Recuerdos del Bicentenario, por Jaime Bedoya
Recuerdos del Bicentenario, por Jaime Bedoya

Visitar la Casa Rosada figura como la actividad número 40 en el ranking de cosas que hacer según Trip Advisor en Buenos Aires. Entre las dos primeras deberían estar comer carne y beber vino. Disquisición irrelevante a las puertas del palacio gubernamental porteño.

El problema es que no se puede entrar a la casa rosada. El presidente Mauricio Macri ha suspendido las visitas. Al menos hasta que termine de remodelar la Galería de Patriotas Latinoamericanos que la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner dispuso en el hall principal: retratos de Hugo Chávez, Evo Morales, Salvador Allende, el Che Guevara, Juan Domingo Perón y Evita, Diego Maradona y su finado esposo, don Néstor Kirchner. Macri ha decidido trasladar esos retratos al vecino Museo del Bicentenario, también hecho por la Sra. Fernández de Kirchner en el 2011. El Museo del Bicentenario figura en el puesto 34 de cosas que hacer en Buenos Aires [1]. El día mejora.
    
Ocupando el recinto de lo que fuera el fuerte de Buenos Aires de principios del siglo XVII y los restos de la Aduana Taylor, los cinco mil metros cuadrados del lugar se distribuyen en una museografía organizada según una línea de tiempo: desde la revolución de mayo de 1810 hasta el gobierno de la Sra. Fernández de Kirchner. Lo que aproxima la historia al visitante es que se exhiben prendas y objetos reales vinculados al devenir de estos dos siglos: urnas electorales, bandas presidenciales, muebles, publicidad y hasta sombreros, ropa y zapatos de los presidentes argentinos.

Como el museo fue inaugurado por la señora F de K no sorprende el cariño con que recuerda la presidencia de su esposo. Por ejemplo, se le atribuye ser el responsable de “el mayor ciclo del desarrollo en 200 años” de Argentina. En un giro más elegante, presentan el traje de gala, saco de alpaca y zapatitos de charol del presidente Menem. Al lado, el lapicero Bulgari de oro de 18 kilates que este le obsequiara a su sucesor, Fernando de la Rúa, en 1999. 

Y apenas metros más allá, al llegar a la presidencia de Néstor Kirchner, se muestra su traje astroso y sus mocasines ordinarios con los que despachaba, junto al bolígrafo BIC que el expresidente usaba durante el ejercicio de una austera pero productiva gestión que, entre otras cosas, llevó a su señora esposa a la presidencia.

Los problemas de los argentinos que los resuelvan los argentinos. Lo que resulta inevitable es pensar cómo se manejarán temas análogos cuando dentro de unos años —el 2021— le toque al Perú hacer su Museo del Bicentenario.

Si gana Fujimori, el fax del Congreso que recibiera la renuncia a la presidencia de su padre correría el riesgo de ser obviado de la muestra.
Si gana Guzmán, un asesor pudoroso podría vetar la exhibición de su colección de discos de José José.
Si gana Kuczynski, su pasaporte norteamericano difícilmente sería mostrado en una urna.
Si gana Alan, resulta improbable que su título original de doctor luzca enmarcado tras vidrio antibalas.
Si gana Acuña, sería más fácil. Podría exhibir cualquier cosa —la partitura de “Contigo Perú”, el mural del Señor de los Milagros, la piedra de los 12 ángulos, la receta  original del pisco sour— al lado de la resolución de su universidad que validara su coautoría.
     La historia del Perú promete.

[1] Visitar la estatua de Mafalda es la cosa que hacer número 38.

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