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Fiestas Patrias: así sonaba el Himno Nacional del Perú hace cien años
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Un himno nacional es la representación musical de la patria. Su armonía ejerce intensa atracción y el influjo de sus acordes va creando en el imaginario social la idea de un país. De allí que en los patios de colegios, en las canchas de estadios o las ceremonias oficiales, sus primeros compases elevan la energía y electrizan el corazón. Y si un peruano se encuentra lejos del terruño, el himno colma el espíritu y alivia la ausencia.
En la edición del diario El Comercio del sábado 25 de setiembre de 1920, el periodista arequipeño Augusto Villa de la Tapia habla del himno nacional con la inflamada retórica tan propia de la época. Pero, más allá de su apasionamiento verbal, cita información clave en gran parte olvidada un siglo después. Villa de la Tapia escribe cómo, alrededor de 1810, existía en el convento limeño de los dominicos una academia de música dirigida por un fraile de apellido Nieves, buen tenor y mejor organista. Por entonces, como primer pasante de su academia se registra un adolescente llamado José Bernardo Alzedo, nacido en la capital en 1798. Vestía el hábito de donado, como se conoce a quien sirve en diversos oficios sin tomar los votos. Como apuntaba el tradicionalista don Ricardo Palma, ya a los 18 años, los motetes compuestos por este joven apasionado de Haydn y de Mozart sirvieron de base a su reputación musical.
—La elección del Libertador—
Una vez jurada la independencia del Perú, el 28 de julio de 1821, José de San Martín expidió un decreto convocando un certamen musical que definiría al himno de la naciente república. Como escribe Mariano Felipe Paz Soldán en su “Historia del Perú independiente”, la composición que por su letra y música mereciese la aprobación del Libertador se adoptaría oficialmente.
Apunta Ricardo Palma que hasta el 7 de agosto de 1821 era el plazo señalado para la entrega de las composiciones. Finalmente, fueron seis los trabajos presentados y el registro los detalla así: el himno del músico mayor del batallón Numancia; las composiciones del maestro Huapaya, del maestro Terra, Filomeno y del padre fray Cipriano Aguilar, maestro de capilla de los agustinos. Finalmente, se escuchó la del joven músico Alzedo, el humilde lego del convento de Santo Domingo. Apenas terminada su ejecución, cuenta el tradicionalista que San Martín, poniéndole de pie, exclamó: “¡He aquí el himno nacional del Perú!”. Al día siguiente, un decreto confirmaba su opinión entusiasta. El mismo ordenaba, desde entonces, que todo acto público iniciara con la canción nacional, oyéndose de pie “y sin sombrero”, como señal de respeto. El himno se estrenó públicamente el 23 de setiembre de 1821 en vísperas del Día de la Virgen de las Mercedes, en el Teatro Principal (actual Segura), con letra de José de la Torre Ugarte e interpretado por la soprano Rosa Merino.
¿El himno que sonó entonces es igual al que se escucha hoy? Los más añejos registros, fechados a fines del siglo XIX, nos muestran sutiles diferencias que entusiasman a los musicólogos. Variaciones que un investigador y un coleccionista compartieron con El Dominical.
¿Cómo sonaba el himno nacional hace cien años?
Uno de los registros más antiguos de nuestra canción nacional se halla en los rollos de pianola, populares en el país desde fines del siglo XIX hasta mediados del XX.
Las fiestas patrias no son solo días de fiesta. Son jornadas para la construcción de la identidad, la memoria, el balance de lo perdido y lo que debe ser urgentemente recuperado. Para ello, solemos volver a las fuentes históricas. ¿Pero qué sucede cuando hablamos de la música? ¿Cómo evocar, por ejemplo, el sonido temprano de la canción Patria?
Para la memoria colectiva, los discos de carbón son un referente. Asimismo, el coleccionismo en los últimos tiempos ha renovado el interés en la reproducción musical analógica que supone el vinilo. Sin embargo, los rollos de pianola, mucho más difíciles hoy de reproducir, han quedado de lado en los esfuerzos por la recuperación patrimonial.
