¿Qué estuvo haciendo el 15 de noviembre de 2017 alrededor de las once de la noche? Seguramente se acuerda. Casi cien por ciento confirmado que sí lo sabe. Ese día, hace cuatro años que parecen ser cuatro minutos cuando hacemos flashback, nunca será olvidado. Ese miércoles en el que la selección peruana venció 2-0 a Nueva Zelanda y clasificó a un Mundial después de 36 años fuimos tan felices. Esa noche se hizo realidad el sueño.
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Así como usted, estimado lector, jamás olvidará el 15/11/2017, los protagonistas de las siguientes tres historias tampoco lo han hecho -ni lo harán-. Recuerdan cada minuto de aquella jornada y lo cuentan con la misma emoción que se cuentan las hazañas. Porque ese día el Perú entero fue parte de una hazaña: llegar a una cita mundialista.
Diego Penny, parte de la historia
Diego Penny no fue a Rusia, pero se siente mundialista. Y con justa razón. Cuidó el arco peruano en dos partidos de Eliminatorias 2018, al inicio del camino, y fue a Quito como tercer arquero a presenciar una victoria histórica, épica, ante Ecuador en 2017. Para el repechaje frente a Nueva Zelanda no fue convocado, pero también jugó: esta vez como hincha.
“En ese tiempo yo jugaba en Melgar. Entrené en la mañana y me alisté rápidamente porque mi vuelo hacia acá, Lima, salía a las tres de la tarde. Me vine con Ysrael Zúñiga. Fuimos al aeropuerto con mucha expectativa, ansiedad, nervios. Estábamos a 90 minutos de volver a un Mundial en un proceso del que yo me sentía involucrado”, inicia el ahora portero de Alianza Atlético.
“Llegamos a Lima plan de cinco de la tarde. Salimos del aeropuerto y había un tráfico tremendo. En mi casa estuvimos a las 7, faltaban dos horas para el partido, así que saludé a mi esposa, mis hijos, me cambié rápido y salimos con Zúñiga al estadio. Nuevamente la congestión vehicular. Tuvimos que bajarnos como 15 cuadras antes del estadio y caminar, pero valió la pena. Así como nosotros, un montón de gente también caminó”, prosigue.
En medio de un ambiente festivo, con colores rojo y blanco pintando la ciudad limeña, haciendo más hermoso este lado del mundo, Diego y Zúñiga también sentían en el clima los nervios y la tensión que imprimía un partido de tal magnitud. “Ni siquiera cuando me tocó debutar como profesional o en la selección estuve tan nervioso. No comí nada desde el desayuno porque no me entraba la comida”, confiesa el arquero.
Diego llegó al estadio y dejó que Ysrael se marchara a la tribuna. Él necesitaba estar con el grupo, ver a sus compañeros, abrazarlos y desearles lo mejor. “Entré y los vi a todos callados, mirando el piso, había muchos nervios. El profesor Ricardo Gareca se paró y me agradeció por estar con ellos. Luego Alberto Rodríguez tomó la palabra como capitán y creo que todo el nerviosismo que podía haber se acabó cuando gritamos: ¡Arriba Perú!”.
Acomodado en uno de los palcos del Nacional, junto a Iván Bulos, Luis Abram y otros jugadores que no formaron parte de la lista final, Penny y los demás bajaron al campo a falta de cinco minutos. Todos ahí, angustiados, pidiendo la hora, y esperando el pitazo final para desatar su locura interna, desahogarse, gritar, reír, llorar.
“Nunca viví algo parece como ese día. La hinchada fue espectacular, el estadio temblaba. En el final del partido entramos a festejar en el camerino. Metieron un cooler lleno de cervezas para celebrar, cargamos al profesor Ricardo Gareca, responsable directo de este logro, y no paramos de abrazarnos, reír, recordar”, señala.
Diego no viajó a Rusia con el plantel pero sí lo hizo por cuenta, como fanático. El amor por la Blanquirroja desde la cancha hasta las tribunas.
Un partido que definió el futuro de una empresa
¿Es posible que una caminata de madrugada haga feliz a una persona? Sí. Daniel Kanashiro, reconocido periodista peruano, lo vivió el 16 de noviembre de 2017. Luego de una jornada laboral de más de 12 horas, casi sin poder celebrar la clasificación de Perú al Mundial, Daniel salió del Estadio Nacional cerca de la 1:30 de la mañana, hora en la que incluso los taxis estaban de fiesta.
