LIMA, DECADA DE LOS OCHENTA

EL PERIODISTA LUIS FELIPE ANGELL, MAS CONOCIDO COMO SOFOCLETO.

FOTO: EL COMERCIO
LIMA, DECADA DE LOS OCHENTA EL PERIODISTA LUIS FELIPE ANGELL, MAS CONOCIDO COMO SOFOCLETO. FOTO: EL COMERCIO
/ CARMEN RAVAGO
Mario Campos

Luis Felipe Angell, Sofocleto, nuestro gran humorista, ha regresado a la gran prensa desde las páginas de El Dominical y los domingos son una fiesta con su ingenio invicto, con su gracia tan extrañada. Es considerado como uno de los mejores humoristas del mundo. Arthur J. Sinclair le dedica 23 páginas en su Antología general del humor universal, y actualmente, además, está escribiendo para los Estados Unidos y Europa. Solo en el orden del humor ha escrito 48 libros, de los cuales 16 fueron publicados en el Perú. Creador de los Sinlogismos, estos han dado la vuelta al mundo y hay en prensa una edición que registra veinte mil de ellos. Se calcula que ha escrito cinco mil sonetos de humor, y mil clásicos. Luis Felipe Angell es un personaje entrañable del humor, la inteligencia y la cultura del Perú, y él muestra ahora su humanidad en estas páginas.

—Alguna vez escribiste que si Kafka hubiera sido peruano, habría sido un escritor costumbrista...

Es una frase de un artículo muy antiguo, que tiene casi los años en que yo estaba en el periodo de mi lectura de Kafka. Y me ratifico, ¿no?

—Te ratificas.

Claro, porque el Perú no ha pegado un salto todavía. Tenemos un trauma muy serio. En el Perú no ha habido un ajuste histórico social grande como el que se produjo en México, en Venezuela, en Argentina, en Chile. No ha habido un remezón, un gran terremoto social que es lo que nivela a un pueblo, lo pone al día.

—¿Tú dirías, Luis Felipe, que Sofocleto 1997 tiene las claves del humor de esta ciudad, de este país intraducible, casi inefable?

Mi humor está absolutamente actualizado. Lo que pasa es que yo estoy totalmente divorciado del caos...

—¿Cómo, pues, entonces?

Es que yo quiero construir algo. Si mi humor no estuviera totalmente divorciado del caos, tendría que hacer mal humor, porque: ¿qué hay para criticar que no se haya criticado durante años?

—En el caos hay muchas claves...

Sí, pero yo creo que estamos en lo mismo. Hace 30 años se peleaba contra los ambulantes, se peleaba contra este otro. Yo creo que seguimos en lo mismo. Todos, todos estos problemas y muchos otros siguen iguales.

—Pero hay ahora una consagración de la huachafería, del arribismo, una sublimación de estas cosas.

Lo que pasa es que recién he llegado. Hay que ver cómo está la tía, cómo está la prima. Estás midiendo la temperatura. Hay algunas cosas que hay que conservar, otras que perfeccionar para que se queden porque la lectura de El Comercio es infinitamente mayor, y yo no tengo ningún problema de orden creativo.

—Tú sostienes que nada ha cambiado...

Mario, tú puedes hacer humor frente a una sociedad permanentemente mutante. Puedes decir, “esto está bueno, esto está malo”. Pero ¿qué pasa si no hay cambio? Yo no encuentro mejor termómetro que el mío para juzgar que esto no ha cambiado. Has escrito, escrito y escrito, y no cambió nada. Estás peleando contra un mamut. Lo que pasa es que yo no quiero crear un humor pesimista, porque eso es mal humor.

—¿Qué estás haciendo?

Estoy observando, observando. Estoy concentrado en inventar nuevas fórmulas, nuevos mecanismos del humor. De la noche a la mañana no puedes inventar nuevas líneas de humor de nuevo, pues. Yo estoy viendo. Más que con una pluma, el humor se vuelve con un cincel.

—¿Qué es el humor?

