/ NoticiasInformación basada en hechos y verificada de primera mano por el reportero, o reportada y verificada por fuentes expertas.
| Informativo
El 2 de mayo de 1953 una garúa tenue humedeció la tierra del cerro San Cristóbal. Los relojes pasaban apenas las nueve de la noche y cinco menores de la familia Lora-Rivera dormían tranquilos en su modesto dormitorio, en el barrio de ‘Leticia’, a los pies del cerro, en el distrito limeño del Rímac. De pronto, un derrumbe en una ladera volcó una enorme roca sobre el techo de la casa, exactamente donde descansaban los niños: dos de ellos, los más pequeños, murieron en el acto. Uno tercero perdería la vida minutos después, en camino a una posta médica.
Esa noche, aun temprano, se despidieron de sus padres, se arroparon y se echaron a dormir. El 2 de mayo de 1953 fue sábado. Para ellos, fue un fin de semana largo, pues el viernes 1 había sido feriado. Los menores se fueron a descansar muy contentos porque aún les quedaba todo el domingo para trepar el cerro, saltar de roca en roca y esconderse de sus hermanas mayores que los correteaban cuando salían por allí.
LEE TAMBIÉN: “Amor sangriento”: él la baleó en Miraflores, luego quiso suicidarse con la pastilla que tomó Marilyn Monroe y terminaron casados
El domingo 3 de mayo iba haber mucho movimiento en ‘Leticia’, el barrio creado 20 años antes, en 1933, donde vivía la familia Lora-Rivera. Esto debido a la romería y misa que de todas maneras habría por el 25 aniversario de la colocación de la luminosa cruz en la cima del San Cristóbal, hecho que ocurrió en 1928, antes de fundarse el ‘Leticia’.
Pero esa ceremonia multitudinaria nunca lo verían Alejandrina Lora Rivera ni Juan Lora Rivera, cuyos cuerpos quedaron sepultados bajo la piedra que rodó hasta sus camas. Ni tampoco el pequeño Rodolfo.
LA TRAGEDIA DE “LETICIA” AL PIE DEL CERRO SAN CRISTÓBAL
Los Lora-Rivera vivían en ‘Leticia’, una zona muy popular, en los alrededores del cerro tutelar de Lima. Al día siguiente, un reportero de El Comercio fue a averiguar las circunstancias del trágico suceso en esa zona de la capital limeña.
MIRA TAMBIÉN: “Conquista épica”: la extraordinaria historia de ‘Los Intrépidos’ de Huancayo que marcaron un hito en 1953 al dominar el nevado Lasuntay
Allí el diario decano se enteró de que había sido una “enorme roca” la que destruyó, pasadas las 9 de la noche, el ligero techo de la casa Nº 362 y aplastó a los menores. También supo que la niña herida había quedado hospitalizada. Arturo Lora Quiñones y Guillermina Rivera Arca estaban devastados. Habían criado una familia unida de 8 hijos, más un menor acogido amorosamente por ellos. Eran 11 personas que vivían en difíciles condiciones, pero donde no faltaba el amor.
En el instante de la caída de la roca, en el cuarto dormían cinco de los menores: murieron instantáneamente Alejandrina, de 9 años, y Juan, de 7 años; muy malheridos quedaron Rodolfo, de apenas 4 años (moriría minutos después), e Isabel, de 14 años. Otro menor, Claudio, de 10 años, el hijo que la familia adoptó, salió increíblemente ileso.
Sentados en la sala de la pequeña casa, sus otros tres hijos mayores y una pequeña, así como la madre, se salvaron de milagro (el padre no estaba cuando cayó la piedra gigante). Los vecinos, solidarios todos, ayudaron a la familia a remover algunas piedras que cayeron junto con la más grande; había escombros por todos lados en el pequeño cuarto, pero aun así lograron sacar a los heridos: Rodolfo e Isabel surgieron de entre las piedras y los cargaron y llevaron como pudieron al puesto de la Asistencia Pública del Rímac.
En el camino, entre sollozos y gritos, el cuerpo de Rodolfo, el más pequeño, no soportó más y expiró antes de llegar a la asistencia pública. El padre, Arturo Lora y la madre, Guillermina Rivera, ambos de 41 años, naturales de Pomabamba (Áncash), habían perdido a tres hijos en menos de una hora. Y la cuarta, Isabel (o María Isabel), tenía fracturada la cabeza y el brazo derecho.
SEPA ADEMÁS: Tragedia en Arequipa: una avioneta que venía de Lima con 300 mil soles se estrelló y la primera radiofoto nacional captó el suceso hace 60 años
Los politraumatismos de Isabel hacían pender de un hilo su vida, por eso la llevaron al Hospital Arzobispo Loayza, en la avenida Alfonso Ugarte, en el Cercado de Lima, “quedando alojada en la sala 3 del pabellón 6, siendo su estado de pronóstico reservado”. (EC, 04/05/1953)
¿QUÉ CAUSÓ ESTE ATROZ ACCIDENTE EN EL CERRO SAN CRISTÓBAL?
