Soy parte de una generación de madres que está permitida hablar del lado oscuro de la maternidad. Muchas dicen que ahora somos libres de compartir nuestras emociones, que tenemos el derecho a ser escuchadas, a ser sinceras. A mí me gusta pensar que por fin nos podemos quejar en público.
Y ¿por qué no? Es terapéutico. Es una delicia soltar en voz alta que hay veces que quieres lanzar a tu hijo contra la pared. Y es más satisfactorio cuando te pones creativa: quieres dejarlo pegado allí, en la pared, mientras te ve sentándote en un sillón buscando en Netflix la película más estúpida de todas porque lo último que quieres es pensar.
Pero también soy parte de una generación de madres a las que se les pide que sean respetuosas como si no lo fuésemos por instinto, que seamos cuidadosas con la comida, con el azúcar, que acuesten temprano sí o sí a sus hijos porque de lo contrario les estamos haciendo un daño. Que controlemos el llanto de inmediato, que expliquemos sin parar. Básicamente que seamos nosotras las que corrijamos décadas de información no tan acertada sobre crianza. Nos dicen que seamos reales mientras nos ponen tremenda presión encima. Con razón nos volvemos un poco locas.
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Dale teta, pero no lo cargues mucho. Abrázalo, pero no tanto. Descansa, pero no duermas con tu bebé. Llévalo a todos lados, pero ten una vida. Haz tus cosas, pero no rompas el vínculo. Sal a trabajar, pero quédate en casa. Sé madre, pero trabaja. Quédate en casa, pero anda a la calle. Leche materna es lo mejor, pero saca el biberón. ¿Cómo vas a darle fórmula? No abuses. Que juegue con la tierra, pero que no se la coma. Que sea libre, pero agárralo que se cae. Déjalo ser. Tienes que estar alerta, pero relájate. Escucha tu intuición, pero no jodas con ideas sin fundamento. ¡Pum! Una bomba acaba de explotar en tus entrañas.
Así no, hermana.
Así no vas a poder. Cada generación ha enfrentado sus propios retos y todas las madres, como siempre, han salido adelante. Nosotras no podemos quedarnos atrás. Está en nosotras alcanzar lo inalcanzable. Si pudiste crear una vida, también la puedes mantener. Si pudiste cargar un ser humano por 9 meses, meando cada tres minutos, tirándote pedos indeseables, tomándote tu tiempo para pararte de un sillón, puedes encontrar balance (no una balanza, de eso hablamos después). Sí, el trillado, usado por las yoguis más regias del mundo, tan famoso balance.
En el balance está la clave. Y ¿sabes cuándo lo encuentras? Cuando la mayoría de las opiniones se te resbalan. Es un arte. De verdad que es un arte reconocer a quiénes escuchar y a quiénes no. Pero para llegar a la maestría hay que equivocarse. Y en esto estamos en esto juntas, encontrando qué tipo de madre queremos ser. Aquí estamos, metiendo la pata y haciéndolo bastante bien.
Balance. Leche y chela. Dormir temprano y ver a tus amigas. Jugar en el piso y tener tiempo para ti. Perder la paciencia, verlo todo con humor. Querer hacerlo todo y pedir ayuda. Balance, hermana.
¡Ah! Perdón los modales. Soy Adriana, tengo 34 años, soy mamá de una niña de 2, Victoria, y como toda madre tengo mucho que decir y escribo aquí para compartir este camino hacia el balance que a veces parece interminable.
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