“Es una gran anécdota -recuerda-. Fue la caminata más emocionante de toda mi vida. Me dio tiempo para hacer una catarsis, un recorrido mental por 34 años de fútbol, de recordar jugadores, situaciones, momentos emotivos. Y también sirvió para quitarme de encima todos los momentos de frustración futbolística que tuve”.
En medio de los bocinazos, los llantos de alegría, los cánticos y las calles festivas, el relator que derramó lágrimas en la cabina asignada a RPP junto a Eddie Fleishman antes de que el árbitro principal decrete el final se sintió triunfante. Él también había clasificado a Rusia 2018.
“DirecTV Sports estaba planificando lo que significaba la programación de la señal en Perú y la salida al aire de ese proyecto dependía muchísimo del resultado. En ese entonces DirecTV era la cadena dueña de los derechos de la Copa del Mundo. El hecho de que Perú clasificara significaba que la selección iba a ser transmitida por el canal y, más allá de eso, por un equipo de periodistas peruanos”, cuenta el hoy panelista del programa “De fútbol se habla así” de DTV.
“Si Perú no clasificaba y Nueva Zelanda daba la sorpresa, bueno, una frustración más, pero si Perú clasificaba era un hecho inédito. ¿Por qué? Mira, yo he vivido las dos clasificaciones al Mundial antes de esta. Para Argentina 78 estábamos más acostumbrados a victorias futbolísticas. Para España 82 mucho más. Teníamos una selección que realmente era un equipazo y acceder a una cita mundialista no era algo heroico. Pero ahora, en el 2017, donde teníamos un país partido por la mitad, lo que vivimos fue algo que nunca antes se había visto”.
“Tú salías ese día a la calle y todo el mundo estaba con algo de Perú encima: camiseta, gorro, chalina, casaca, bufanda, bandera...algo. Los medios hablando exclusivamente del partido. Todos estábamos ilusionados por su puesto con para algunos volver a vivir la experiencia de retornar a un Mundial y para la gran mayoría de gente futbolera del país, que no debe pasar los 40 años, es el hecho de vivir por primera vez en su vida lo que significa observar a Perú en un Mundial de fútbol”.
Pese a los kilates que le dan haber cubierto otros mundiales, Daniel no pudo contenerse de ver a Perú clasificar a una Copa del Mundo. Rompió en llanto en plena narración, aunque luego no tuvo espacio para el festejo. “Las labores periodísticas pudieron más que las emociones. Cuando acabó el partido tuve que sumarme a la transmisión de la señal internacional de DirecTV Sport, luego regresé a casa y descansé feliz, con una sonrisa. Fue el mejor día de mi vida futbolística y profesional”, finaliza Kanashiro. Lo dice por teléfono, pero sus emociones, a flor de piel pese a que ya han pasado cuatro años, se pueden sentir. Incluso contando y recordando es feliz.
Un sueño premonitorio
Adolfo Quinteros (24 años) es un hincha en peligro de extinción. Experto en eludir reuniones familiares o citas que se atrevan a cruzarse con un partido de la selección peruana, él es capaz de acampar una semana por una entrada. Hizo semejante locura de amor para el Perú vs. Colombia que nos dio el quinto lugar en la tabla de las Eliminatorias Rusia 2018, pero fue en vano. “Dormía ahí, en una carpa afuera del estadio, luego me iba a un hotel a bañarme y me iba a la universidad. Esa fue mi rutina por seis días, pero de la nada dijeron que cambiaron la forma de vender las entradas porque había muchos revendedores. A nosotros nos tildaron de revendedores cuando no era así, también estábamos hinchas”, nos cuenta con impotencia de solo recordar lo sucedido.
Del camino a Rusia se perdió solo dos partidos que Perú jugó en Lima: frente a Bolivia en el Monumental y ante el combinado colombiano. La vuelta del repechaje contra Nueva Zelanda iba a ser su revancha, la oportunidad perfecta de demostrar nuevamente su amor por la Bicolor. Pero volvió a perder. Las entradas nuevamente se vendieron por internet y no alcanzó a comprar.
