuesto para frenar la brecha en infraestructura educativa.
“En algún momento, percibí que había una resignación ante la idea de que la educación peruana, en particular la educación pública no podría ser nunca de buena calidad y cumplir con el objetivo de ser el gran igualador de oportunidades”, ha escrito Saavedra en “Estamos tarde” (ed. Debate, 2023), un libro recién publicado que recoge sus memorias como funcionario del sector más urgente.
Vía Zoom desde Washington, adonde se mudó cuando fue convocado por el Banco Mundial, Saavedra complementa la idea: “Hay evidencia de que las cosas pueden mejorar, aunque no necesariamente rápido. Hay profesores, hay directores, hay trabajadores, gente comprometida. Lo que no hay, mirando el mediano plazo, es un sentido de urgencia”, opina.
Lecciones no aprendidas
En el Perú, la educación no solo no tiene un sentido de urgencia, sino que a veces es la última rueda del coche. En los años transcurridos entre que Saavedra dejó el ministerio y publicó el libro, hubo varias razones por las cuales se interrumpieron los ciclos educativos, a veces sin justificaciones técnicas reales. Pero nada afectó tanto a los estudiantes como la pandemia del COVID-19. “El impacto de esos dos años de cierre de escuelas sobre nuestros niños y jóvenes es gigantesco. La pandemia ha generado la crisis educativa más grave de los últimos 100 años”, escribió Saavedra.
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Le consultamos entonces qué opina sobre la reciente decisión de las autoridades de postergar, durante los días más difíciles por las lluvias que generó el ciclón Yaku, el inicio de las clases. “Una interrupción escolar tiene que darse cuando es absolutamente indispensable y si está en riesgo la vida de los chicos, solo en esos casos. Debe minimizarse la interrupción escolar, y maximizarse el tiempo de los chicos que socializan y aprenden en la escuela. Por las lluvias probablemente había justificación para cerrar algunos colegios de algunos distritos, y solo unos cuantos días”, responde.
Surge entonces otro tema durante la conversación, un asunto que va más allá de lo que dice el plan curricular y de lo que se anota en los cuadernos. ¿Cómo se deben afrontar los miedos, las dudas y los cuestionamientos del alumno de un país que está todavía atravesando una crisis política que causó muertes, destrucción y una enorme polarización? ¿Cómo hacer para que los estudiantes entiendan también su rol de ciudadanos, sin desviar la mirada?
En su libro, Saavedra recuerda con detalles el día en que fue censurado: estaba junto a otros funcionarios del ministerio inaugurando el remodelado local del colegio San Francisco de Asís, en Ayacucho, cuando un asesor le dijo al oído lo que el Congreso acababa de decidir. Nada se detuvo: los niños siguieron cantando el himno nacional, el local fue inaugurado, él dio su discurso, la vida continuó y las clases también.
Los estudiantes escolares y universitarios ingresaron a las aulas este 2023 en medio de una violenta coyuntura y con la cabeza llena de preguntas. Saavedra comenta que, en casos como este, la función del docente adquiere una importancia enorme: “La profesión del maestro es muy complicada. No solo tiene que asegurarse de que el chico aprenda a leer, sino que, como ese chico está al tanto de lo que pasa en su país, el maestro tiene que ser el defensor frente a las ‘fake news’ y frente a los estereotipos. Debe ser una figura reflexiva y balanceada”. Luego se queda pensativo durante unos segundos, y agrega, con tono serio: “La educación es interacción, no solo hay aprendizaje académico, sino también aprendizaje social”.