El brasileño José Mauro de Vasconcelos publicó Mi planta de naranja lima en 1968 y se convirtió, casi de inmediato, en un éxito y hoy en un clásico que generaciones de infantes de todo el mundo han —hemos— leído durante la etapa escolar. La historia, recordemos, es la siguiente: Zezé tiene cinco años, es el quinto de seis hermanos y su familia vive en medio de la pobreza. Es un niño muy inteligente —aprendió a leer solo, por ejemplo—, sueña con convertirse en poeta y llevar corbata de lazo, y tiene por mejor amigo a su planta de naranja lima, a quien él llama “Minguito”. Su padre y hermanos, que viven de frustración en frustración, castigan sus travesuras con golpizas que más de una vez lo han tumbado en cama. A punto de perder la fe en el mundo —porque a los cinco años también se puede perder la fe— se reconcilia con la ternura gracias a la amistad de Portuga, un adinerado señor que pronto supone para él una nueva figura paterna. Pero, como si la vida de Zezé no tuviera suficiente drama, Portuga muere en un accidente y, casi al mismo tiempo, el Municipio corta su planta de naranja lima. Fin.
Este 26 de febrero de 2020 el autor hubiese cumpliría 100 años, y a propósito del centenario nació la pregunta: ¿qué tan vigente está la lectura de Mi planta de naranja lima? Hasta la década del 2000 era un libro obligatorio en la mayoría de colegios peruanos. Hoy, con la institucionalización del plan lector, las lecturas son mucho más diversas y no todas las escuelas lo incluyen. La misma suerte han corrido otros clásicos que también zacudieron miles de infancias, como Oliver Twist (Charles Dickens, 1839) o Corazón (Edmundo De Amicis, 1886). Se trata de historias de innegable valor, pero que hacen válida la pregunta: ¿Son adecuadas este tipo de lecturas para los niños?
Jéssica Rodríguez, escritora, investigadora y editora de libros para niños y jóvenes, tiene una respuesta: “Mi planta de naranja lima no es para primeros lectores, pero sí es probable que la puedan disfrutar niños de 10, 11 años o más. Ojo, no hay género malo o tema malo, lo que hay es libros adecuados para un determinado lector o determinado momento. ¿Por qué este libro nos conmueve tanto? Por la autenticidad de las emociones que el autor retrato. José Mauro de Vasconcelos era de un barrio muy pobre de Brasil, y muchas de las experiencias de Mi planta de naranja lima están inspiradas en cosas que le sucedieron, situaciones que pudo ver o compartir con otros. Creo que esa conexión la siente el lector. No hay que perder de vista que esta historia nos está contando una sombra de la vida y que la vida está compuesta por luces y sombras. El relato realista amplía el panorama de los niños, lo que hay que hacer es usar el material adecuado para la edad del lector sobre todo cuando se tratan temas que no son fáciles de procesar muy temprano. Hoy hay libros que tratan temas difíciles para los niños, como la muerte, de manera adecuada para los más pequeños. El nivel de complejidad de las lecturas va cambiando en tanto los lectores van creciendo”.
¿Qué son los mediadores de lectura?
Marcela Beriche Lezama, educadora y magíster en didáctica de la lectura y escritura y docente de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya, estos tipos de textos siempre deben ser acompañados y no dejar al niño leer de manera solitaria. “Los libros que abordan temas que mueven muchas fibras y emociones deben elegirse con cuidado de acuerdo a la edad. Los niños o adolescentes pueden acercarse a este tipo de textos, pero ahí el acompañamiento del docente (o de los padres) es sumamente importante porque hace reflexionar al estudiante sobre el contenido y orientarlo cuando se traten situaciones complejas. Es importante el papel de los mediadores de lectura”, dice. Este es pues el papel de los mediadores de lectura.
Para explicar el rol de los mediadores de lectura podemos tomar la definición del gobierno mexicano: “Ser mediador de lectura es formar parte de un proceso de aprendizaje, en este caso, el de la lectura, lo que significa no permanecer fuera, sino involucrarse en lo que el alumno lee, y cómo lo lee, en sus necesidades de conocimiento y las habilidades lectoras que posee, para encontrar los aspectos en los que deberemos ayudar, orientar, y/o complementar al joven lector”. Esto, en teoría, debió ser siempre el papel del docente, pero no siempre fue así. Marcela Beriche dice que en este siglo los docentes son más conscientes del rol que deben cumplir al acompañar los procesos de los estudiantes en todo ámbito del aprendizaje. Jéssica Rodríguez añade que el mediador de lectura ayuda a conocer emociones, a procesarlas, y a tenerlas en cuenta como parte de nuestra vida, y que el problema es que hace dos décadas no había un mediador para estas lecturas. Es decir, si usted se recuerda leyendo Mi planta de naranja lima, Paco Yunque o Corazón y derramando lágrimas sin consuelo, es porque nos enfrentamos a esas lecturas sin más.
Pero, en serio, no está mal acercarse a estos textos. Bien lo dice Jéssica Rodríguez: “la literatura saca emociones de las que no siempre somos consientes; también nos ayuda a acercarnos a emociones de otros que no hemos vivido y eso es importante desde el punto de vista de la amplitud. No es malo que el niño se emocione así sea para entristecerse, para conmoverse, porque eso implica que el texto es profundo y que el niño va a tener que elaborar una respuesta. Pero es aquí donde el mediador tiene que intervenir ayudando a canalizar lo que el niño va sintiendo en la lectura. No está mal en principio que la conmoción estética sea también triste, y eso hay que vivirlo desde pequeños, porque sino sucede que estamos criando a los niños en una burbuja”.
Hablemos del plan lector
En agosto del año 2006 el Ministerio de Educación puso en marcha el plan lector. Es decir, impulsó la selección de 12 libros por cada grado que estudiantes y profesores deben leer durante el año, a razón de uno por mes. Claro, no son perfectos. Rodríguez y Beriche coinciden en señalas que estos suelen recomendar un exceso de libros de narrativa y faltan opciones de teatro o poesía; y que dentro de la narrativa se sigue privilegiando la narrativa realista, cuando debería ser variado e incluir fantasía, aventura o comedia.
También hay niños que plantean su propio plan lector, por referencias que encuentran en la escuela, ejemplares que encuentran en su hogar, por la cantidad de historias que pasaron del libro a la pantalla grande o por referencias que encuentran en Internet. Aquí, cuando se arma un plan lector propio, es cuando es más importante la mediación lectora.
Beriche reconoce dos tipos de mediadores: los padres y los maestros. Especialmente porque, dice la especialista, hay dos tipos de formas de leer: la lectura por placer donde el niño elige de acuerdo a sus propios intereses y necesidades, y la lectura en el ámbito escolar donde la maestra o el profesor solicita un libro de texto con distintos temas. “Entonces hay dos actores en el acompañamiento, por un lado el docente cuya función es acompañar en la lectura, pero si esta va a ser enviado a casa, ahí considero que el docente pueda dar algunos criterios a los padres de familia. Y ahí está el otro acompañante. Lo ideal es que cuando el niño o niña lea en casa, el padre también se acerque estos textos. El docente acompaña con un ojo más pedagógico y puede darle algunos criterios o tips a los padres para saber qué leen sus hijos y qué emociones y aprendizajes están logrando”, explica.
Dicho esto, siempre será mejor leer las aventuras y desventuras de Zezé en buena compañía.