El desarrollo de la inteligencia artificial (IA) ha estado acompañado de una transformación en la relación de los seres humanos con su alimentación, su trabajo, y, aún más importante, su salud.
Por años, la tecnología ha sido aplicada al desarrollo de nuevos equipos o procedimientos capaces de mejorar las condiciones de vida de las personas. Así, una manilla inteligente o un smartphone se pueden convertir, como en el caso de Vivienne Ming, en una herramienta para contrarrestar episodios de diabetes en niños.
Con poco más que un teléfono inteligente, un par de cables USB y conocimientos básicos de programación (sumado a sus estudios en neurociencia), Ming pudo configurar un wearable para que transmitiera los datos de la bomba de insulina de su hijo, diagnosticado con diabetes Tipo 1, a un servidor personal, para luego crear un sistema que recomendara las dosis necesarias del medicamento, y que incluso permitiera identificar hasta con una hora de anticipación bajones en los niveles de glucosa.
Ming, destacada en 2013 por la Revista Inc. como una de las 10 mujeres para tener en cuenta en el mundo de la tecnología, también ha desarrollado sistemas basados en IA con los cuales es posible predecir hasta con un mes de anticipación episodios de depresión en pacientes diagnosticados con trastorno bipolar. Además, su trabajo en machine learning y reconocimiento facial, que fue la base para el desarrollo de sistemas biométricos como el usado en los Animojis de Apple, sirvió como principio para la creación de una herramienta para que niños con autismo pudieran aprender a leer expresiones faciales.
El código del cerebro
Los avances que el desarrollo exponencial de la tecnología ha aportado a áreas como la salud están permitiendo, además, que especialistas en áreas como la neurociencia puedan hackear el código neuronal para así entender el “lenguaje” a través del cual se mueve la información por el cerebro.
¿El resultado? Este tipo de avances permiten, por ejemplo, que enfermedades como el Parkinson puedan ser tratadas mediante el uso de electrodos que estimulen el cerebro, o que pacientes con parálisis de sus extremidades puedan usar la mente para controlar brazos robóticos o usar un computador.
Así lo explica Divya Chander, física y neurocientífica quien hace parte de la Facultad de Anestesiología de la Universidad de Stanford desde 2008, y quien agrega que con métodos no invasivos como los cascos usados para realizar electroencefalogramas es posible “leer” la mente de las personas. Esto permitiría, por ejemplo, capturar contraseñas mientras son digitadas por quien está usando el casco, e incluso, a futuro, se podrían implantar falsos recuerdos en la mente humana, algo que ya se ha hecho en experimentos con roedores.
La experta advierte además que las mejoras en el cuerpo y la mente humana no solo están siendo aplicadas a personas con algún tipo de discapacidad, sino que han empezado a ser usadas en personas sanas para mejorar sus capacidades físicas y cognitivas.
“Hay un movimiento entre los humanos alrededor de la posibilidad de mejorarse a sí mismos. Para allá es para donde vamos: Human Augmentation”, destaca Chander. Para Ming y Chander, el uso de la tecnología, cada día más presente en la cotidianidad de las personas, implica una serie de riesgos. Durante la más reciente edición del SingularityU Summit Portugal, coincidieron al destacar el debate ético que plantea el mejoramiento de las capacidades humanas a través de la tecnología.
Además, destacaron la importancia de crear conciencia entre los usuarios de la tecnología acerca del cuidado que deben dar a los datos que entregan al hacer uso de dispositivos o plataformas.
“Uno de los usos que se le puede dar al aprendizaje de máquinas es cambiar la forma en que pensamos. Esto va a poder ser usado por gobiernos, empresas en campañas de publicidad y muchas otras organizaciones”, asegura Ming, quien sin embargo recuerda que la tecnología no es el problema, sino una simple herramienta.
Con información de
GDA
El Tiempo – Colombia