El humor es una brasa caliente en las manos. El humor no es ni siquiera un ave, son las alas. El humor es una de las cuatro patas de la sociedad.

—El humor es inteligencia, poesía, y en el Perú nada hay más subversivo que la inteligencia.

Es cierto. Todos los grandes escritores terminaron en la cárcel por el humor. El humor ha sido históricamente perseguido. No existe un solo humorista que haya muerto tranquilo: Aristófanes estuvo deportado catorce años, y siete años preso. Cervantes estuvo preso en España porque su pluma era terrible, y Cervantes, en primer lugar, inventó el español, así como Shakespeare inventó el inglés, y Dante el italiano. Estos grandes talentos en cuanto se enfrentaron con la realidad fueron aniquilados. El talento tiene estas alternativas, o se rinde o se calla, o se pega a la Iglesia y asume el dogma.

—¿En qué alternativa estás tú?

Estoy observando, observando...

—¿Cómo llegaste al periodismo?

Yo entré a El Comercio casi para cumplir 15 años. Entré a Locales con Carlos Stagnaro y otro. El jefe era Clodoaldo López Merino. Llegaba a las nueve de la mañana: ¿qué pasa?, han matado a un japonés en el Callao. Iba, me metía con la policía. Regresaba: hay un incendio en Abajo el Puente, igual. En un día hacía seis, ocho crónicas.

—Y ya fregaban...

Es que yo soy muy apasionado, yo vivo las cosas. En los incendios me metía con los bomberos hasta el fuego mismo. En los asesinatos recogía el cadáver. Yo he vivido muy intensamente el periodismo de muchacho, de modo que a los 17 años yo tenía una experiencia descomunal en la vida, que nadie jamás podría imaginarse. He hecho las cosas más increíbles.

—¿Como por ejemplo?

He recogido pedazos de una mujer asesinada. Habían decapitado a una mujer y la habían tirado a un pozo, entonces los policías me bajaron con una soga y yo agarré la cabeza, me la pegué al pecho, y los policías me gritaban de arriba, “no la sueltes, no la sueltes”, y yo con la cabeza apretada a mi pecho, subiendo boca abajo con una soga, sin soltarla.

—El periodismo te llevó a una precoz observación de la vida, ¿y de ahí al humor?

Mira, Mario, yo aprendí a leer a los tres años. Mi tía Cristina me enseñó a leer, y yo leía los titulares de El Comercio a los tres años.

—¿Y cuándo empiezas a publicar humor en El Comercio?

Muy pocas semanas después de la aparición del suplemento dominical. Pero cuando empiezo a publicar mis frases, yo ya tenía una experiencia descomunal en la vida a través del periodismo que empecé a los 15 años.

—¿Tú crees que en el Perú el humor es la forma más amable de la desesperación?

Sí, y también de la indignación.

—¿Y qué te produce ver que te plagian?

Maruja, mi mujer, se pone furiosa. Muchas de mis frases, por ejemplo, las dicen en la televisión. Pero no solo aquí. En Chile hubo un incidente muy grave cuando un periodista de El Mercurio vivía de plagiarme. Su hermano residía en Arica y de ahí le enviaba mis cosas a Santiago, y él las publicaba como si fueran suyas. Fue tan grave el escándalo que la universidad de Chile y el mismo El Mercurio me enviaron cartas y pasajes en primera clase como desagravio.

—Alguna vez dijiste que tu padre fue un puritano.

Sí, mi padre era un puritano. Nosotros no hemos ido a un prostíbulo jamás.

—¿Jamás?

Bueno, yo he estado en todos los prostíbulos de Lima. Pero es que hace 30, 40 años, el prostíbulo era toda una institución. Llegabas y te encontrabas con el Prefecto de Lima, con el ministro de Gobierno.

—Con el Obispo...

A veces, y con los profesores del colegio también. Era otra cosa, pues. Y es que la gente no iba en busca de mujeres, solamente, sino en busca de un diálogo también con las diversas personalidades del medio.

—¿Hablas de la Nanette?

