El reconocimiento al trabajador mediante un día especial como el 1 de Mayo tiene su origen en una histórica huelga que estalló en los primeros días de mayo de 1886. En Chicago, Estados Unidos, los obreros de una fábrica industrial fueron brutalmente reprimidos por las fuerzas policiales por simplemente exigir una jornada laboral de ocho horas, similar a la de los empleados de las oficinas federales. En aquel entonces, los trabajadores norteamericanos solían laborar unas 14 horas diarias, en medio del auge de la industrialización.
La huelga en los Estados Unidos fue nacional, pero en Chicago, por su dimensión industrial, el paro fue realmente trascendental. Por ejemplo, el 4 de mayo de 1886 fue una jornada sangrienta, en la que trabajadores en huelga y agentes policiales se enfrentaron en el parque de Haymarket.
Cerca de 20 mil obreros marcharon por la ciudad, entre ellos también muchos anarquistas que incendiaron todo a su paso, con bombas caseras que hicieron retroceder a los policías.
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En esos incidentes murió un guardia y otros fueron heridos. Pero la arremetida policíaca provocó 38 obreros fallecidos y un centenar de heridos. Las consecuencias generaron por años una polémica que incluso llegó a considerar lo ocurrido como un genocidio.
La cuestión empeoró cuando, luego de un largo proceso, la justicia norteamericana sentenció a la pena capital a varios dirigentes sindicales. Es así que surgieron en la memoria histórica los “Mártires de Chicago”. Se había iniciado el sindicalismo en América.
En el Perú, la fuerza o movimiento sindical empezó a organizarse recién en los primeros años del siglo XX, según se incrementaban las fábricas en las ciudades más importantes. Por otro lado, los académicos y políticos se sintieron motivados para hacer estudios en torno al “avance social del trabajo”.
Uno de estos investigadores en Derecho fue Luis Miró Quesada de la Guerra, quien luego sería el director del diario El Comercio por varias décadas (1935-1974). Su temprana formación jurídica y en Humanidades, y su sensibilidad social lo condujo hacia la defensa de los derechos laborales de los trabajadores.
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Era evidente el desamparo legal de la masa trabajadora. Un aspecto de ese abandono se expresaba entonces en los accidentes en horas laborales. Miró Quesada propuso la teoría del riesgo profesional: “En el ejercicio del trabajo o de la profesión se corre el riesgo de un accidente y que al producirse este, el empresario tiene el deber de indemnizar a la víctima”, indicaba el joven abogado.
Estas ideas las plasmó Luis Miró Quesada en un libro pionero en el tema: “El riesgo profesional aplicada al Perú”, cuestión sobre la que dio una primera conferencia el 21 de octubre de 1900, en la Sociedad “Unión Obrero” N° 1 de Lima.
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Lima y el Callao de hace poco más de 100 años recibía estos “1º de Mayo” con mucha tranquilidad, pero no dejaba de ser un día distinto para los trabajadores. Pasaba como un feriado laboral, lo cual implicaba -en los meses finales del segundo gobierno del presidente José Pardo (1914-1919)- que no funcionaran los servicios del tranvía, las fábricas ni los talleres. No había atención en bancos ni en centros comerciales.
En tanto, el Teatro Municipal se prestaba para “actuaciones obreras” y el pueblo paseaba festivamente por el Parque de la Exposición y el Jardín Zoológico, espacios sociales y públicos que invadían con espontáneo jolgorio y tranquilidad.
El presidente José Pardo soportó las huelgas más incontrolables en lo que iba del siglo XX, tanto en Lima, el Callao y en provincias. Sin embargo, la paralización más prolongada fue la de los tranviarios en 1917. Ya para fines de 1918, un paro general fue muy puntal en su exigencia: exigían una jornada laboral de ocho horas.
En el paro general de diciembre de 1918 se involucraron diversos gremios como los panaderos, que radicalizaron su medida de lucha, y los obreros textiles que asumieron el mayor liderazgo. Les siguieron también los trabajadores de la baja policía.
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Era una suma de organizaciones sindicales, una escalada que terminó con la adhesión de la sociedad peruana en pleno. En enero de ese año de 1919, el asunto social y laboral no aguantaba más.
Empezaba 1919, pero desde antes los trabajadores peruanos celebraban el Día del Trabajo como un recordatorio de los derechos que debían tener en el país. Era gente dedicada a la panadería, a la tejería, a la curtiembre; hombres que se esforzaban como motoristas o transportistas de buses y tranvías.
El Comercio no pudo ser ajeno a este momento histórico que siempre apoyó desde su línea editorial. De esta forma, el 14 de enero de 1919, el editorial de la edición de la mañana fue claro y directo: “Razones de humanidad y de justicia nos han hecho mirar con simpatía las aspiraciones del proletariado”.
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Y aún más: “Es preciso armonizar las necesidades de la industria con las que el obrero tiene en el orden moral y material; cuidar del mantenimiento de la salud de los trabajadores, evitándoles un desgaste exagerado de energías en la faena diaria”, indicaba el diario decano.
Luego de esas líneas, el presidente José Pardo no pudo más que asumir su responsabilidad y firmar, el 15 de enero de 1919, al día siguiente del pronunciamiento de El Comercio, el decreto supremo que establecía la jornada laboral de ocho horas en nuestro país.
Además de ello, el primer mandatario peruano reguló por primera vez el trabajo de las mujeres y los niños. Fue una conquista histórica de los trabajadores peruanos. Nadie lo iba a hacer por ellos.
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