Redacción EC

A finales del año pasado se empezaron a detectar las primeras más contagiosas del SARS-CoV-2. La identificada como la B.1.1.7 encendió las alarmas. Como esa denominación era complicada, se la empezó a llamar variante británica, pues en el Reino Unido se la descubrió por primera vez. Luego se detectaron la variante sudafricana (B.1.351), la brasileña (P.1), entre otras más.

Para la Organización Mundial de la Salud (OMS,) se necesitaban denominaciones más sencillas de pronunciar y que no generaran estigmas: relacionar una con un espacio geográfico podría ser contraproducente.

(Infografía: Luis Huaitán)
(Infografía: Luis Huaitán)
/ Luis Huaitán

El organismo convocó a científicos de varios de sus grupos de trabajo especializado, a representantes de Gisaid, Nextstrain y Pango, y a otros expertos en nomenclatura virológica y microbiana y en materia de comunicación de varios países y organismos para buscar una alternativa. Así, este grupo recomendó usar denominaciones basadas en el alfabeto griego. Ahora, alfa, beta, gamma y las demás denominan a las diferentes existentes.

–Dos tipos de variantes–

Se les llama a las que presentan mayor transmisibilidad, cambio de la epidemiología, aumento de virulencia, cambio en la presentación clínica de la enfermedad, menor eficacia de las medidas de salud pública, de diagnóstico, las vacunas y tratamientos disponibles.

(Infografía: Luis Huaitán)
(Infografía: Luis Huaitán)
/ Luis Huaitán

Por su parte, las presentan cambios en su transmisibilidad, gravedad de la enfermedad y pueden escapar de los medios de detección, pero además pueden causar brotes y ocasionar mayores casos en el tiempo. Son los que pueden convertirse en un nuevo riesgo para la salud pública mundial.


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