
En su reciente columna titulada “¿A quién elegir el 2026?”, el profesor Waldo Mendoza nos ha explicado en forma muy clara cuáles son los pilares que permitirían conducir a un país a la prosperidad: un “buen” modelo económico, una “buena” gestión pública y, eventualmente, un poco de “buena” suerte. En esta columna, deseo agregar cierta granularidad a dos de los pilares destacados por Waldo y así reconocer sus “buenos” atributos dentro un modelo de desarrollo para nuestro Perú.
Un primer punto es que la calidad de los primeros dos factores presentados por Waldo (modelo económico y la gestión pública) resultan de decisiones conscientes o deliberadas de parte de las autoridades o tomadores de decisiones. Por ello, el desafío de primer nivel para quienes desean conducir el destino del país es darles el contenido “correcto” a dichos factores, es decir, describir sus “buenos” atributos. El desafío a un segundo nivel comprende el detalle del cómo lograrán acercarse a dicha “buena” imagen de modelo económico y de gestión pública. Lamentablemente, en el transcurso de las últimas tres décadas, se ha evidenciado que la implementación de un modelo económico óptimo no ha resultado suficiente para generar desarrollo.
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Debemos recordar que la importancia del “buen” desempeño económico, a nivel básico, fue aprendido gracias a una de las peores crisis sufridas en el Perú; la hiperinflación y la recesión de fines de los ochenta e inicios de los noventa. Las reformas de shock introducidas a inicios de los noventa y sus resultados tangibles, propiciaron el mayor aprendizaje de políticas públicas de nuestra historia reciente; la estabilidad macrofiscal es una condición para generar crecimiento económico y nada debe afectarla. Sin embargo, desde una visión de Estado, ese aprendizaje fue imperfecto pues las autoridades posteriores, aunque se preocuparon por respetar la estabilidad macrofiscal (a cargo del BCRP y del MEF), no comprendieron que el desarrollo demandaba simultáneamente de una burocracia o administración pública técnicamente competente.
Con el transcurso del tiempo, contar con un “buen” modelo económico, pero una “mala” gestión pública, convierte al país en algo parecido a un paciente que, aunque vivo, sufre de enfermedades crónicas (hipertensión, diabetes, etc.) y poco a poco, podría incluso requerir cuidados especiales; muestra señales de estar vivo (tiene pulso, reflejos, etc.) pero no está realmente sano y su salud se deteriora progresivamente, aunque con muestras de recuperación muy circunstanciales (por obra del azar no por decisión deliberada).
La calidad de la gestión pública, como lo señala Waldo, depende del presidente de la República al tener a su cargo la designación de funcionarios públicos de alto nivel. De hecho, la calidad de la gestión pública se encuentra en manos de la SGP a través de la conceptualización e implementación de un modelo de administración pública.
Afirmo que es útil entender a la administración pública como un organismo con vida propia, que funciona y se conduce casi de informa involuntaria, siguiendo normas (formales e informales), para lo cual utiliza múltiples insumos y materiales para que, a través de diversos procesos de decisión, los bienes públicos sean producidos y entregados a los ciudadanos. Casi todo aspecto de la vida de los ciudadanos depende y se ve afectado por la acción de la maquinaria de gobierno.
¿Cómo sabemos el estado de la calidad de la gestión pública del Perú? Una forma intuitiva de saberlo es conocer el grado de satisfacción de los ciudadanos respecto a los servicios públicos provistos por el Estado: la calidad de la educación básica regular, el nivel de competitividad del país, de la productividad de las micro y pequeñas empresas, los niveles de anemia y desnutrición de la población, el nivel de informalidad laboral, el nivel de incumplimiento tributario, la corrupción ampliamente extendida, etc.
Aunque, en la práctica, nunca se alcanzará la implementación de una “perfecta” gestión, ni de un “perfecto” modelo económico, es importante que los ciudadanos reconozcan sus atributos más importantes y así puedan exigir y presionar para la introducción de las necesarias reformas para avanzar en la dirección correcta. A esto se debe agregar que el pasado ha demostrado que, incluso a pesar de avances en la dirección “correcta”, existen no solo períodos de estancamiento sino también retrocesos y cambios de dirección; la incertidumbre se manifiesta como el factor predominante en la complejidad y naturaleza de cualquier proceso de reforma. ¿Qué sucedió en el camino? ¿quién dejó de comprometerse con el cambio? ¿quiénes obstaculizaron el avance? ¿qué razones tenían para ello?
Comprender los factores necesarios para generar desarrollo a nuestro país demanda de la participación, disruptiva, honesta y desinteresada de diversos actores de la sociedad que permanentemente divulguen y expliquen la importancia de los 3 factores del desarrollo y cómo requieren ser modulados en el caso del Perú.
Por ello, considero que es el momento propicio para que otros investigadores puedan contribuir a darle mayor granularidad a los pilares presentados por Waldo. Incluso antes de entrar a las particularidades y tecnicismos de las eventuales reformas necesarias, es fundamental tener un consenso de los pilares clave y de sus “buenos” atributos. De esta forma, cualquier candidato y su equipo tendrá que contribuir a hacer realidad esas imágenes; los candidatos no deben proponer imágenes diferentes sino proponer acciones y estrategias para materializar los “buenos” atributos.
Una “mala” gestión pública contribuye a la persistencia de graves deficiencias estructurales desatendidas y refuerza las desigualdades en Perú, con el consiguiente riesgo de erosionar aún más el capital social y la legitimidad de las autoridades. Este círculo vicioso podría tener como resultado una creciente insatisfacción con el sistema democrático, lo que a su vez podría generar un ciclo de retroalimentación negativa que eventualmente podría reforzar el malestar social y el estancamiento.

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