Consumir mil millones de horas de YouTube cada día tiene que tener alguna consecuencia. A todo nivel, empezando por la corteza cerebral. Apenas publicas un tuit, un río caudaloso de endorfinas se desplaza por el tallo cerebral hasta que, sin proponértelo, apareces flotando en el centro de un encrespado océano de emociones: competitividad, exitismo, angustia. Al poner un ‘like’ estás compartiendo una sensación. Y si todos estamos pendientes de las notificaciones y padecemos de cierta ansiedad cuando no llegan, ¿podemos imaginar la cantidad de procesos emocionales que sufren esos dos mil millones de usuarios encantados de vivir en los parques recreativos Facebook, TikTok, Instagram, Twitter, Gmail, Tinder, Pinterest, Fotos y Chrome?
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