No, señor, del burdel de una señora llamada Raquel...

—Raquel...

Sí, pues, que tenía uno que quedaba en la sétima cuadra del jirón Floral en Breña, y que tuvo los primeros prostíbulos estables que hubo en Lima, y los más importantes. Yo he tenido tres tíos que fueron hermanos y que fueron prefectos de Lima, y a mis tíos los encontraba siempre ahí. Y ellos eran muy respetables como padres de familia.

—Había toda una picaresca en esos burdeles.

Una vez recuerdo que hubo un problema con la policía que vino a intervenir la casa de esta señora. La policía le dijo: “señora, su licencia”. “¿Qué licencia?”, preguntó Raquel. “Sabe qué, que el Prefecto ha ordenado”, y Raquel hace bocina con una mano y grita: “¡Raúúúúl!”, y Raúl, el Prefecto que estaba adentro, se aparece subiéndose los tirantes y preguntando “¿Qué pasa, mujer, qué pasa”, y se arma un lío, una gritería, hasta que todos entienden y se amistan tanto que hasta se queda el comisario, y todos felices.

—Los prostíbulos eran un lugar de confluencia...

Ya en esa época yo andaba fregando en la universidad. Entonces se me acercaba un personaje y me decía, “oye, la cosa está brava, así que mejor pícatelas”.

—¿Y qué hacías?

Me iba al cerro de El Agustino, me ocultaban los habitantes porque yo era dirigente universitario. En las noches jugábamos póker, o cartas o, sobre todo, siete y medio. Y jugábamos con el guardia civil o con el policía de seguridad del Estado, que vivían ahí. Ellos vivían ahí donde vivían los delincuentes, donde vivía todo el mundo, y donde me escondían. Todos éramos amigos en el cerro, y por eso no podían funcionar los mecanismos de la persecución en la ciudad, porque eran dos mundos colindantes. De ese mundo hago yo después La tierra prometida.

—Ya habían nacido los sinlogismos.

Ya. Los hablaba y Abelardo Oquendo, por ejemplo, me decía: “oye, Luis Felipe, tienes que apuntarlos”, porque yo los decía y decía, todo el tiempo. Y una vez me regaló una libreta que compró donde Mejía Baca, y Abelardo es testigo de cómo se me perdieron una vez 600 sinlogismos que había escrito en la libreta que me regaló.

—¿Era el tiempo ya de tu bohemia?

Yo era habitúe del Karamanduka, teníamos una peña allí. Pero el eje de mi bohemia era Sérvulo Gutiérrez.

—No ibas al Zela...

No, porque iban muchos sinvergüenzas a gorrearle tragos a Sérvulo, o a comprarle sus pinturas por 20 soles. Recuerdo que una vez no había plata para comprar pisco, y Sérvulo estaba totalmente borracho por la falta de licor, tanto que yo le decía: “con un trago se te pasa la borrachera”.

—Espera, espera, ¿dónde fue eso?

Estábamos en la casa de Sérvulo, pasa un tipo a comprar la pintura, y Sérvulo sale como con veinte cuadros envueltos, y el tipo le da cincuenta soles, y yo le digo “oye, tú no te llevas nada”, y el tipo dice: “entonces devuélveme mis cincuenta soles”, y ya los 50 soles los tenía Sérvulo, y Sérvulo pues necesitaba quitarse la borrachera con un trago. Entonces se arma una pelea, pero yo tenía los pantalones muy apretados, y el tipo rueda en el suelo, y cuando me agacho para levantarlo, prrrrr, se me rompe el pantalón de atrás para adelante. Es el único pantalón en el mundo que se ha abierto desde atrás hasta el ombligo, y la hermana de Sérvulo, la China Gutiérrez, me dice que me quite el pantalón para coserlo, y me da una toalla.

—Espera, espera, ¿te quedaste sin pantalón?

Sí, pues, con una toalla, con zapatos, medias y mi camisa. Entonces Sérvulo saca al tipo a patadas, y el tipo se aparece al rato con la policía, y se viene encima mío, que estaba en posición indefensa, y cuando me paro para enfrentarlo gallardamente, se me cae la toalla y... Kafka, pues, esas cosas de Kafka, ¿te imaginas?