“Me la pasé muy triste todo ese tiempo que falta para el partido de vuelta. Soy demasiado fanático de la selección. Desde muy chico siempre he ido al estadio, ya sea con un familiar o pidiéndole a alguien que me haga pasar porque era menor de edad. Vivo a pleno las Eliminatorias desde Alemania 2006 y cuando no clasificábamos me ponía mal, lloraba o no comía. Así estaba porque no conseguí la entrada. Se lo conté a mis amigos más cercanos, no sabía qué hacer realmente porque siempre acompañé a mi selección y ahora, para el partido más importante, no iba a estar”.
Pasado el trago amargo, llegó el turno de la aceptación. Adolfo decidió ir al estadio, aunque en principio no iba a alentar desde alguna tribuna. Fue por dos motivos. El primero, porque el jugador número 12, como lo es él, no puede faltar ni abandonar a su equipo. Segundo, por el instinto subconsciente de un sueño premonitorio.
“Un día antes soñé que llegué a conseguir la entrada. Estaba justo en la puerta de occidente, en la esquina donde venden arreglos florales para velorios, y veía la entrada en mis manos. Yo me decía que era solo un sueño, que no pasará. Fui a la universidad, entré a mis clases y luego fui al estadio. Llegué plan de 6:30 casi siete de la noche. Solamente llegué para comer, tenía 100 soles en un solo billete y algunos soles. Yo pensaba que la entrada iba a costar entre 500 soles a más”, recuerda.
“Llego al estadio y empiezo a ver que los revendedores en ese momento, a falta de dos horas, estaban vendiendo la entrada a 300 o 400 soles. Era un dinero que yo tenía y empecé a arrepentirme de no haber llevado toda la plata que tenía. Me paré en la esquina, en las rejas que dan hacia la zona de occidente, y empezaron a pasar las horas. Cuando eran las 9 de la noche le pregunté a un revendedor cuánto estaba la entrada y me dijo 150. Y lo que le dije fue que solo tenía cien soles y no me quiso aceptar. Al final me vendió la entrada”, agrega.
En medio de la emoción por tener en sus manos el pasaje hacia el paraíso y el apuro de saber que ya empezará el partido más importante de su corta vida, Adolfo no se dio cuenta que cogía la entrada equivocada. Se dirigió hacia la puerta de la tribuna Sur, pero el boleto era para el palco sur, según le vociferó el hombre de seguridad.
“Fui hacia Occidente y me hicieron ingresar al palco indicado. Ahí estaba una familia. Un joven se me acercó y me dijo que le habían robado tres entradas días antes y que seguramente me vendieron una de esas, mientras su mamá sí me culpó como si yo hubiera sido el ladrón. Yo estaba avergonzado por lo sucedido, pero también desesperado porque ya empezó a cantarse el himno nacional. El chico me llevó hacia otro palco donde estaban dos chicas, las que compraron los otros dos boletos, y desde ahí vi el partido”, señala.
Los goles, primero el de Jefferson Farfán y luego el de Ramos, aún generan una sonrisa en él. Y el grito, los cantos, las arengas aún retumban en sus oídos. Fue feliz. Lloró como un niño junto al seguridad de ese palco que tenía alrededor de 30 años y tampoco había visto a Perú en un Mundial. Los dos, desconocidos hasta el pitazo final del árbitro, vieron cómo se cumplía el sueño en común que tenían. Los dos se dieron el abrazo más sincero, más emotivo.
“El regreso a casa fue increíble. Mi celular se había apagado y empecé a caminar hasta ir a buscar carro. Creo que tenía cuatro soles en el bolsillo. Por cada calle había grupos de hinchas cantando y yo me unía. Lloraba, abrazaba y me iba. Así fue todo el trayecto. Había perdido la noción del tiempo, incluso. Recuerdo que tomé un carro hasta mi casa, en Zapallal, y cuando bajé ya no tenía dinero así que decidí tomar un taxi y pagar en mi casa. Cuando veo la hora eran las cuatro de la mañana. Qué increíble cómo pasó todo tan rápido. Ahora ya pasaron cuatro años y yo me acuerdo todo como si hubiera sido ayer”, finaliza.
Son tres historias de las miles, millones, que se vivieron esa noche del 15 de noviembre del 2017. Solo han pasado cuatro años pero cuando las alegrías son tran grandes, da para dar unos pasos y abrazar a tu padre, a tu hermano o al amigo del fulbito de toda la vida, una y otra vez. Fue esa noche en el Estadio Nacional la que nos hizo sentir más orgullosos de ser peruanos, fue esa noche en la todo el Perú se pintó de blanquirrojo. Una noche que esperemos pronto podamos volver a vivir.
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