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“Lejos está aquella época en la que se anunciaba como invitados estelares a Luis Corbacho o a Pedro Suárez-Vértiz”: momentos sobresalientes (y lamentables) de la Feria del Libro
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LO BUENO
Pueden hacerse muchas críticas a la Feria Internacional del Libro de Lima, pero algo que resulta innegable es su consolidación como el evento cultural más concurrido, esperado, democrático e inclusivo del país. Basta pasearse por sus laberínticos pasillos para comprobar las múltiples y disímiles actividades que en ella se convocan para reconocerla como un espacio donde todas las sangres y expresiones confluyen casi sin excepción. Difícil decir lo mismo de cualquier otra propuesta análoga en el Perú de nuestros días.
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Hay que rescatar algunos puntos luminosos de esta edición número 29. El primero es el crecimiento sostenido del público asistente, alcanzando este año los 560 mil visitantes. Asimismo, la FIL se expandió en términos de espacio y metraje, con más stands y espacios de recreación que en cualquiera de sus versiones anteriores.
La visita de Javier Cercas, uno de los más importantes novelistas activos en cualquier lengua, fue sin duda también un acontecimiento para aplaudir. Lejos está aquella época en que la Cámara Peruana del Libro, en estrecha alianza con el subdesarrollo, anunciaba como invitados estelares a Luis Corbacho o a Pedro Suárez-Vértiz. No pueden obviarse los diversos homenajes a Mario Vargas Llosa, organizados desde diversos frentes, desde instituciones privadas hasta la Casa de la Literatura, pasando por la celebración a cargo de la Universidad de San Marcos, alma mater de nuestro Nobel.
LO MALO
No obstante estos aciertos, los aspectos negativos fueron variados. El más evidente fue la paupérrima participación de Italia como país invitado. Debe ser, sin exagerar, la más olvidable delegación de la historia reciente de la Feria. Pese a contar con alguna estrella solitaria como Carlo Vecce (autor de la insoslayable Vida de Leonardo), no logró constituir una representación medianamente decente (por no mencionar su lamentable stand).
Un problema que edición tras edición se mantiene irresoluble es el de los servicios higiénicos. La FIL se satura demasiado rápidamente en los días de mayor afluencia y no consiguió proveer este servicio básico de manera adecuada para los casi seiscientos mil asistentes que convoca. Si bien cada vez se dispone de más baños portátiles, el inconveniente persiste por una sencilla razón: el Parque de los Próceres y sus condiciones no permiten alternativas menos provisionales.
Si bien lo de los baños puede tener una explicación, lo que sí resulta imperdonable es la horrorosa organización de las colas para obtener una firma de los autores nacionales e internacionales. El primer fin de semana se registraron hechos injustificables para cualquier feria internacional que se respete. El caso del español Blue Jeans fue bochornoso. Por mucho que quien escribe lo considere un narrador horrendo que ha hecho del lugar común una estética, no hay derecho que le corten la luz en medio de la concurrida firma de libros donde sus muchos y desorientados fans debieron esperar hasta tres horas para conseguir una rúbrica de su ídolo. Peor le fue a su compatriota Joana Marcús, que fue cambiada de caseta dos veces y se le retiró la mesa mientras firmaba. El lector puede imaginarse la mortificación de la escritora y sus seguidores. Incluso Javier Cercas tuvo que ser protegido por su equipo editorial debido a la inadecuada organización de su espacio de firma. En este apartado hablamos de un desastre sin paliativos.
LO PÉSIMO
El caso de la presentación de Víctor Polay. Fue, por lejos, el episodio más controvertido de la FIL, que ensombreció significativamente la imagen del evento. Incluso quienes tenemos a Polay como un repugnante asesino y terrorista nos quedamos con la sensación de que la organización manejó de muy mala manera este tema, sin duda complejo, pero que no se resolvía simplemente con la prohibición de una presentación programada por la misma Cámara. El resultado de esas marchas y contramarchas fue la intervención de la Dirección contra el Terrorismo (Dircote) en el stand de una editorial que decide, amparada en la libertad de expresión, publicar el autoindulgente testimonio de un sujeto que ponía en marcha secuestros inhumanos, atentados cobardes y masacres de travestis y homosexuales. ¿Hay peor postal para un evento como este que la de policías haciendo un operativo dentro de una Feria donde esperamos más bien encontrarnos con nuestros narradores, poetas y ensayistas? Una señal, entre otras, de que las heridas que nos duelen siguen tan abiertas como hace treinta años.







