(Ximena Vega Amat y León es CEO de Claridad, Coaching Estratégico)
El coronavirus me tomó por sorpresa en Sudáfrica. Mis vacaciones estaban a punto de terminar cuando anuncian en Perú el inicio de la cuarentena, el cierre de fronteras y la cancelación de vuelos comerciales. Cuando estábamos a punto de embarcarnos en nuestro sexto intento de retorno, anuncian el inicio de la cuarentena y el cierre de fronteras en Sudáfrica, y con ello, la cancelación de los vuelos humanitarios para este continente.
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Entonces recordé el día que decidí tomar vacaciones obligatorias todos los años. Acababa de nacer mi segunda hija, hace casi 17 años, y yo venía trabajando en una racha de 8 años consecutivos sin tomar vacaciones. Workaholic por definición, nunca he dejado de trabajar durante más de 25 años. No contenta con el ritmo del mundo marketero, en donde todo es para ayer, dictaba clases a diario, incluyendo los sábados y domingos. En paralelo, tengo como consigna, incluso hasta hoy, estudiar todos los años para actualizar lo aprendido. Siempre he pensado que éste es el momento de hacer todo lo que se pueda hacer para progresar y ayudar a los demás en todo sentido. Hace 5 años, me convertí en empresaria, formando desde cero una compañía que no ha hecho más que traer buenas noticias. Sin embargo, vino también con mucho trabajo, responsabilidades enormes y la necesidad de asumir roles completamente nuevos para mí. La marcha se aceleró, sin duda, entre la prioridad de estar con mis hijos, la casa, la empresa, las clases. Pero no importaba quemar hasta el último cartucho. Más adelante sería siempre el momento de parar y descansar. Dentro del aspecto personal, estoy casada hace también 25 años con Pedro, quien tiene una visión bastante más radical y exigente en cuanto a la importancia del trabajo, la docencia y el compromiso social. Si yo siento que trabajo en exceso, debo reconocer que él me gana por mucho.
Por lo visto, el 2020 tenía otros planes. La pandemia nos mantiene al menos por un mes más en Johannesburgo, en donde nos hemos instalado mis hijos, mis papás y yo, literalmente a vivir la cuarentena, mientras Pedro se quedó en Lima a cargo de responsabilidades laborales. Lejos de lamentarme, me pongo a pensar ¿para qué estamos viviendo esto? ¿qué necesitamos aprender?
Desde el lado familiar, ser mamá de adolescentes sin la presión del tiempo es muy interesante. Aquí estamos 24/7, y aquí estaremos. Nada de apurar las rutinas para llegar a tiempo a todos lados. No hay que acelerar para absolutamente nada. Por un lado, hablar de muchas cosas, por otro, no matarnos en el intento porque no podemos salir un rato a tomar aire y apaciguar los ánimos. Entender cómo cada uno toma sus decisiones y procesa esta información que el mundo nos proporciona cada día. Aprender a valorar los puntos de vista y reflexiones de todos, nuestro punto de contacto y de debate diario está en este núcleo familiar. Por otro lado, ser esposa a larga distancia, mientras Pedro pasa la cuarentena en Lima con nuestros beagles, es una prueba compleja. Mucho tiempo para el análisis de una relación de 25 años que se transforma en una nueva versión online en un momento complejo. Por otro lado, ser hija conviviendo con sus papás otra vez, es insólito. Una oportunidad de una vez en la vida para aprovechar este espacio en donde me alegro mucho de poder compartir con todos este momento tan extraño en la historia del universo.
Nuestra burbuja se comunica con todas las demás burbujas, construidas detrás de las paredes de millones de hogares. Por primera vez en la historia vivimos una pandemia interconectada, redefiniendo el significado de comunidad.
REVALORAR LO REALMENTE IMPORTANTE
El tiempo y el espacio tienen ahora otro significado. Por primera vez entendemos que si nos llegamos a contagiar, ponemos en peligro a las personas que más queremos. Cuidarnos significa también cuidar al resto. Estar encerrado en Sudáfrica es igual que estar encerrado en Lima. No hay diferencias. Lo que viene después no es alentador tampoco. Imagino una recesión al estilo de una post guerra mundial. En países como el nuestro, paralizar al grupo emprendedor mayoritario, a más del 80% de trabajadores informales, es también paralizar la economía y agudizar la pobreza. El efecto coronavirus no se va a resolver de un día para otro, y tampoco estamos seguros de cómo salir adelante con tanto en contra.
Nos queda aferrarnos a lo verdaderamente importante. La familia, la comunidad, los valores y el reconocimiento al esfuerzo de todos. Miremos lo bueno. Nada ha contribuido más a la recuperación de los espacios familiares. Nada ha impulsado más la transformación digital que este momento en la historia. Estamos aprendiendo a revalorar todo aquello que dábamos por sentado, hasta nuestro trabajo cotidiano. Es momento de entender que hasta lo más simple y banal, cómo salir a la calle a dar una vuelta es verdaderamente un privilegio. No lo olvidemos cuando podamos salir de esto todos juntos.