Cádiz. Enviado especial. Cada museo tiene su propio ADN. Hay los que sorprenden por sus colecciones basadas en el saqueo a las colonias o a países invadidos. Otros, por los millones gastados por un empresario, sea del siglo XIX o XX, para trasladar a su pinacoteca los tesoros del arte occidental. En el Museo del Prado, su esencia se encuentra en el refinado gusto de la Casa de Austria, nombre con el que se conoce en España a la dinastía Habsburgo, que reinó desde la proclamación de Carlos I en 1516, hasta la muerte sin sucesión directa de Carlos II en 1700. Y la intención de Miguel Falomir, actual director de la fundamental pinacoteca madrileña, es devolverle al arte americano una presencia cada vez mayor en su institución. O, como señala el historiador de arte que participó del reciente Congreso Internacional de la Lengua en Cádiz, acabar con los prejuicios eurocéntricos acuñados en el siglo XIX y volver a los tiempos en que el arte americano compartía las paredes de los palacios, de igual a igual, con las obras de Tiziano y Velásquez.
Se trata de corregir un prejuicio que por dos siglos definió las políticas del museo, que si bien no se desprendió legalmente de su gran colección de pintura proveniente de talleres americanos, sí la depositó en museos de perfil antropológico, como el Museo de América, también en Madrid. “De hecho, no fue lo único que salió del Prado de arte americano”, nos confía Falomir, recordando que el museo en el siglo XIX decidió conservar sus esculturas en material noble, como el mármol y el bronce, y desprenderse de las piezas de madera, ahora exhibidas en el Museo Nacional de Escultura de Valladolid. “En el siglo XXI, pocas cosas son más apreciadas que la escultura policromada y la pintura americana. Si alguien hablara del Prado como un inversor en bolsa, no habríamos dado ni una”, bromea.
Los museos reflejan las idas y vueltas en la crítica y en la historia del Arte. Por ello, la visión contemporánea que se impulsa desde uno de los museos más importantes del mundo es romper con esta división decimonónica y recuperar los vínculos construidos siglos antes entre España y los reinos allende el Atlántico. Una exposición que evidenció tal propósito fue “Tornaviaje”, abierta en El Prado entre octubre de 2021 a febrero de 2022, la primera dedicada por entero al arte americano. “Lo que hicimos fue volver a colgar obras de Velásquez con aquellas realizadas en América, tal como estaban en los palacios de los Habsburgo en el siglo XVII”, explica Falomir. “La exposición no reinventaba nada: solo se volvía a una realidad donde esas divisiones no existían”.
¿Cuándo el Museo del Prado hizo ese examen de conciencia para volver su atención al arte americano?
En un momento relativamente temprano, el museo examinó los pecados que había cometido e intentó paliarnos y no volver a cometerlos. Yo diría que desde hace 10 años hemos comenzado con este proceso.
¿Algo en especial hizo detonar este cambio?
En mi caso, ocurre desde circunstancias personales. Estoy casado con una mujer que se dedica al arte latinoamericano, y luego de llegar a un convencimiento personal, intentamos, de alguna manera, corregir lo que creo algo aterrador: la ignorancia supina que se tiene en España del arte americano. Cuando uno echa la vista atrás, en el siglo pasado había importantes historiadores españoles de arte para quienes América resultaba fundamental. Ahora prácticamente no se encuentra a nadie que lo advierta. Vemos con cierto embarazo cómo en Estados Unidos se vuelven locos con el arte americano, mientras aquí lo ignoramos.
También se ignora la propia historia de la España del siglo XVII. En el Cusco, por ejemplo, es fácil ver a turistas españoles sorprendidos de que España tuviera algo que ver con la historia de la ciudad. El desconocimiento es grave.
Es tremendo. Para mí, enfrentar esto es lo más importante. Y bueno, de alguna manera intentas paliarlo. Eso es lo que intentamos hacer con “Tornaviaje”.
Antes de que se abriera aquella muestra, hubo un hecho muy importante para el Perú: Por primera vez, se colgó en El Prado una obra de pintura cusqueña. Fue “El matrimonio de la ñusta”, en 2019, cuando Perú fue invitado a la feria de Arco. ¿Qué significó para el museo?
