La semana pasada participé en el Día 1 Summit 2024, en una mesa que llevaba el mismo título de esta columna. Si bien es evidente que vivimos una crisis en varios niveles, me preguntaba en esos días de qué tipo era la misma, qué tan profunda es y cómo liderar una organización en ese contexto.
En el frente económico hay una crisis en potencia. Estamos ante un estancamiento que nos empobrece cada día y es frustrante que nuestras autoridades no gobiernen para salir de esa inmovilidad, de esa apatía, que no apuesten al unísono por retomar el crecimiento. Añadimos a ello la ruta que está tomando el manejo de las cuentas fiscales: se está cruzando una línea muy peligrosa que podría llevarnos a una crisis de la cual sería muy difícil salir.
Si hablamos de política, en el Perú vivimos una crisis desde hace al menos cinco años. El nivel de inestabilidad y precariedad de los distintos gobiernos nacionales y regionales, así como el escaso y muchas veces nulo prestigio del Congreso son realmente alarmantes.
Tenemos una crisis institucional perturbadora, en la que reinan la ilegalidad y la delincuencia, sin que muchos ciudadanos –me incluyo– logremos entender cómo hemos permitido que se institucionalice lo ilegal y se castigue sin tregua a lo legal. A ello hay que añadir las evidencias sobre la politización y la distorsión del sistema de justicia, donde se viene perdiendo el sentido mismo de la justicia y nadie sabe en quién creer.
Por otro lado, el imparable incremento de los niveles de anemia en nuestra población me hace pensar que vivimos también una crisis nutricional creciente y corrosiva, en la que nos estamos jugando el futuro.
Finalmente, considero que vivimos, sobre todo, una crisis moral. Esta es quizás la más destructiva de todas, pues muestra lo peor de las personas: prima la desconfianza y genera inacción a todo nivel. Es evidente, entonces, que estamos pasando por varias crisis y algo tenemos que hacer al respecto.
Las crisis, independientemente de la magnitud y naturaleza, exigen al líder salir de su zona de confort. A la interna de su organización, se espera del líder definir un norte, ser una brújula, mostrar un camino que permita afrontar las dificultades. Se requiere un lenguaje directo y claro, planes definidos y sobre todo decisiones, algunas probablemente muy difíciles.
El líder deberá recordarle a la organización cuál es su propósito o su misión y, de ser necesario, recurrir a los valores fundamentales. Así, contará con un equipo cohesionado y listo para enfrentar la adversidad.
En el frente externo, tenemos que definir el papel que nos toca jugar de acuerdo a la posición en la que estamos y a nuestra capacidad de acción. Se espera hoy de los líderes una participación más activa en propuestas de solución a esas crisis, además de conseguir que su organización actúe según las exigencias del momento, en lo que sabe y puede hacer.
Las crisis que estamos viviendo llaman a la acción y también a la reflexión para evitar que se perpetúen o se repitan. Enfrentarlas permitirá mostrar la capacidad de gestión de los líderes de hoy y formar a los del futuro.