Enorme pérdida acaba de sufrir la cultura peruana con el fallecimiento de don José Agustín de la Puente Candamo (1922-2020), abogado, historiador, maestro universitario y profundo creyente de aquellos valores republicanos que inspiraron ideológicamente a los que fundaron nuestra República, que tanto los conocía a través de la lectura de sus textos, de escudriñar su agónica lucha, en su legado por construir una sociedad que apostara a ser gobernada por instituciones, no por personas, menos aún por caudillos. Así nos repetía en sus clases el profesor De la Puente cuando nos hablaba de los desvelos del general José de San Martín, muy preocupado por el escenario social de su tiempo, a quien estudió en sus años de juventud, y nunca perdió de vista, no solo en sus libros ya maduros, sino en sus innumerables reflexiones sobre el destino del Perú.
Acaso esa pasión por San Martín, el libertador que nunca buscó el poder, aquel que, viendo que su presencia ya perturbaba a los actores políticos de aquellos años, sintió el deber de alejarse para que los peruanos buscaran su propio camino a la libertad, hizo que don José Agustín también se dedicara a reconstruir, con suma erudición, la vida de Miguel Grau, quien, a pesar del errático devenir de nuestra temprana República, personificaba la excepción, lo que deberíamos ser, la suma de valores del buen ciudadano, de aquel que, hasta el final lucha por cumplir, sin ningún interés personal, su deber con la Nación.
Sus aportes en la vida académica
Esas fueron las luces que guiaron la trayectoria del enorme peruano que fue el doctor De la Puente, al que ya extrañamos. No puede entenderse la trayectoria de algunas instituciones nacionales sin su aporte, como la Pontificia Universidad Católica del Perú, el Instituto Riva-Agüero o la Academia Nacional de la Historia. Es más, sin ninguna exageración, podríamos decir que él personificaba los valores que llevaron aquel grupo de profesores, liderados por el padre Jorge Dintilhac, a fundar la PUCP en 1917, como una casa de estudios abierta al conocimiento sin perder el horizonte del mensaje cristiano, el diálogo entre la fe y la razón. Cómo no recordar, además, su valioso a porte a la Comisión Nacional del Sesquicentenario de la Independencia, hace poco más de 50 años, la que realizó una labor encomiable en impulsar un cronograma de conmemoraciones y a publicar una invalorable colección documental para el estudio del proceso emancipador peruano.
Entretenidas clases y tertulias
Atento al pensamiento de Bartolomé Herrera y de Manuel Pardo, y de las enseñanzas directas de José de la Riva-Agüero y Víctor Andrés Belaunde, estos últimos a quienes conoció y frecuentó, el doctor De la Puente fue testigo de excepción del siglo XX peruano, como cuando nos contaba cómo vio, muy chico, los disturbios en Lima aquel último domingo de agosto de 1930 en que cayó el presidente Augusto B. Leguía.
No solo le debemos a don José Agustín una apreciable bibliografía sobre el Perú republicano, sus reflexivas clases o sus entretenidas tertulias, sino también esa sabiduría que despliegan los hombres de bien, los tributarios de la mesura, del juicio justo, de aquellos que son ajenos a cualquier frase o valoración destemplada, enemigos de toda figuración o apetito subalterno. Ahora que arrecia el Bicentenario, y que nos encuentra sin rumbo definido, por qué no pensar en un Perú más integrado, más dialogante, con buenas prácticas ciudadanas y mejor gobernado, como también lo quiso el doctor De la Puente. Paz en su memoria y consuelo a su familia, que tuvo la dicha de disfrutarlo como luz de vida.