El escritor uruguayo Juan Carlos Onetti decía que las únicas palabras que merecen existir son las palabras mejores que el silencio. Y el estruendo del silencio es el que sacude con aplausos, de tiempo en tiempo, la plaza San Martín, gracias al eterno retorno del mimo mayor, Jorge Acuña Paredes, el hombre cara blanca que siempre vuelve a sus orígenes para sentir de cerca al espectador de a pie, al que no sabe o no puede asistir a salas con telones de terciopelo.
Tras pasearse y triunfar por plazas de Europa, llegó hace seis meses de Suecia, donde radica con su familia desde hace más de 30 años. Como en períodos anteriores en los que venía a recargar energía respirando la brisa en la costa de Barranco, programó presentaciones en la plaza San Martín, su reino donde no tiene súbditos sino un público que vino de abajo igual que él y al que dirige, en silencio y en clave de humor, mensajes de corte social y a veces contestatario.
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“La sopita” y “La carta” son dos de las obras callejeras que el maestro de la pantomima Jorge Acuña, ex integrante del grupo Histrión y egresado de la Escuela Nacional de Arte Dramático, suele presentar cuando incursiona en la plaza San Martín.
Hasta ahí, donde aparece la risa más desdentada o se oprime más el corazón estrujado y golpeado del espectador callejero, llegó el niño de 5 años que, asombrado, vio a la salida de su casa, en un barrio pobre de Iquitos, algo que lo marcaría para siempre: hilarantes zapatos rojos, un par de zancos altísimos, camisa de colores, nariz roja como la sangre y peluca zanahoria. El gigante recostaba el codo en el techo de dos aguas. “Me llamo Fushico y anuncio la llegada del circo a tu pueblo”, le dijo aquel portento, en lo que el mimo considera su primer empujón hacia el arte escénico.
Al igual que el 22 de noviembre de 1968, cuando actuó por primera vez en la plaza San Martín, el último sábado delimitó su territorio en un gran círculo de tiza. La calle ya no le parece tan incierta como en aquella época en la que decidió tomarla por falta de monedas y de apoyo a los grupos teatrales, realidad que su maestro Sebastián Salazar Bondy le explicara en una charla descarnada. La plaza y el mimo se acompañaron sin interrupciones por 12 largos años.
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El mimo Jorge Acuña en una escena de la década del 70 en la plaza San Martín.
“Yo creía que la calle era el final de todo, pero luego entendí que tan solo es el comienzo de todo”, comenta el experimentado mimo. “Un actor que no conoce el silencio nunca logrará ser un buen actor”, reflexiona.
Acuña no olvida que el jefe policial que lo perseguía continuamente por reunir gente lloró en silencio cuando le dijo que se iba a Suecia “para siempre”. Siente que perfeccionó sus gestos actuando para campesinos ayacuchanos, a mitad de los años 60. En una reciente entrevista, dijo: “No voy a tener vejez porque encuentro poesía a cada momento. Eso es la juventud eterna”. Este domingo retorna a Suecia, pero promete volver.