Pedro Ortiz Bisso

Antes de que lo matara un infarto, una horda de tuiteros encorajinados por el anonimato quiso matar a Pierre Manrique. Fue en noviembre del 2017. El delito del entonces editor de deportes de RPP fue dar la primicia del “resultado analítico adverso” de . Por hacer su trabajo, el periodista fue llenado de insultos y amenazado de muerte. Un cobarde llegó a colgar un video en youtube para que lo vieran mientras lo insultaba en la calle.

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Manrique, a quien no tuve la oportunidad de conocer, fue una de las tantas víctimas del proceso de deshumanización al que fue sometido Paolo Guerrero cuando saltó a la luz su problema con el dóping. En esas semanas turbulentas, en las que nadie entendía cómo diablos un metabolito de la cocaína navegaba en el cuerpo del atacante más querido del país, se culpó a los asistentes de Gareca, a la nutricionista de la selección, a la modelo Angie Gibaja, los mozos del Swissotel y hasta a Claudio Pizarro.

A nadie se le ocurrió que Paolo, como humano que es, hubiese cometido un error.

La foto de César Vallejo sin Paolo Guerrero y el mensaje a sus hinchas: " Unidos como familia”. (Foto: César Vallejo)
La foto de César Vallejo sin Paolo Guerrero y el mensaje a sus hinchas: " Unidos como familia”. (Foto: César Vallejo)

No es motivo de esta columna dilucidar qué pasó aquella vez. Pero en estos días, otra vez turbulentos en su carrera, Guerrero ha vuelto a ser esa persona inasible, intocable, incorpórea para un numeroso grupo de personas. Mencionar el penoso espectáculo del cual es protagonista con la UCV, a raíz de su negativa de jugar ante Alianza, supone pecado mortal. Muchos hinchas, nuevamente, no le reconocen la posibilidad de cometer el mínimo error. La crítica es imposible. Esgrimir un argumento es irrelevante. Al ídolo, arguyen entre líneas, no se le toca. Es infalible. Punto final.

, una variante del ‘sidieguismo’, un neologismo creado lustros atrás por Aldo Proietto en “El Gráfico” para explicar cómo no tener a su lado gente que le dijera “no”, le arruinó la vida a Diego Armando Maradona. Algo parecido le está ocurriendo a Guerrero. Uno de los mejores delanteros de nuestra historia no merece pasar los últimos meses de su carrera envuelto en líos pueriles, bobos, propios de niñatos engreídos.

Es difícil entender por qué decidió continuar su carrera luego de ganar la Copa Sudamericana con la Liga de Quito. Era el cierre perfecto después de más de 20 años entregados al fútbol en el más alto nivel, abrazado por el cariño de la gente. La comedia protagonizada a inicios de año en Trujillo fue vergonzosa y lo ocurrido en los últimos días pinta para peor. Ya es hora de que alguien que realmente lo quiera se le acerque, lo mire a los ojos y le diga lo que debieron decirle hace mucho tiempo: basta ya, Paolo. Esta vez, no.