Domingo de Ramos: la vez en que esta fiesta de Semana Santa coincidió con el regreso a clases escolares en los años 60 | FOTOS
La fe del pueblo peruano puede superar cualquier contratiempo como aquel que ocurrió en 1966, cuando la fiesta de Domingo de Ramos coincidió con la previa al esperado inicio de actividades escolares en todo el país.
El mundo vivía, antes y después de ese domingo 3 de abril de 1966, en una verdadera psicosis con los viajes alrededor de la Luna, en una competencia sin cuartel entre norteamericanos y soviéticos. En Lima, además, los animales del viejo zoológico de Barranco languidecían de pena, desamor y soledad. Asimismo, si bien los limeños se caracterizaban por su apego a las tradiciones religiosas como la del Domingo de Ramos, que se cumplía ese día, también andaban con la cabeza atolondrada pues al día siguiente, el lunes 4 de abril, empezarían las clases escolares a nivel nacional. Era una Lima entre ramos y cuadernos.
La Semana Santa empezaba oficialmente, como siempre, desde ese domingo de fe, donde podía apreciarse por todos los lados a hombres, mujeres y niños paseando por calles, avenidas, plazas y parques con sus palmas, pero también con numerososramos de Olivo, símbolos de paz y unión.
El mensaje bíblico no llegó, sin embargo, a los que profanaron en la ciudad de Cajamarca la famosa “Cruz del Cerro Santa Apolonia”, la noche del sábado 2 de abril. La noticia se difundió al día siguiente y todos sintieron aquel acto irracional con mucha pena y dolor. La cruz desde la cual se divisaba todo el valle fue volada con dinamita, dejando solo su base de cemento como mudo testigo de esa insania terrorista.
Por eso también aquel domingo 3 de abril de 1966, la gente conmovida por el incomprensible atentado cajamarquino se volcó a cuanta iglesia pudo o estuvo a su alcance, y eso ocurrió en todas las ciudades del Perú, pero especialmente en Lima, donde el pueblo creyente añoraba estar en un sitio simbólico para poder orar y pedir por la paz en el país.
Esa imagen bíblica de la entrada triunfal de Jesús en la ciudad de Jerusalén era celebrada ese año de mediados de la década del 60, entre nosotros, con una inusual vocación de fe. Se sentía en el ambiente incertidumbre, desasosiego, incluso desesperanza, y entonces la fe del pueblo peruano salió a flote de una forma que no pasó desapercibida por los diarios de la época. La fe fue noticia de portada, como pocas veces en el año.
El Comercio informó en su portada del lunes 4 de abril de 1966 que los ramos de palma inundaron la ciudad de Lima; casi no hubo limeño que no la tenía consigo. Era ciertamente una antigua tradición, que se inició en Jerusalén, justamente, aproximadamente en el siglo IV.
En ella se conmemoraba el emocionante ingreso de Jesús en dicha ciudad, cinco días antes de su crucifixión. Los vecinos de Jerusalén fueron a recibirlo y para ello lo festejaron con ramos de palma, al grito de “¡Hosanna, Hosanna!, bendito sea el que viene en nombre del Señor, el Rey de Israel”, como indicaba el evangelio de San Juan.
Lima escuchó la misa de Domingo de Ramos en cada una de las iglesias y capillas donde hubiera un altar y un sacerdote dispuesto a darla; pero en la Basílica Catedral de Lima, el Arzobispo Juan Landázuri Ricketts encabezaba la liturgia, que incluía la consabida procesión de palmas y olivos por las naves de la Catedral.
Acompañaban a monseñor Landázuri no solo hombres y mujeres religiosos sino también una multitud de fieles creyentes que, esa vez, como otras veces en otros años, colmaron cada centímetro libre de la “Metropolitana Basílica”. Luego, como dice la tradición, el arzobispo limeño lavaría y besaría los pies descalzos de doce fieles.
Así se iniciaban los cultos de la Semana Santa en la capital peruana, justo en el último día de vacaciones de los menores escolares, que ese año de 1966 casi llegaban a los tres millones de estudiantes a nivel nacional. Para entonces, además, se empezaba una campaña para erradicar de las aulas a los “pelucones” por ser considerados “antihigiénicos”; esto era así aunque paradójicamente podía verse la imagen de Jesús con una larga cabellera en los retratos que se difundían de él.
Ante esa coyuntura religiosa-escolar, se vieron curiosas escenas de padres y madres de familia asistentes en las iglesias que cargaban sus ramos de palma y olivo, entre bolsas repletas de útiles escolares; haciendo equilibrio entre la fe y el deber paternal. Unos útiles escolares, sin duda, recién comprados en las ferias del mismo Centro de Lima o en los alrededores del Mercado Central.
En realidad, no importaba cómo llegaran a la iglesia; con útiles o no, con ramos de palma u olivo o no; lo importaba era que la gente de Lima de esos años de la inolvidable década de 1960 vivía su fe con una intensidad extraordinaria. Algo que es, en sí mismo, admirable y digno de imitar en cualquier época.
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