Podemos dejarnos arrastrar por una ebullición espontánea de la alegría y atribuirle los principios fundamentales del éxito de la selección peruana, en este segundo proceso, a los dones celestiales de Christian Cueva. Podemos, también, administrar una dosis de sensatez a la vena y aun así, sucumbir inevitablemente al virtuosismo de un futbolista que hasta hace un tiempo parecía condenado a transitar entre el heroísmo y los memes; pero que hoy diserta con elegancia y una descomunal estética, lo mucho y bien que aprendió a decidir con los pies y ahora también con la cabeza.
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Es Christian, y juega.
Frente a Paraguay su accionar fue sublime. Lúcido para la asistencia, aguerrido para aportar en la marca e inteligente para el juego colaborativo. Su mapa de calor ha de ser un jarabe para el espíritu. Lo suyo abona trascendentalmente al éxito de la blanquirroja y su jerarquía es irrefutable dentro del esquema de Ricardo Gareca, responsable absoluto de este inverosímil truco de magia.
Cueva le hace bien a la vida, que como cualquier vida que se jacte de ser vivida, valga la redundancia; se desvive entre el ensayo y error, entre el acierto y el infortunio. Entre la neblina de los fracasos y el amparo de lo correcto; entre el pase con tres dedos que alguna vez cada uno de nosotros hicimos en la pista o la losa del parque y aquella noche triste en que, arrebatados por esa brava efervescencia de la etapa adolescente, llegamos a casa alcoholizados y decepcionamos a nuestros padres. Es eso Cueva, resumidamente, un héroe de lo cotidiano, un rebelde por naturaleza, un ejercicio diario de incandescencia, un ser humano real, no fake.
Un hit de Armonía 10 en versión sinfónica.
Aquél es uno de los grupos favoritos musicales de Christian, cuyo nombre también identifica de manera idónea su presente, un diez en armonía plena. Un gestor de hazañas al que le ha costado una vida llegar a su plenitud deportiva luego de una compilación innecesaria (o necesaria para tipos como Cueva) de protagonismos extra deportivos.
Cueva es un gol que hace campeón sentimental a un país falto de afecto y de historias de éxito que nos representen, que nos une como ese abrazo que profiere con Gianluca Lapadula y que se afianza en lives a ritmo de cumbia. Es ese motor que ennoblece el error y acredita el fiasco por un fin común aún más trascendente. Es la verificación científica de que quien lo intenta muchas veces suele estar más cerca del éxito.
Es el genio del engaño y el gol.
Su juego inyecta capital anímico al equipo y a la tribuna, sugestiona al peruano hacia la abundancia del bolsillo, reverdece la economía e inspira. Su versatilidad para el pase lo equipara a César Cueto y sus cuevagolazos desglosan de nuestra memoria las hazañas del “Chorri”. Lleva 15 goles y está a un solo tanto de alcanzar a Franco Navarro e ingresar al top ten de máximos goleadores en la historia de la selección peruana. Y tiene camino libre -y años- para tentar ser el máximo goleador en actividad de la bicolor, rótulo que recae hoy en manos -o pies- de Paolo Guerrero (39 goles) y Jefferson Farfán (27 goles). Eso sí, en el ranking del ciudadano de a pie, Christian ya alcanzó podio en esa otra historia que tanto nos urge fertilizar, la de los afectos.
Es Cueva, de 30 años, esa cumbia que alguna vez rechazamos y hoy todos queremos bailar.
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