La tragedia de ‘Leticia’, en el Rímac, estaba consumada. Pero, se debía comprobar por qué se dieron así las cosas. Por eso, a los pocos minutos del estruendoso derrumbe se hicieron presentes los miembros de la Guardia Civil. Ellos “procedieron a tomar las medidas del caso a fin de evitar nuevas desgracias”. De hecho, la zona misma no era tan segura para nadie, pero la familia Lora-Rivera no se quiso mover ni un metro de allí.
Además, al haber dos cadáveres de menores, irrumpieron también algunos funcionarios judiciales que realizaron, primero, una inspección ocular en el lugar de los hechos, y luego ordenaron el levantamiento de los cadáveres.
Ante la insistencia de la prensa, los agentes policiales y los fiscales de turno declararon que, al menos por el momento, lo más claro era que “el derrumbe se ha debido a la humedad propia de la estación, lo que ha determinado el deslizamiento de la roca y su caída en el interior de la vivienda con el trágico saldo final de tres muertos”. (EC, 04/05/1953).
MÁS INFORMACIÓN: Caso único: descubre la verdad detrás del ganador del Ramo de Loterías de Lima y Callao que siempre negó serlo
Por su parte, la Policía examinó el entorno de la vivienda y empezó a reconstruir el dramático escenario de esa noche del 2 de mayo de 1953. La casa estaba prácticamente “reclinada sobre la falda del cerro San Cristóbal”, y era de adobe. El techo, que sufrió el golpe de la piedra, era de “madera y masa”; esto es, barro con paja. Y tenía dos ambientes: un espacio de sala-comedor, y otro como dormitorio, en los altos, donde ese produjo el accidente.
La familia Lora-Rivera era migrante, llegaron desde Áncash en búsqueda de una mejor educación para sus hijos y oportunidades laborales para el padre. Dejaron su casa en la sierra, pero solo pudieron hallar espacio en esa “empinada ladera” del cerro San Cristóbal. La morada era húmeda, recostada en el propio cerro “y a la que servía de pared una enorme piedra”. (EC, 04/05/1953).
La prensa habló primero con la madre, Guillermina Rivera. El cronista de El Comercio la describía así: “Guillermina Rivera Arca es una mujer de estatura regular, de piel blanca y ojos claros; tiene en su rostro impreso el dolor que la acongoja: la mirada perdida y en un estado como si no despertara aún de tan horrible tragedia”. (EC, 04/05/1953).
EL INDESCRIPTIBLE DOLOR DE LA MADRE DE LAS VÍCTIMAS DE ‘LETICIA’
Guillermina Rivera tenía el rostro extremadamente pálido, vestía de negro y estaba sentada en una silla para declarar a la prensa que la rodeada, así como también lo hacían sus hijos mayores. A la humilde casa también llegaron paisanos y familiares, quienes apenas se enteraron del accidente volaron para verla. Y ella: “¿Qué será de mí, ahora? Los cuatro enteritos, por Dios”, dijo, clavando una mirada perdida en la de los hombres de prensa. (EC, 04/05/1953).
LEE TAMBIÉN: Una masacre sin culpables: el misterioso asesinato de los Tozzini en su residencia de Surco en 1997 | FOTOS
Ni las voces de aliento la calmaban. Ella no se movió del lugar donde sus hijos habían muerto, donde había caído esa roca maldita, endemoniada. Y entonces, Guillermina Rivera lloraba desconsoladamente, gemía, balbuceaba, imploraba al cielo. Luego, como un sonámbulo, evocó a sus hijos que se fueron: “La rubia tan graciosa, que ayer nomás estaba jugando, ¿dónde estará ahora?... Mi hijito… y el otro… ¡Ay! Señor… si tú me das la llaga, dame también el remedio…”, exclamó.
Periodistas y familiares escucharon en silencio. Y Guillermina Rivera volvió a sollozar, en tanto una de sus hijas la consolaba abrazando su cabeza con los brazos, contó así el cronista del diario decano.
Alguna voz familiar le pidió que pensara en los hijos que le quedaban, pero Guillermina Rivera no entendía nada. Ella hablaba mirando las paredes de adobe que la rodeaban: “Los hijos se irán y ahora están conmigo; pero mañana, ¿con quién estaré? ¿Quiénes me consolarán en mi desgracia? ¿Cuándo volveré a ver a mis hijos?”, se interrogaba sin encontrar respuestas de nadie. (EC, 04/05/1953).
