Las tres leyes de la robótica de Isaac Asimov [1] nunca fueron más que ciencia ficción, una ilusión retórica. Quedaron formalmente derogadas desde el primer ataque letal con un dron en Afganistán el año 2001, menos de un mes después del 11 de setiembre. El robot volador erró su blanco —el líder talibán Mullah Omar— pero aniquiló a un número indeterminado de guardaespaldas suyos. El artefacto, hoy pieza histórica en la primera democracia del mundo, cuelga en exhibición desde el techo del Museo Smithsonian en Washington. ¿Qué significa tener como pieza museográfica un artefacto tecnológico hecho para matar? Lo que al visitante que lo observe le parezca. Tal como una catapulta o una espada medieval.
En un museo seguramente acabará también el robot Remotec Andros Mark V A-1, recientemente utilizado para aniquilar al francotirador solitario que asesinó a cinco policías en Dallas. Este dispositivo móvil, que cuesta lo que según Alejandro Toledo le pidió una encuestadora para mejorar su ubicación en los sondeos [2], fue originalmente creado para desactivar bombas sin poner en riesgo vidas humanas. La pasada semana se usó al revés. Acoplándole veinte dólares de explosivo plástico C4 a su brazo móvil se utilizó para fragmentar la humanidad del perpetrador como si fuera mantequilla. El robot suele estar provisto de una cámara. Cuestión de tiempo para que aparezca el video de la expresión de un hombre a punto de ser destruido por una máquina.
Los teóricos contemporáneos de la robótica sostienen que estos operan como mediadores no neutrales entre los humanos y la relación de estos con el mundo. Así como un martillo golpea un clavo o abre una cabeza, un robot se define en su uso. Los soldados en Iraq se refieren a los robots detonadores de bombas como camaradas. El lema de “no dejar a nadie atrás” se aplica también a cuando estas máquinas quedan inoperativas en batalla. Es la razón por la que hay cierto reparo entre los veteranos de guerra con la manera en que se actuó en Dallas. La policía convirtió un robot detonador en un robot bomba, transformando a un camarada en un “suicida”. Los códigos de guerra no son los mismos que se aplican a cuando se va a comprar pan.
Además del campo bélico es en el tema sexual donde los robots serán protagonistas en breve. Se predice que en veinte años habrá un amigable robot sexual en cada hogar, antídoto a infelicidades y divorcios. Pero ya se tramitan patentes macabras, como robots para estos menesteres que representan niños. Una máquina terrorífica.
La reciente muerte robótica a bordo de un auto Tesla que se conducía solo ha planteado un nuevo filón de debate. Por un lado, se discute si el sensor del vehículo no percibió el color blanco del camión que dobló frente a él, estrellándose frontalmente. Pero el verdadero dilema radica en establecer las prioridades de programación del piloto automático de un auto no tripulado. Entre la disyuntiva de atropellar a alguien o salvar la vida de sus pasajeros, ¿cuál debería ser la primera opción del auto robot? Cualquier decisión será sangrienta.
Así lo demuestra en la vida real la manera en que un chofer de combi resuelve el mismo dilema: matar a todos. Reprogramar a los humanos sigue siendo imposible. O inútil.
[1]
A) Un robot no hará daño a un ser humano o permitirá, con su inacción, que un humano resulte dañado.
B) Todo robot obedecerá órdenes recibidas de los humanos, excepto cuando esas órdenes entren en conflicto con la primera ley.
C) Todo robot debe proteger su propia existencia, siempre y cuando esta protección no entre en contradicción con la primera o segunda ley.
[2]
US$ 150 mil, es decir, aproximadamente 937 botellas de whisky Johnnie Walker Etiqueta Azul.