The Enemy, conformado por Alec Bathgate, Chris Knox, Mick Dawson y Mike Dooley es considerada la banda que dio inicio al sonido Dunedin. [Foto: Facebook oficial de The Enemy]
The Enemy, conformado por Alec Bathgate, Chris Knox, Mick Dawson y Mike Dooley es considerada la banda que dio inicio al sonido Dunedin. [Foto: Facebook oficial de The Enemy]


Por Percy Chávez Alzamora​

1982 es un año que ahora todos recordamos: el del último Mundial del Perú. Recuerdo el gol del Panadero Díaz y recuerdo la cabeza pelada de Lato. Y también que Nueva Zelanda quedó penúltimo en ese torneo. “Al menos no somos Nueva Zelanda”, nos consolábamos mi hermano y yo. Tenía nueve años y después de la eliminación empecé a escuchar música por mi cuenta, lo que quiere decir que dejé las baladas que ponían mis padres. Perú no volvió a un Mundial y yo dejé de oír a Raphael y a Camilo Sesto. El triunfo y la derrota van siempre de la mano.

En la misma época que el país se preparaba para jugar las eliminatorias de España 82, en Nueva Zelanda empezó a forjarse lo que posteriormente se llamaría el sonido Dunedin. El Negro La Rosa cerraba los ojos para meter un gol en El Campín de Bogotá y, al otro lado del mundo, un grupo de jóvenes de la Universidad de Otago, en Dunedin, se juntaba en bares y locales semivacíos, se agolpaba en sótanos, tomaba por asalto viejos almacenes. Con una grabadora maltrecha, sus guitarras, sus viejos micros y sus baterías gastadas, dieron inicio a aquel movimiento musical poco conocido. ¿A estos universitarios les interesaba el fútbol? No lo sé, pero está claro que lo suyo era la canción pop.

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Chris Knox, Alec Bathgate, los hermanos Kilgour, Robert Scott, Martin Phillips y Graeme Downes no son nombres de la selección neozelandesa de fútbol del 82, sino los tipos que formaron bandas como The Enemy, Toy Love, Tall Dwarfs, The Clean, The Chills, The Bats, The Verlaines. Todos eran jóvenes, todos eran amigos y a todos les gustaba el punk.

Octubre de 1979. Foto de los miembros de Toy Love en Christchurch. [Foto:Facebook AudioCulture]
Octubre de 1979. Foto de los miembros de Toy Love en Christchurch. [Foto:Facebook AudioCulture]

Las bandas compartían estudio, bebían y tocaban en los mismos bares (principalmente en The Pitz), se prestaban los instrumentos, grababan en el mismo sello (Flying Nun), en una especie de comunidad que no estaba guiada por ideales de amor y paz, siempre engañosos y estereotipados, sino por algo más fugaz y, quizá por eso, con más asidero en la memoria: la música. Una música que mezclaba la juventud con el atrevimiento y el desparpajo, con las ganas de vivir a toda costa, con los referentes musicales, con la ropa que usaban, con sensaciones y elementos que solo se tienen cuando se es joven e inconsciente, ignorante y feliz.

Ya pues doctor, deme un tiro / me siento helado, me siento acalorado / me dijo chico, tienes que aprender / primero yo y luego tu turno (“Anything could happen”, The Clean). Hay una historia que cuenta Greg Milner en El sonido y la perfección acerca del disco Nebraska de Bruce Springsteen. En el sótano de su casa, en un radiocassette, Springsteen compuso y grabó la maqueta de lo que sería Nebraska. Se metió la cinta en el bolsillo del pantalón y la olvidó. Unos días después, sentado en una canoa en el medio de un pantano, se le cayó la cinta al agua. Pudo encontrarla y vio que el material aparentemente no se había dañado. Cuando llegó al estudio de grabación, Springsteen tenía una cosa clara: el sonido que salía de ese radiocassette, metido varios días en el bolsillo de un pantalón y pasado por agua, era el sonido que quería tener en Nebraska.

Los miembros de The Clean [Foto: Facebook]
Los miembros de The Clean [Foto: Facebook]

El sonido Dunedin parece como si hubiera emergido de las aguas pantanosas e infectadas de cocodrilos de Nueva Zelanda. Un sonido claramente sucio, registrado con un viejo grabador de seis pistas, en que el margen de error es quizá la definición del sonido mismo. Esta falta de pulcritud en la grabación se vio contrastada por la ferocidad en la interpretación; por canciones llenas de vértigo, en las que la técnica daba paso al ímpetu, a la demencia, a la emoción, a la pasión, a la libertad. La fuerza de la interpretación, antes que la tonalidad. Tocaban en locales semivacíos sin saber que años después su música sería una influencia importante para grupos de la talla de Yo la tengo o Pavement.