—Tu novela La tierra prometida, adelantaba ya en ti un futuro grande de novelista.

Yo escribí esa novela en seis días. Es el provinciano que llega a Lima, pero por que lo que había antes: el imperativo emocional, el sueño de llegar a la capital.

—Ganaste un concurso.

La novela ganó, y yo me gané como enemigos a los cuatro escritores que salieron del tercer al cuarto lugar. Nunca más me hablaron. Uno de ellos llegó a decirme “oye, pero cómo es posible que un humorista se ponga a escribir en serio”. Otro me dijo que yo no tenía derecho a escribir de esas cosas, porque ese era su terreno.

—¿Quién fue?

Arguedas, y dijo que yo era inglés, y que no hablaba quechua.

—¿Cómo fuiste de niño, Luis Felipe?

Yo fui un niño muy introvertido. Era un gran jugador de bolas. Todos los días me ganaba cien bolas, y las vendía. Mi familia se arruinó bruscamente. Mi padre no tenía una ocupación específica. Era un magnífico cantante, y había vivido en magníficas condiciones toda su vida.

—¿Qué te pasó?

Nada, que la soledad de lo que era mi inteligencia me hizo madurar muy rápidamente. Todos mis familiares son de una inteligencia extraordinaria. Entonces yo estaba en segundo de primaria en la Inmaculada, y firmé conmigo el compromiso de llevarme todos los días un sol de plata a mi casa. Yo paraba jugando bolas todos los días en el colegio.

—¿Y con qué más te recurseabas?

Les cobraba cinco centavos a mis compañeros por hacerles todos sus problemas. Se los hacía en las bancas de la Plaza San Martín hasta las ocho de la noche, y empecé a llevarme un sol treinta a mi casa. Mis amigos llegaron a ser dueños de bancos, dueños de grandes empresas, y seguimos siendo amigos hasta ahora.

—¿Qué te producía eso?

Me fue introvirtiendo. Empecé a vivir la autofagia que es una etapa terrible, y es que es algo que debe empezar en los hombres a los cuarenta años, cuando los hombres empiezan a cuadrar sus libros vitales. Pero yo fui un autófaga a los siete, ocho años.

—¿Por qué?

Porque vivía los grandes problemas que había en mi familia. Mis hermanos eran mucho mayores que yo. A nivel familiar se producía, entonces, una distorsión de la madurez, lo que me obligó a madurar todavía más. A los 18 años no había nadie en la familia capaz de discutir conmigo de ningún tema. A esa edad, yo sabía todo lo que se podía saber.

—Recuerdo haber conocido a un hermano tuyo muy solo, como abandonado, que no se llevaba bien contigo...

Era mi hermano Fernando. Un hombre brillante que escribió un libro maravilloso. Fernando rompió con ciertas cosas, cayó en una catarsis amorosa terrible...

—El amor ha sido siempre en ti una presencia poderosa.

Muy fuerte. Pero yo siempre he manejado eso.

—¿Lo manejas con Maruja?

No.

—¿No?

Yo, con ella, con Maruja Valcárcel tengo una total identidad. Ella es una brillantísima mujer. Somos dos personas que estamos unidas 18 años, por cosas muy afines en la vida.

—¿Qué diferencia de edad hay entre ustedes?

Veinte años.

—¿Es posible el amor, es posible un amor sano y enriquecedor con tanta diferencia de edad?

La diferencia de edad es un prejuicio. Yo soy un hombre que levanta pesas, que nada todos los días. Yo hago, a mis años, lo que muchos hombres de treinta años ya no pueden hacer. Hago yoga, hago artes marciales.

—¿Haces el amor?

En el orden sexual nosotros somos una familia excepcionalmente privilegiada, somos un fenómeno totalmente inexplicable. Es muy importante la actividad sexual, y hay gente que se echa a morir a partir de cierta edad. Maruja y yo tenemos una relación perfecta en todo orden de cosas.