“El matrimonio de la ñusta” significó el pistoletazo de salida para una nueva idea del museo de aproximarse a América. Cuando comenté la idea por primera vez, mucha gente me dijo que estaba loco. Antes de la gran presentación en sociedad que significaba la exposición “Tornaviaje”, pensamos que montar esta obra permitiría al público ir asumiendo esta presencia como algo normal.
¿Como crítico de arte, cómo aprecia la pintura cusqueña?
Son imágenes que tienen niveles de significado fundamentales. Una de las cosas que me empeñé al presentar la obra es que no se viera aislada del resto, que estuviera en el centro de la colección junto con pinturas cronológicamente de la misma época, integrada dentro de su contexto histórico. Y la reacción fue muy positiva. Poco después hicimos lo mismo con un gran biombo mexicano, en el mismo espacio, conviviendo con obras europeas coetáneas. Todo aquello fue preparando al público.
¿Hasta que punto cree que el público no encontró “exóticas” aquellas piezas? ¿Cuánto llegaron a entender los visitantes su simbología?
Hay un componente exótico en el arte americano que sorprendió en su momento, pero una de las cosas en las que incidimos fue en su naturalidad. Había una serie de ideas que subyacían detrás de la exposición: era la primera que dedicábamos al arte americano, y tenía que ser algo que apelara al visitante español, una forma de decirle: “esto es algo de lo que tú no sabes nada y que, sin embargo, forma parte de tu vida cotidiana”. Cualquier español vive a menos de 15 kilómetros de una obra de arte americana. Cuántos españoles, en estos días de Semana Santa, salen de procesión detrás de cristos de caña, hechos en América. ¡Y lo ignoran! La premisa era que ninguna obra de la exposición debía venir de fuera de España. Todas debían haber llegado antes de 1800. Son obras tan integradas en nuestra cultura, que incluso debíamos recordarles a sus propietarios su procedencia americana, porque lo ignoraban. Es la idea de que lo americano forma parte de lo español. Por otro lado, también se trataba de atender una realidad social y demográfica completamente nueva: en los últimos 20 años, un país tradicionalmente de emigrantes como España, se ha convertido en un país de inmigrantes. Los latinoamericanos han pasado a ser, en algunas ciudades como Madrid, casi un 20% de la población. De hecho, una de las cosas que percibimos fue que la exposición atrajo, por primera vez al museo, a visitantes de origen americano que hasta entonces consideraban al Prado como algo ajeno a su tradición, a su cultura. En ese sentido, satisfizo los propósitos que nos habíamos marcado.
Además de las exposiciones, esta actual política del museo viene tejiendo relaciones con instituciones americanas, como el Museo de Osma, por ejemplo, que recientemente recibió equipos donados por El Prado. ¿Qué sigue después en el camino abierto por “Tornaviaje”?
Nos dimos cuenta que el Museo del Prado no solo debía prestar mucha mayor atención al arte americano sino que teníamos una relación afectiva muy fuerte con la América hispana. Eso que siempre supimos lo constatamos de forma extraordinaria durante la pandemia, cuando volcamos toda nuestra actividad en redes y nos dimos cuenta del consumo masivo que había desde esta región. Me atrevería a decir que el Museo del Prado es el museo de pintura antigua de los hispanohablantes. En Hispanoamérica hay muy buenos museos de arte contemporáneo, pero no hay muchos de pintura antigua, cuyo imaginario cultural y religioso facilita mucho nuestra relación con la región. ¿Cómo queremos plasmar esa relación? Tenemos exposiciones para el gran público, como es “El Prado en las calles”, que hicimos prácticamente en todos los países de América hispana. Asimismo, tenemos colaboraciones puntuales con museos, una serie de becas destinadas exclusivamente a profesionales de los museos de la región sea en restauración, conservación o gestión. Patrocinada por Iberdrola, vamos a abrir becas exclusivamente para profesionales peruanos en restauración. Y de allí a más.
¿Hay alguna obra peruana de ese periodo que le llame especialmente la atención?
He tenido la suerte de estar en el Perú varias veces, y la verdad me he quedado muy impresionado. Todo lo que es pintura cusqueña me llama la atención. Su conocimiento de la pintura europea probablemente a partir de estampas, y cómo aquello fue objeto de una reelaboración absolutamente increíble. También sorprende encontrarte obras tan europeas como pueden ser los frescos de Vitti, por ejemplo, en el convento de San Francisco. Son algo absolutamente maravilloso.