Los reporteros entendieron que ya no podían seguir con ella, y se alejaron. Pero el cronista de El Comercio confesó en su nota que no pudo olvidar durante todo el día el llanto de la madre de ‘Leticia’ y, sobre todo, no pudo alejar de su memoria la frase que ella expresó, “a manera de oración: ¡Señor, tú que me has dado la llaga, dame también el remedio”.
Arturo Lora, como Guillermina Rivera, era de Pomabamba, provincia de Áncash, allí dejó una vida de campo para internarse en la ciudad. Lima era su esperanza para sacar adelante a su familia. Amaba a su familia como nadie, y no terminaba de entender por qué el destino se ensañaba así con los suyos.
MIRA TAMBIÉN: Una historia de película: la desaparición de un guardaparques en Madre de Dios y su rescate a minutos de que muriera deshidratado
Había llegado a la capital con su familia apenas en febrero del año anterior, es decir, en 1952, con 8 hijos suyos y un hijo adoptado. La casita que quedó en escombros se la había cedido un familiar suyo, José Martínez, quien la había construido como bien pudo en esa ladera del cerro San Cristóbal, en ‘Leticia’, a donde cada vez iba más gente a vivir.
Lora se dedicaba a la venta de víveres en el Mercado Mayorista de La Parada, en La Victoria. Él contó al diario decano que ya habían perdido a una hija en Lima: en marzo de 1952, solo un mes después de su llegada. Esa hija se llamaba Olga. Eso era lo que Guillermina Rivera no se atrevió a contar en su pena. Una pena sobre otra.
Lo de ese mayo de 1953 era para derrumbar a cualquiera: tres hijos muertos y una más postrada en la cama de un hospital, grave, con el cuerpo roto. “Mis hijos me ayudaban en mi trabajo; después de las clases los menores iban hasta donde yo estaba y los mandaba de vuelta temprano. Así fue el día de esta desgracia; a las 4 de la tarde volvieron al lado de su madre; en tanto que yo regresé a las 8.30 de la noche”. (EC, 04/05/1953)
Arturo Lora contó a los periodistas que esa noche del 2 de mayo de 1953, al volver a su casa conversó con su esposa e hijas, y vio cómo sus cuatro menores hijos se acostaban. Entonces salió unos minutos para conversar con unos amigos.
SEPA ADEMÁS: Aterrador: el caso del panadero feminicida de Barrios Altos y su escalofriante historia del cuchillo
“No he demorado más de 15 minutos y al volver, vi que envuelto en una frazada llevaban a una de mis criaturas, quise acercarme pero la policía no me dejó. Casi a viva fuerza me introduje en la habitación vecina y me hicieron creer que aún vivían... mi mujer me miraba y no podía articular palabra horrorizada ante la desgracia”, relató el padre, afectado aún.
Arturo Lora informó también que sus otros hijos, los que se quedaron en la sala, eran “Nelly, de 21 años; Enrique, de 19; Elvira de 17 y Elsa Jesús de 11″; ellos salieron ilesos. Para él, venir a Lima solo les había traído desgracias e infortunio. Estaba arrepentido de haber venido. (EC, 04/05/1953)
Las pequeñas víctimas (Alejandrina de 9, Juan de 7 y Rodolfo de 4) estaban matriculadas en un centro escolar del Rímac, contó Lora. Luego, el derrotado hombre sacó de su bolsillo la foto de uno de ellos, y entonces vimos cómo ese padre que quería mantener la compostura se rindió ante el dolor filial. Recostó la espalda en la pared que quedaba y lloró como un niño, mientras decía: “Mi negrito… tan lindo por Dios… ¿dónde está?”.
Mientras su otra hermana, Elvira (17 años), estaba pendiente de su hermana Isabel en el Hospital Loayza, Nelly Lora Rivera, la primogénita de la familia, no dejó ni un segundo a su madre y padre, en lo que había quedado de la casa que habitaban en ‘Leticia’, en el Rímac.
MÁS INFORMACIÓN: El trágico incendio de 1953: un voraz fuego arrasó un corralón en el Rímac y cobró la vida de un bebé
El Comercio habló con Nelly Lora para saber algunos detalles del momento de la caída de la roca sobre sus hermanos: “Eran pasadas las 9 de la noche; mi madre y mis hermanos estábamos conversando con dos amigos en la primera habitación sobre la fiesta de la Cruz que iba a celebrarse al día siguiente; recordando que el año anterior mi madre subió a la cumbre para orar a sus pies. Cuatro de mis hermanos y Claudio -un niño a quien mis padres adoptaron y que consideramos también como un hermanito más- estaban en la segunda pieza durmiendo. En eso llega mi padre y después de saludar a sus amigos decide salir un momento. Yo alcancé a decirle que no saliera, pero me prometió volver muy pronto”, explicó la mayor de los hermanos Lora.