—Luis Felipe, ¿por qué fuiste irrepetible?

Hablar de uno siempre es un problema. El humor, Mario, es un fenómeno extraño de creación. Yo creo que he escrito más o menos 20 mil sinlogismos, 10 mil sonetos, 15 mil décimas. Pero el humor, el humor, es un fenómeno sumamente extraño y singular de la creación.

—¿Le contaste a alguien lo que te dijo Arguedas cuando ganaste ese premio?

Sí, se lo conté a Sebastián Salazar Bondy, y me dijo que Arguedas tenía razón, y agregó que en el Perú el teatro era suyo, y me preguntó: “alguien se mete contigo en el humor?

—¿Crees que ya ha habido una retoma con el público?

Ya he agarrado las antenas. Choferes, fruteros, empresarios, todo el país lee El Comercio, El Dominical y ha habido una retoma con el público. Es que reírse es muy interesante. Reírse es opinar para afuera, es como reírse de uno mismo. Pero la gente cree que cuando se ríe de sí misma está cumpliendo un papel ridículo.

—Cuando no hay señal de mayor cultura que reírse de uno mismo...

Claro que sí, y es que el humor es eso, básicamente. Es la capacidad de reírse de uno mismo.

—En nuestro caso, esto tendría mucho de tragicómico.

Pero no olvidemos que los griegos ponían a Aristófanes más allá de la tragedia.

—¿Y Sofocleto está más allá de Luis Felipe Angell?

Más allá, claro, y también viceversa.

—¿Por qué?

Porque el humor está más allá de la risa. El humor te vende, te da, te ofrece el reverso de la verdad, o la combinación de premisas que conduzcan a una formulación verdadera.

—¿Quién te vende el reverso de la verdad?

El sinlogismo. Pero el humor tiene todas las variantes. Es pintura, es música...

—Es poesía.

Es poesía, claro. Cuando a un hombre lo caricaturizas con eso que la gente llama “chapas”, lo matas.

—¿Le pondrías, a García Marcelo, “Fray Gaveta”?

Es buena esa ¿ah?, buena...

—¿Quiénes son grandes en el humor escrito, para ti?

No conozco a nadie.

—¿Y en el humor gráfico?

Yo sigo creyendo que Hague, el que mejor me ha dibujado, y que dibuja ahora en El Comercio, es un genio. Y también es un genio, Alfredo. Los dos son unos genios del humor absolutamente extraordinarios.

—A la muerte de tu padre escribiste una columna que aún recuerdo conmovido.

Mi padre era un hombre puritano. Era un hombre muy seco. No recuerdo que jamás me haya tocado. Yo era su hijo preferido, pero nunca me lo dijo. Y no teníamos contacto. A mí me daba vergüenza tocar a mi padre. No lo podía tocar, era intocable.

—El pudor de la ternura...

Esa cosa inglesa, y es que era puritano. Yo he estado en todos los burdeles de Lima, pero nunca tuve nada que ver con una prostituta.

—Es que sin placer no vale la pena...

No vale, pues.

—¿Qué amas?

El diálogo, el vino, el vodka, la lectura, jugar semidesnudo con mis perros en el jardín, oler los libros, los boleros, la inocencia, el mar, comer echado en mi cama medio calato, Maruja...

—¿Qué esperas?

Seguir siendo feliz, ordenar todo lo que va a quedar para los demás, que la gente sepa que alguien pensó así en esta época, seguir siendo feliz con Maruja, que es la vida, que me la ordenó.

Enfoque: Luis Felipe Angell, Sofocleto, inició sus colaboraciones en El Dominical en 1955. Dos años después, se consagró como comentarista deportivo en este Diario a raíz del sudamericano de fútbol realizado en Lima. Sus sinlogismos, sus sofonetos, sus textos a dos columnas y sus mentiras universales cautivaron a los lectores durante décadas. El humorista reinició una última temporada en El Dominical en 1997. Falleció en Lima, en 2004.


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