La débil institucionalidad del Estado hace que las crisis calen más profundamente en la continuidad de las políticas públicas y, por lo tanto, en la calidad de vida de las personas. Por ello, un primer paso para enfrentar mejor las crisis es poner el foco, de una vez por todas, en emprender una reforma institucional que fortalezca los cimientos del Estado.

Un primer paso es apostar por la consolidación del sistema de un servicio civil sólido y competente, que permita contar con un cuerpo de servidores públicos capacitados, íntegros y comprometidos con el país. Estos tres atributos deben ser requisitos indispensables, no nos podemos quedar solo con uno. La combinación de estos tres es lo que permite generar cambios importantes en el Estado para beneficio de los ciudadanos. No basta solo con entender cómo funcionan los sistemas administrativos, sino cómo podemos mejorarlos para ser más efectivos.

En esa misma línea, la reforma debe incluir capacidades operativas para reestructurar y rediseñar los procesos administrativos. No existe todavía en el Estado una cultura organizacional orientada a detectar procesos innecesarios que no están agregando valor al resultado final. Si bien es importante entender que el manejo de recursos públicos requiere de sistemas de control, estos no deben ser un obstáculo ni crear cuellos de botella que perjudiquen la calidad y pertinencia de la entrega de los servicios. Más transparencia es también más eficiencia.

Todas las acciones del Estado deben estar orientadas a resolver problemas públicos debidamente identificados. Un error muy común de los hacedores de políticas es que se enfocan en síntomas y no en curar la enfermedad. El tiempo y el espacio de la dimensión política, sin duda, caminan a un ritmo mucho más acelerado que el de la tecnocracia o la academia, pues los electores demandan soluciones inmediatas. Sin embargo, estas tres dimensiones deben caminar juntas a fin de que se puedan identificar las mejores soluciones para la gente, en vez de pensar solo en paliativos. Quedarse solo en ese plano y no pensar más allá es jugar con las personas que más necesitan de las intervenciones del Estado.

Identificar el problema que se busca resolver permite trazar un objetivo. Esa visión de futuro deseada es el norte al que todo el equipo institucional debe apuntar y para estar seguro de que se está yendo por el camino correcto, es importante medir. Por ello, es necesario apostar por la creación de un sistema de monitoreo y evaluación de las políticas, que permita identificar errores tempranos de implementación, corregirlos a tiempo y desarrollar una cultura de la mejora continua.

Por último, se debe comprender que la desafección política ha contaminado a toda la esfera pública. Hoy estamos viviendo una crisis de desconfianza que no debe ser ignorada. Por ello, la creación de confianza debe ser un objetivo que todo líder de los diferentes poderes, sectores y niveles del Estado debería perseguir. El diálogo y la búsqueda de consensos deben ser vistos como un proceso necesario, como el camino que nos saque de esto, pero si vemos al diálogo como un fin en sí mismo, nos quedaremos atrapados tratando de resolver la coyuntura específica, el acontecimiento, en vez de salir del entrampamiento y crear un ecosistema que apunte a la renovación del pacto social.

*Alexandra Ames es jefa del Observatorio de Políticas Públicas de la Escuela de Gestión Pública de la UP

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