Renzo Gómez Vega

Antes de que Ricardo Gareca se aventurara a dirigir a una selección peruana que ignoró a los arcos durante 36 años, no existía el Día del hincha peruano, estábamos a años luz de ser catalogados como la mejor hinchada del mundo y a las Clasificatorias les decíamos Eliminatorias. Gareca renovó el lenguaje y, con ello, la esperanza. A cambio, la afición, aun hoy siete años después —cuando los terapeutas aseguran que las relaciones entran en crisis—, ha depositado en él una fe insólita en un país que ha tenido cinco presidentes en los últimos seis años.