La resonada transferencia de James Rodríguez al Real Madrid, alteró la rutina de Edwin Congo. Son días en los que la prensa lo requiere, algunos simpatizantes del fútbol lo recuerdan y otros niños, por la curiosidad del momento, se le acercan para que les ponga su firma en un papel, una gorra, un balón o en sus camisetas, como si él fuera el protagonista del millonario contrato.
-
Foto: El Tiempo, GDA
El resto de los días, Congo es una persona sin trascendencia por las calles de Cali: acude sin falta a la misa de los domingos, a las 12 del mediodía en la iglesia El Templete, y además, “me como un cholado, una empanada, un aborrajado, una papa rellena, ando por el centro de la ciudad, me detengo en las vitrinas a ver algunas zapatillas, y me transporto en el Mío (buses articulados del servicio público). Muchos no me reconocen, otros si me distinguen pero guardan silencio. Muchos creerán que eso es una pesadilla pero yo disfruto de la vida”.
Congo no tiene hijos ni esposa; no tiene ni un desliz del dejo español, donde vivió durante algo más de 11 años. “Me encanta pasar desapercibido, llevaba muchos años sin hacerlo. Lo mejor es pasar por el medio de la gente y que no sepan quién eres. Eso hace que uno viva tranquilo, ser igual a los demás”.
Entonces, Edwin Arturo Congo Murillo, quien celebró 30 goles en una temporada con Once Caldas, gracias a que ignoró las advertencias que le hacía su madre de no jugar al fútbol, dice no extrañar los días en los que mantenía controlado por las cámaras de los madridistas. “Ellos tienen un canal de televisión y todo el día están pendientes de sus jugadores”, indica sobre el conjunto ‘Merengue’.
Pero en realidad, el gozo de Congo estuvo lejos de los focos mediáticos. En la intimidad de las prácticas o en el solar de la entonces casa de Roberto Carlos, era donde se sentía integrado, donde podía soltar un incontenible ¡Hala Madrid!
“Yo vivía en el sector de Arturo Soria, cerca de Raúl, Zidane y Luis Figo. Roberto Carlos era un buen anfitrión y a nosotros nos gustaba ir a su casa. Nos gustaba jugar al padel, que es parecido al tenis pero haciendo paredes, yo lo hacía con Flavio Conceição. También nos divertíamos mucho cuando jugábamos al ‘bobito’. Lo hacíamos por grupos, todos los sudamericanos del equipo, más Figo, Zidane y Geremi, con ellos, hasta con los pies cerrados te hacían un ‘túnel’. Me la gocé mucho jugando con los más grandes”, dijo y distingue al holandés Clarence Seedorf como la persona que le brindó su mejor amistad.
Congo arribó en el Real Madrid entonces orientado por el galés Benjamín Toshack, en el inicio de la temporada 1999/2000. Tenía solo 22 años y un entusiasmo que pese a la ausencia de competencia, renovaba a diario, pero que no le fue suficiente para integrar la entonces plantilla de los ‘Merengues’. Fue cedido a préstamos al Valladolid, donde solo celebró un gol en 12 juegos; después pasó al Vitoria Guimaraes de Portugal, luego al Toulouse francés. Tras dos temporadas, retornó al Madrid, con tal fortuna que hizo parte de la plantilla que conquistó la novena Liga de Campeones de Europa.
Y no obstante a su larguísima sequía en el Madrid, Congo se muestra agradecido de haber pertenecido al que es quizás el equipo más poderoso del planeta.
“Nunca me sentí triste en el Real Madrid, porque nunca perdí la ilusión de entrenar y me esforzaba el doble de lo que lo hacían mis compañeros. Por eso me mantuvieron durante 6 años en el club. Gracias al Real, cambié desde la manera de correr hasta la forma de pensar. Si uno juega al lado de Roberto Carlos, Zidane y Figo, algo se le tiene que pegar. Además, Vicente del Bosque fue una excelente persona conmigo, al igual que su grupo de trabajo. Yo conviví con los mejores jugadores del mundo, toqué el cielo con las manos”.