El 13 de la suerte en Brasil 2014 se llama Thomas Müller, pero en 1974 era otro Müller el que tenía ese título. Aquel 7 de julio de 1974, hace 40 años, el Estadio Olímpico de Múnich lo veía correteando en el área para volver locos a los defensas mientras pensaba, seguro, en dos cosas: en el arco y en que había visto ese gol antes.
La noche anterior a la final del Mundial Alemania 74, como todas las noches antes de los partidos, el insomnio crónico de Gerd Müller le había prohibido dormir. Y él se entretenía pensando en lo que ocurriría en ese cuadrado donde se sentía como en casa. Ahí donde anotaría su último gol en un Mundial. El número 14. El que lo convertía, antes de la irrupción del fenómeno Ronaldo, en el máximo goleador de la historia de los Mundiales. Y por eso fue el gol más importante de su vida, según confesó luego.
Después de anotar el 2-1 de Alemania contra Holanda y levantar la Copa del Mundo, la vida de Gerd Müller continuó como siempre: el niño que había nacido en una Alemania destrozada por la guerra fue para siempre el símbolo de una nación que lo necesitaba para volver a la gloria. Porque si en los 40 los teutones conquistaban Europa con un fusil, en los 70 post Pelé dominaron el planeta fútbol con un Bombardero de cuerpo ancho y piernas cortas.
El físico de Gerd Müller era un desafío al estereotipo del '9' alemán. El columnista de DT Jorge Barraza cuenta que el prospecto de goleador "fue desahuciado primero por el técnico de su pueblo natal, Noerdlingen" y que al llegar a Múnich, entonces en una liga regional, el técnico Tschik Cajkovski postulaba que no podía colocar "a un pequeño elefante entre purasangres". Pero la marca goleadora que inició en el pequeño Noerdlingen fue la misma que llevó al Bayern a la primera división alemana.
En un momento al Bombardero alemán se le acabó su buena estrella: se le acabó el fútbol. Dejó el Bayern que (Beckenbauer díxit) había convertido en lo que es y emigró al fútbol de Estados unidos para compartir un espacio en el Strikers con el 'Nene' Cubillas. Luego de todo eso, Gerd Müller se perdió.
"Me destrocé la vida". Lo dijo un Gerd Müller que acababa de deshacerse del alcohol con el que había bebido la gloria. No había podido hacerlo de la misma forma en la que se zafaba de los defensas más salvajes: luego de años tratando de lidiar con el mundo de los mortales, había encontrado en la bebida una forma de evadir la realidad.
Tuvieron que ser sus amigos los que lo ayudaran: Franz Beckenbauer lo llevó a que se dedique a formar a los juveniles del Bayern. Ahí fue donde conoció a Paolo Guerrero y donde le propuso un trato: un chocolate por cada gol que hiciera. En la filial del club bávaro, el delantero al que entonces llamábamos 'Krieger' anotó 49 goles en 70 partidos. Ahí estuvo bien, hasta hace un par de años, cuando lo encontraron desorientado y deambulando por Italia.
Hoy el 13 de la suerte es Thomas Müller, que no tiene ninguna relación con el otro gran delantero. Müller, para empezar, es uno de los diez apellidos más comunes del mundo: más de un millón de personas llevan ese apellido que no significa otra cosa que "Molinero". Ese es el origen que comparten Thomas y Gerd. No los une la sangre, sino ese afán inquebrantable de acabar con las redes rivales. Y con eso basta.