El fútbol nunca ha sido una ciencia exacta. Tan ligado al romanticismo, propio de los autores intelectuales de gestas impensadas, el oficio de pegarle a la pelota es tan racional como un amor a primera vista. De ahí que en mayo del 2015, Ricardo Gareca se atrevió a ir contra la corriente y eligió a Christian Cueva por encima del Chaval Benavente. El argentino, de afinidad con el rigor y la disciplina, pero convencido de las licencias que debía darse para recomponer a un Perú sumido en la debacle, prefirió al pícaro por encima del obediente, en lo que fue la decisión más impopular de su primer año.