Dentro del patrimonio del Museo del Prado, hay una obra especialmente potente para ver las diferencias que separan a un pueblo: el “Duelo a garrotazos” de Francisco de Goya. Es un cuadro que se menciona mucho para entender los momentos de crisis política en España. Por supuesto, funciona también en el Perú…
No hay ninguna imagen mas recurrente, cada vez que se habla de la situación política española, que el “Duelo a garrotazos” de Goya. Como todo clásico, genera en cada momento lecturas distintas. De alguna manera, los dos grandísimos activos del Museo del Prado son Velásquez y Goya. Mas allá de los gustos particulares, si el mundo es feliz, si la economía va bien, Velásquez se dispara. Todo el mundo quiere disfrutar del puro esteticismo de un pintor superlativo y maravilloso. Pero si la economía va mal, si hay crisis o guerras, es Goya el que se dispara. Y desde 2007, estamos en un periodo Goya. Si uno ve las solicitudes de préstamo que hacen al Museo del Prado, podrás ver cómo anda la situación mundial a lo largo de los años. Y ahora estamos en un momento claramente goyesco, sobre todo de ese Goya final.
Goya podría ser el psicoanalista de España.
De España y del mundo contemporáneo podría decir. Cuando uno piensa en la guerra de Ucrania, por ejemplo, entre las fotografías recientes y “Los desastres de la guerra”, te tocan más los grabados de Goya. En ese sentido, entiendo que Goya puede ser “peligroso” desde un punto de vista psicológico para quien lo contempla.
¿Finalmente, cómo resuelve el Museo del Prado el problema de sobrevivir a su éxito?
Quien dirige una institución cultural no puede quejarse de que le visite mucha gente, esa es su misión. El gran reto de los directores de museos como El Prado o de lugares arqueológicos como Machu Picchu o Pompeya, espacios que, de alguna manera, forman parte del imaginario de la gente convencida en que tiene que visitarlos alguna vez en su vida, es cómo hacer compatible ese numero creciente de visitantes manteniendo elevados niveles de calidad de visita. Para nosotros es maravilloso haber superado los niveles de visita prepandémicos, pero reconocemos que en 2019, nuestro mejor año, nos acercamos al punto de saturación. El reto es como gestionar eso. Y no es fácil por una razón muy sencilla: Una vez que traspasa el umbral del museo, el visitante es soberano: puede visitar las salas que quiera en el orden que quiera, y puede detenerse frente a cualquier cuadro por el tiempo que necesite. Y gestionar esto es muy difícil para nosotros. El otro día estaba con la directora del Louvre, que me decía que habían puesto un límite de treinta mil visitantes diarios. ¡Treinta mil visitantes diarios para ver a la Mona lisa! Repito: es un reto, y no tiene solución fácil.
Y usted tiene que encontrarla...
Intentaré encontrar lo que funcione para el Prado, que no tiene porqué funcionar lo mismo para todos los museos. Cada institución tiene que ser muy consciente de sí misma.
Llegó a la dirección del Prado con el encargo de organizar en pocos meses la celebración de su bicentenario. Poco después enfrentó la pandemia y ahora la recuperación del museo. Fueron años duros, ¿verdad?
No me he aburrido. Vuelvo al tema de cómo mantener la calidad de una visita. Es algo accesorio: mi predecesor, con muy buen criterio, decidió prohibir hacer fotos en el museo. No se trata de una cuestión de derechos de imagen, pues puedes descargar todas nuestras obras gratis de la página web. Se trataba que, cuando fueras al museo del Prado, no te encuentres con doscientas cámaras delante. Yo llegué a la dirección hace 6 años, y en aquel momento, cada mes recibía sin falta cartas o notas en el periódico diciendo, “Señor Falomir, no sea troglodita, estamos en el siglo XXI, déjenos tomar fotos”. Ese tipo de quejas han ido menguando hasta prácticamente desaparecer. Ahora lo que recibo son mensajes de felicitación, que nos animan a seguir así, sin dejar hacer fotos, porque comparados con otros museos, en El Prado todavía se pueden ver los cuadros. Incluso hay colegas extranjeros que han empezado a adoptar esta decisión.
Debo confesar mi crimen: el más hermoso retrato que he tomado de mi hija tiene a “Las meninas” como fondo.
Bueno, a todo el mundo le gusta que su hija aparezca al lado de la infanta Margarita (ríe). Aunque luego tuvo una vida corta y aciaga. ¡Qué le vamos a hacer!
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