La versión de Nelly Lora coincidía con la de su madre y padre, pero ella era la única persona de la familia que estaba en condiciones emocionales y con el debido conocimiento de los hechos para contar cómo fue en realidad el accidente esa noche del 2 de mayo de 1953.
“Un solo golpe, fuerte, seco y luego la polvareda del derrumbe y los gritos de auxilio, todo esto en el preciso momento en que mi hermana Elsa, subía a despertar a Isabel para que la acompañase a la Iglesia a rezar... y después el dolor, las lágrimas y la muerte en nuestro hogar”, relató. Uno podía imaginarse la escena, el cuadro de dolor casi como en una película.
Nelly Lora iba y venía entre los escombros. Atendía a su madre, a su padre, y a los vecinos que llegaban para ayudar o para saber nomás. La hermana mayor prosiguió su testimonio: “No sé a qué atribuir esta desgracia. La piedra desprendida es enorme y cayó justo en el centro del dormitorio. Algunos dicen que en las casas de los altos, habían regado el piso y eso apuró la precipitación de la roca... pero en fin, eso será para la investigación. Nosotros, ahora quedamos tan sólo 4 de 8 que vinimos a Lima”, sentenció.
Además de Isabel, que yacía malherida en el Loayza, el otro menor sobreviviente fue Claudio, el hijo adoptado de la familia, que todos querían como un hijo más. Tenía entonces 10 años, y cuando ocurrieron los hechos dormía profundamente cerca de sus hermanos. Sin embargo, la roca no le dio, no lo golpeó en ninguna parte del cuerpo. Solo despertó por el sonido, los llantos y el polvo abundante que lo rodeó en segundos, en medio de la oscuridad.
LEE TAMBIÉN: Delincuencia en Lima: descubre la impactante historia del ladrón de máquinas de escribir y calculadoras en 1936
Claudio no sabía qué decir. Igual, fue interrogado por la prensa: “¿Qué pasó anoche?”, le dijeron. Logró hilvanar esto: “Panchito decía: luz… prendan la luz y todo estaba lleno de tierra… Yo me desperté y salí corriendo. Nada más”.
Y siguió hablando, impulsado quizás por su deseo de entender él mismo algo: “Adentro estaba Isabel, Alejandrina, Juanito y Rodolfo que se habían acostado conmigo. Cuando salí me pisaron porque todos subían mi mamita y mis hermanos...”, luego se calló, y miró a los periodistas como si le faltara decir algo. Pero no dijo nada.
UN FINAL TRISTE Y DESGARRADOR PARA UNA FAMILIA
Mientras policías, autoridades municipales, jueces y periodistas hacían su trabajo, registrando los hechos, investigando el caso y previniendo el peligro de los deslizamientos en esa ladera de ‘Leticia’, el domingo 3 de mayo de 1953, la programada peregrinación a la cima del cerro San Cristóbal no llegó a cancelarse. Y es que ni siquiera hubo tiempo para que la gente supiera lo que había ocurrido metros más debajo de esa cima.
MIRA TAMBIÉN: Tragedia en los años 30: la vez que un choque de buses en la av. Arequipa dejó huérfanos a cuatro adolescentes y una decena de heridos
Todo lo contrario, la masa de cientos de creyentes subió esforzadamente desde el Templo de los Descalzos, en el Rímac, con el rezo del Vía Crucis durante el camino, hasta la cumbre para escuchar misa a cargo de monseñor Juan Landázuri Ricketts, y celebrar así el 25 aniversario de la colocación de la cruz luminoso del cerro tutelar de Lima.
De esta forma, los limeños, llegados de toda la capital, unos a pie, otros en auto, rindieron homenaje a la “Monumental Cruz del Cerro San Cristóbal”, en tanto, a pocos metros de allí, en el barrio de ‘Leticia’, el dolor de la familia Lora-Rivera no tenía como calmarse.
Recién, el martes 5 de mayo de 1953, a las 2 y 30 de la tarde, con el apoyo de la Central de Asistencia Social, que cubrió todos los gastos del sepelio (gesto que se debió a la gestión de la señora María Delgado de Odría, esposa del presidente), los tres cuerpos de los niños Lora Rivera fueron enterrados en el cementerio El Ángel.
El gobierno también se hizo cargo de los gastos hospitalarios de Isabel Lora Rivera, quien desde el día anterior, lunes 4 de mayo, había dado muestras de una ligera mejoría. Por muchos años, Lima recordó a esos tres niños de las faldas del cerro San Cristóbal que perdieron la vida cuando recién empezaban a disfrutarla.
Contenido GEC