—El rollo de Borras—
El musicólogo francés Gérard Borras no se asume como coleccionista. Él prefiere presentarse como el responsable de un archivo, un estudioso que, desde la academia, se acerca al disco o al rollo para piano no como un fetiche de disfrute privado, sino como una fuente histórica que nos permite comprender momentos de la cultura y la sociedad peruanas. Para este profesor emérito de la Universidad Rennes2, quien fuera director del Instituto francés de Estudios Andinos en Lima, resultaba clave recuperar no solo discos y rollos, sino también cancioneros y partituras originales, que dan cuenta del momento en que la música entonces popular sintonizaba con las sensibilidades políticas.
Borras no encontró estas fuentes en depósitos tradicionales o archivos institucionales. Se trata de material recuperado en condiciones muchas veces precarias, salvado del olvido por amantes de la música. “Estamos hablando de música popular, una categoría muy difusa y controvertida. Esta dimensión no ha sido captada por buena parte de la Academia, que los mira con desdén o sospecha”, lamenta el investigador, cuyo archivo musical, que le permitió escribir el libro “Lima, el vals y la canción criolla” (IFEA/PUCP), se alimenta de notables esfuerzos previos. El investigador recuerda a Ricardo Estremadoyro, de quien adquirió su colección de 8 mil discos de carbón de música peruana, o al recordado César Pereira, quien le descubrió los centros musicales de la vieja guardia, y quien le legó una notable colección de cancioneros.

—La Canción Nacional—
A través del historiador Charles Walker, Borras conoció al coleccionista Juan Mendoza, quien posee toda una notable colección de rollos para pianola, en gran parte recuperada en sus incursiones al mercado de anticuarios de la Parada. Le mostró su archivo de partituras, fotografías y 370 rollos de música peruana. Y le permitió, generosamente, llevárselos y conservarlos con motivos de estudio.
En este momento, el investigador francés se encuentra dedicado al estudio de la producción peruana de estos rollos de pianola, identificando a las diferentes empresas locales y recuperando su catálogo de producción. Como nos recuerda Borras, en las en las casas de la burgesía limeña del siglo XIX, lo común era encontrar un piano en la sala de la casa, como centro de encuentro social. A fines de siglo, una nueva tecnología de reproducción musical llegó al país, y podía colocarse al interior del noble instrumento.
En revistas como “Variedades” o “Mundial”, se cuenta cómo ingenieros y comerciantes venían de Europa o Estados Unidos para hacer presentaciones de este mecanismo de reproducción de sonido basado en rollos de papel perforado. La sorpresa fue total y la demanda de rollos importados fue notable. Al inicio, la oferta se basaba en grandes compositores como Mozart o Beethoven. También genios de la ópera como Rossini o Verdi. Más tande, a inicios de la década del veinte, una industria local empezó a producir música popular, como marchas y valses. Y como una joya de la colección cedida por Juan Mendoza, un rollo con el himno del Perú.

Al interpretarlo en su restaurada pianola, Borras revela los sutiles cambios en la manera de interpretarse el himno. En ese rollo perforado hace 100 años, versión fiel a la partitura oficial revisada por Claudio Rebagliati en 1869 con el beneplácito del mismo Alzedo. Por cierto, hoy no se emplea la versión la versión del músico italiano, sino la elaborada por el músico austriaco Leopold Weninger, en 1936, a petición del presidente Oscar R. Benavides, con ocasión de los juegos olímpicos de Berlín.
Al escuchar los compases en la pianola, a decir de Borras, la versión de 1920 resulta una versión menos épica que la que hoy escuchamos. Hay momentos en que el ritmo se ralentiza y profundiza en su solemnidad (Puede escuchar la interpretación de rollo de pianola a través del QR que reproducimos en la página).
Otro tema que vale la pena escuchar es el Centenario de Ayacucho, compuesta por Filomeno Ormeño, prácticamente el “leitmotif” de todas las ceremonias celebratorias oficiales que puso en marcha el presidente Leguía. Una composisión que, sin embargo, caería en el olvido con el tiempo. Cumplido el bicentenario, una antigua pianola nos devuelve sus compases.








