La revolución digital ha dado a la humanidad los medios para comunicarse de manera inmediata, barata y eficiente. Un descubrimiento revolucionario o una decisión que cambiará irreversiblemente los hábitos de la sociedad pueden ser descritos en un texto que se envía por Internet a una comunidad dispersa por el mundo. Un hecho histórico en un rincón distante del planeta puede ser fotografiado, y las imágenes, acompañadas de texto, compartidas con el mundo entero en cuestión de minutos.
¿Pero quién podrá leer y ver esos testimonios históricos dentro de un siglo o 10? Los medios que usamos para registrar y compartir ideas, sonidos e imágenes están en constante y cada vez más rápida evolución. Lo guardado hace unos años ya no se puede abrir, porque el programa usado fue reemplazado por una nueva versión, o la nueva computadora ya no lo acepta.
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El problema no es nuevo, y no se limita al uso personal de medios: la no permanencia de registros afecta archivos enormes de información científica, legal e histórica. Tanto el papel como las cintas magnéticas, películas en celuloide, discos de vinilo, incluso discos digitales, tienen una vida limitada. Irónicamente, la forma más antigua de registrar información –las tabletas de arcilla con escritura cuneiforme de Mesopotamia– ha resultado ser hasta hoy uno de los medios más duraderos.
Hasta el espacio sideral
La primera forma de escritura fue desarrollada en Mesopotamia hace más de 5.000 años. No existían ni el papel ni la tinta, pero sí la cerámica. De ahí que el medio para comunicar hechos e ideas consistía en marcar combinaciones de incisiones en forma de líneas y triángulos en forma de cuñas (cuneiformes) apretando un palillo sobre superficies de arcilla fresca y lisa. Estas se horneaban para darles rigidez, lo que permitía archivarlas o enviarlas a distancia sin que se altere lo escrito.
Algunos textos cuneiformes se grabaron en roca, aunque la dificultad en tallar la escritura y la falta de portabilidad lo hizo un medio adecuado solo para murales y columnas de edificios, aunque a la intemperie son erosionados.
Se cree que diferentes sistemas de escritura se desarrollaron independientemente en cuatro civilizaciones: Mesopotamia, Egipto, China y lo que hoy es México y Guatemala. Se usaron desde conchas de tortuga, metales, papiros y hasta pieles.
Eventualmente, la cerámica y demás materiales fueron reemplazadas por el papel, inventado en China hace 2.000 años. Al ser más ligero y económico, su uso se extendió rápidamente en el mundo. Sin embargo, puede ser afectado por la luz y humedad, y consumido por insectos.
“Lo guardado hace unos años ya no se puede abrir, porque el programa usado fue reemplazado por una nueva versión o la nueva PC no lo acepta”.
La acidez es el enemigo más implacable del papel: vuelve quebradizas las hojas, desintegrándolas eventualmente. El uso de alumbre, para que retenga mejor las tintas, causa reacciones ácidas. La fibra vegetal con que se fabrica todo papel es intrínsecamente susceptible a degradación por ácido luego de entre 300 y 500 años.
Las cintas magnéticas populares en los años 80 y otros formatos que las precedieron, al igual que las fotos de principios del siglo XX, en su mayoría se han degradado o desintegrado. Una cinta magnética, en condiciones óptimas de humedad y temperatura, sin campos electromagnéticos que la afecten, mantiene su calidad por unos 30 años antes de empezar a degradarse. En condiciones de uso frecuente o ambientes poco protegidos, pueden durar apenas 10 años.
Para el programa espacial Apolo, la NASA instaló placas de acero inoxidable grabadas en la base de los módulos lunares que quedaron abandonadas en la superficie de la Luna. El mensaje inscrito es una frase conmemorativa con firmas y una imagen de la Tierra. También se instalaron placas en las sondas espaciales Pioneer I y II, y luego las Voyager I y II, esta vez de aluminio bañadas en oro.
En esas placas se puso información más compleja y potencialmente útil con la esperanza de que alguna civilización las encuentre una vez que dejen el sistema solar. Las de las sondas Pioneer tienen imágenes de una pareja humana, referencias estelares sobre la ubicación del Sol y la Tierra, y esquemas del átomo de hidrógeno; las del Voyager, un disco con voces y sonidos terrestres. El disco es una copia de los de vinilo hecha en aluminio bañado en oro.
Al igual que las placas lunares de acero inoxidable, se espera que las de las sondas sobrevivan milenios gracias al vacío del espacio, libre de elementos corrosivos o que erosionen sus superficies. Claro que queda el problema de cómo podrá una especie alienígena escuchar (o entender) el contenido del disco, que requiere 33 vueltas y 1/3 por minuto con una aguja cuya vibración pueda amplificarse para oírlos.
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Problemas de lectura
Descifrar y entender un registro puede ser difícil aún cuando el medio se ha mantenido intacto. La escritura cuneiforme entró en desuso al principio de la era cristiana y no fue hasta el siglo XIX que se logró descifrar, gracias a textos similares a la piedra de Rosetta, que permitieron compararlo con lenguajes conocidos.
Lo mismo sucede con registros magnéticos y digitales, que sin un medio que los traduzca son indescifrables. Ese es otro problema de la permanencia: no hay garantía de que las claves continúen existiendo por siglos; sin el programa para leerlo, un disco óptico es inservible.
El deseo de preservar los conocimientos y obras literarias más importantes ha llevado a un grupo en Noruega a trabajar en la reproducción de textos de 1.000 libros en tabletas de cerámica, conservados en una caverna, protegidas de la intemperie. Se espera que ese acervo cultural dure muchos milenios. La pregunta es si habrá entonces quién los pueda leer.
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