                           —Hijos de la Velvet y el punk—
Era 1977 y el punk se expandía con fuerza. Habían pasado ya ocho años desde el primer disco de los Stooges, y la Velvet Underground estaba en proceso de consolidarse como una banda referencial entre los músicos, haciendo realidad la afirmación de Brian Eno sobre su primer disco: “Apenas vendió 30 mil copias, pero cada uno de los que compraron el disco formó una banda”. En este contexto, Chris Knox, un tipo con el pelo rapado, ojos de loco y desaliñado, aparece en la escena musical neozelandesa con The Enemy, banda que no llegó a grabar ningún disco oficial, pero cuyos conciertos en bares universitarios fueron el detonante del sonido Dunedin.

¿Qué carajos puedes hacer cuando nadie en la ciudad te soporta?/¿Cómo te sientes, como un gusano, una roca o un rey? (“Crush”, Tall Dwarfs)

The Chills en un concierto en Wellington en 1980. [Foto: Facebook]
The Chills en un concierto en Wellington en 1980. [Foto: Facebook]

El caos y la furia de The Enemy se trasladaron a Toy Love, donde la actitud contestataria fue mutando poco a poco hacia la experimentación melódica. Los conciertos seguían siendo caóticos como peleas callejeras, pero las canciones empezaron a adquirir cierto eco de los Byrds y de las guitarras de Television. Un año después, formarían Tall Dwarfs, una banda que volcó toda esa irreverencia en la exploración musical, dejando de lado la batería, y utilizando para la percusión cualquier objeto que tuvieran a la mano.
La música de Chris Knox, que se inicia con una clara tendencia punk en The Enemy, muta cuatro años después hacia la exploración sonora en Tall Dwarfs. Lo que empezó como caos y ruido y furia termina apaciguado en frugalidad.

Si algunos dicen que el punk nació en Perú con los Saicos, el indie nació con los Clean (1978). Conformado por los hermanos Hamish y David Kilgour, y Robert Scott, en 1981, la banda lanzó su primer single, “Tally Oh”, una canción que empieza con un sonido de teclado irrebatible, una invitación al baile y al olvido. Su primer álbum contiene cinco temas infalibles, influidos por la libertad y el caos del punk y la psicodelia. Canciones cortas, de entre dos y tres minutos la mayoría, canciones para coger valor, para días de sol y cervezas, adictivas, fugaces, que te hacen querer más y más… ¿Qué? No sé, pero tampoco importa. Canciones que te dejan la sensación de que todo va a estar bien, pase lo que pase, todo va a estar bien.

The Bats durante la filmación de un vídeo
The Bats durante la filmación de un vídeo

Las primeras bandas de Chris Knox (The Enemy, Toy Love, Tall Dwarfs) y The Clean marcaron la línea del sonido Dunedin. Hubo otros que surgieron a partir del camino iniciado por ellos, grupos como The Chills (quizá los más reconocidos en la escena americana y británica), The Verlaines (con la sombra de Joy Division entre sus canciones) o The Bats, escorado a la sencillez y a la melodía, creando canciones perfectas de pop.

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¿Qué hace falta para crear pop de gran calidad? Se preguntaba Bob Stanley en Yeah! Yeah! Yeah!, su monumental libro sobre pop. Quizás necesitemos volver al fútbol para responder esa cuestión. Porque ¿no es una perfecta canción pop lo más parecido al gol? Es precisa, efímera y fugaz a la vez; es idílica; se expresa en el grito desaforado; necesita de un público que se identifique; invita al baile y a la euforia; es adictiva y siempre quieres más. Y no tenerlo genera frustración. Igual que el gol.

Nueva Zelanda también asistió al último Mundial al que fue el Perú. No hizo ningún gol. Todos sus goles de esa época fueron canciones pop. 35 años después, las cosas en el fútbol y en la música han cambiado. En La fábrica de canciones, John Seabrook dice que ahora si una canción no te engancha en los primeros siete segundos, se pasa a otra, por lo que se trata de enganchar al público lo antes posible. Hace 35 años, el público daba más tiempo a una canción antes de cambiar el dial. Times are changing. Pero si Perú ha esperado 35 años para componer su canción, queremos que sea pegadiza, que sea demencial, que sea inolvidable. Queremos que sea pop.

The Verlaines
The Verlaines

Playlist intencionada para aproximarse al sonido Dunedin

“Tally Ho”, The Clean
“Nothing is gonna happen”, Tall Dwarfs
“For the love of Ash Grey”, The Verlaines
“My way”, The Bats
“Sheep”, Toy Love
“Stars”, The Clean
“I go wild”, The Bats
“Kaleidoskope world”, The Chills
“Beatknik”, The Clean
“Crush”, Tall Dwarfs
“Anything could happen”, The Clean
“Ache”, Chris Knox


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