Lulú Beltrán

Llevar en hombros a alguien es una señal de triunfo que busca darle protagonismo al victorioso (a). Es común ver a deportistas y toreros salir en hombros después de una gran actuación. No solo ellos; muchas imágenes religiosas son transportadas en hombros. Hasta el siglo pasado, también era normal que políticos e intelectuales fuesen llevados en hombros por sus huestes y colegas después de una jornada memorable. En el Perú, hay fotos icónicas de hombres en hombros: Lolo Fernández y Héctor Chumpitaz el día en que se despidieron; o aquella de Hugo Blanco, en el centro de Lima, sobre el hombro de Nicolás Lúcar.

LIMA, 08 DE AGOSTO DE 1984

LLEGADA DEL TIRADOR PERUANO FRANCISCO BOZA AL AEROPUERTO JORGE CHAVEZ LUEGO DE GANAR MEDALLA DE PLATA EN LOS JUEGOS OLIMPICOS DE LOS ANGELES 1984.

FOTO: JAVIER LOPEZ/ EL COMERCIO
LIMA, 08 DE AGOSTO DE 1984 LLEGADA DEL TIRADOR PERUANO FRANCISCO BOZA AL AEROPUERTO JORGE CHAVEZ LUEGO DE GANAR MEDALLA DE PLATA EN LOS JUEGOS OLIMPICOS DE LOS ANGELES 1984. FOTO: JAVIER LOPEZ/ EL COMERCIO
/ JAVIER LOPEZ

Hoy el gesto, si bien continúa practicándose, tiene algo de anacrónico. Antes que ocupar manos y brazos en cargar a un personaje, las multitudes prefieren grabarlo con un teléfono o un dron. Otras veces es sencillamente imposible acercarse debido a los agentes de seguridad. Hoy la norma es la distancia, la proximidad se volvió sospechosa. Además, en estos tiempos, imagínense: que un espontáneo, de buenas a primeras, pretenda levantarte en hombros en un arranque de júbilo puede verse como un acto invasivo, hostil, digno de un buen escarmiento en redes sociales.

Por eso es aún más nostálgica esta foto de Pancho Boza llevado en hombros a su regreso de los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 84. Con solo diecinueve años (hoy tiene ganada la medalla de plata en tiro en fosa, la segunda en la historia del Perú. La primera, una de oro, había sido alcanzada por otro tirador, Edwin Vásquez, en Londres 48, es decir, treintaiséis años antes (por cierto, también hay una foto de Vásquez, en el Estadio Nacional, cargado en hombros por un jugador del Sporting Tabaco). Por eso había tanto furor en la bienvenida al joven Boza en el aeropuerto Jorge Chávez. Los aficionados quieren tocarlo, un poco por ayuda y otro poco quizá por fetichismo, y él se deja llevar, enfundado en su traje, con su medalla colgándole del cuello y un cerquillo frondoso que amenaza con restarle visibilidad. Pareciera haber identificado a alguien entre el gentío y le sonríe: es una sonrisa tímida, la de alguien que no está habituado a ese tipo de homenajes. No sabe aún que se convertiría en el peruano con más presencias olímpicas de la historia; solo disfruta su momento, allá en lo alto, sobre unos hombros anónimos.

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