Contra todo pronóstico, especie de ideario que signaría las derrotas de nuestra selección de fútbol durante 32 años, el hombre vio la luz: nació por cesárea y de pie. Pese a los poco alentadores pronósticos -tinte azul en el blanco del ojo, baja estatura, articulaciones flojas e hidrocefalia probable-, la familia Vacchelli Corbetto recibió con alegría al varón que vería la luz de Lima una tarde mortecina de 1981: Gian Carlo Vacchelli. Impedido de succión, su madre vertiría la leche en un frasco para una administración por goteo. Los agoreros otra vez aparecieron para decirle que a los seis meses moriría. Nada de lo cual impidió el crecimiento de una criatura cuyo universo sensorial, televisión por cable mediante, fue inclinando la balanza hacia el deporte rey.
►Gian Carlo Vacchelli: un repaso a la vida pública del fallecido excongresista
Esta debilidad lo llevaría a adquirir el suficiente saber enciclopédico para presentarse en “Saber y ganar” (2003), programa de concursos cuyas nueve preguntas transitaban entre la vida y obra de Leon Trotsky, Paul Gauguin, Harry Potter, “El señor de los anillos”, los 100 años de Jorge Basadre y Argentina 78, sus árbitros y la banca de suplentes de Escocia, temible rival al que le voltearíamos épicamente el partido. Al llegar a la novena pregunta se regalaba un televisor, un reproductor de DVD y un microondas. Y con la última pregunta absuelta el ganador se hacía de 20.000 dólares. Vacchelli no solo respondió perfectamente todas las interrogantes gracias a su elefantiásica memoria: su aspecto de bebé privado de extremidades inferiores sería el acicate para que las masas lo consideraran el ejemplo perfecto de superación.
Entre el cielo y el suelo
Derramando simpatía y otros golpes de efecto a partir de su condición especial, el arrastre mediático del personaje no tardaría en ser pasto de la televisión. Así que su anclaje en el canal 11, persistente agorero de superación personal, estaba cantado. “El ángel del deporte” fue el programa estrella de RBC Televisión. Su existencia efímera (2008–09) parece compatible con la enfermedad de Vacchelli. El hombre padecía de osteogenesis imperfecta, un grupo de trastornos genéticos con especial vulnerabilidad de los huesos, que se rompen fácilmente. También sufría de pérdida de audición, problemas respiratorios, dentales, disecciones en la arteria cervical y aórtica. Pero bajo semejante mecanismo conflictual subyacía un problema de falta de colágeno. Nunca se llegó a comprobar si todo eso tuvo que ver con su incursión en la política, y un día de 2010 el llamado “Angelito del 11” anunció su postulación al Congreso por el partido naranja.
Su juramentación fue por lo menos polémica: “Por Dios, por mi patria, por las personas con discapacidad y el bienestar del presidente Fujimori, sí juro”. Eso dijo sosteniendo la mano sobre una Biblia. Luego aseguró a todos los vientos que entregaría su vida política a reivindicar a los discapacitados del país. Prometió una ley para todos ellos, su sueño era lograr una mensualidad a todas las familias que tuviesen un discapacitado severo. El diario de debates del Congreso no puede dar cuenta del equilibrio exacto entre su producción legislativa y el fenómeno de somnolencia diurna que gobernó su estancia en el escaño: las cámaras una y otra vez capturaron su imagen durmiendo en el hemiciclo.
Lo que vino fue una sucesión de acusaciones en cuya base su hipersomnia no tendría nada que ver: el hombre fue señalado de haber abandonado a una niña que votó por él para no perder un ojo. Y que cuando ascendió a congresista, la olvidó. Después, quedaron inexplicadas dos serias denuncias por la venta de un automóvil hipotecado y un préstamo por US$ 15 500 que dos connotados empresarios nunca pudieron cobrar. El cuadro cardio respiratorio y la subsiguiente recaída letal dieron cuenta de la estrepitosa vida de un ser tan equívoco y terrenal como cualquiera.