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La historia de los adolescentes italianos que llegaron de vacaciones a Perú para construir casas en zonas vulnerables de Lima y Cañete
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Una nueva ayuda está llegando al Perú. Esta vez se trata de adolescentes del extranjero que han decidido pasar sus vacaciones realizando servicio social en Lima y Cañete. Son 120 jóvenes provenientes de Italia que han venido al país con el propósito de construir viviendas, espacios recreativos y regalar sonrisas. Todos ellos forman parte de la ONG Wecare.
Algunos de estos voluntarios llevan semanas colaborando en diversas obras, desde inicios de junio. Con pala y carretilla en mano, están construyendo una cancha de fútbol para los niños de las zonas más vulnerables de la capital. Otro grupo está levantando muros de contención de 40 metros de largo para proteger viviendas de posibles deslizamientos de tierra ocasionados por el clima. Estas estructuras no solo resguardan a las familias, sino también la carretera, que es la única vía de acceso para los automóviles y, sobre todo, para los camiones cisterna que abastecen de agua a la comunidad.
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Con sus acciones, estos jóvenes transforman la vida de niños y adultos en situación de pobreza, mientras desarrollan su conciencia social. Así, refuerzan su propósito como voluntarios y ciudadanos del mundo. El trabajo no acaba ahí: una vez terminadas la cancha de fútbol y el muro de contención, se trasladarán a distintos asentamientos humanos para construir 16 casas de madera de 24 metros cuadrados destinadas a familias en situación de extrema pobreza.
Esta iniciativa es posible gracias a la ONG Wecare, que moviliza a más de 700 voluntarios cada año en seis países: Perú, Argentina, Brasil, Albania, Ruanda y Camerún. Además, cuenta con 150 voluntarios activos en Italia. Su misión es que los participantes vivan experiencias que les permitan tener una nueva perspectiva sobre sí mismos y sus relaciones con los demás.

Wecare tiene una larga historia en el Perú. Algunos de sus voluntarios llevan más de 15 años viajando al país de forma regular para construir viviendas, escaleras, espacios multifuncionales y, sobre todo, para llevar esperanza a personas en situación de vulnerabilidad.
En esta ocasión, los esfuerzos están concentrados en dos zonas: el barrio de Pamplona, en Lima, y San Vicente de Cañete, a pocas horas de la capital. Allí, los jóvenes trabajan en equipo todos los días con el objetivo de donar nuevos espacios y estructuras a las comunidades locales. Al mismo tiempo, forjan lazos y amistades auténticas que marcan sus vidas para siempre.

En una entrevista con El Comercio, el director de la ONG Wecare, Fernando Lozada Baldoceda, contó cómo nació esta iniciativa. “Wecare existe desde el 2005. Nació en Italia como un proyecto de voluntariado internacional muy pequeño; fue una iniciativa mía. Yo soy peruano y me mudé a Italia en el 2001 para estudiar Filosofía. Siempre tuve una sensibilidad social y, como peruano, quise empezar por el Perú para llevar voluntarios extranjeros”, relató.
La organización comenzó con un grupo reducido y fue creciendo con el tiempo. “Como digo, partió como algo muy pequeño. Empezamos siendo tres; al año siguiente, nueve; y poco a poco fuimos creciendo. Los jóvenes voluntarios se preparan para enfrentar los retos sociales y emocionales de trabajar en contextos de alta vulnerabilidad. Desde que se inscriben, realizamos encuentros mensuales donde se les brinda información y orientación. Pero no es hasta que llegan que realmente toman conciencia de la dura realidad que viven muchas personas en situación de vulnerabilidad en el Perú”, explicó.
Según Lozada, los jóvenes muestran una gran apertura para esta experiencia transformadora. “Como son jóvenes, son más receptivos y libres, a diferencia de algunos adultos que pueden tener prejuicios o miedos. Los voluntarios viven un verdadero encuentro entre culturas y contextos sociales distintos, pero llegan con una gran disposición y alegría. No están acostumbrados a este tipo de trabajo físico, pero lo hacen con entusiasmo. Se llevan una experiencia de crecimiento humano y crean vínculos con las personas del Perú”, afirmó.

Sobre cómo se eligen los proyectos y comunidades beneficiadas, el director detalló que existe una doble evaluación: internacional y local. “Desde el ámbito internacional, priorizamos que sean zonas seguras para los chicos, ya que son menores de entre 14 y 17 años. También seleccionamos proyectos que puedan ser realizados por ellos, siempre con el acompañamiento de maestros de obra locales. Y desde el lado local, trabajamos con una organización aliada que nos propone iniciativas; Wecare las evalúa y da el visto bueno, considerando siempre la seguridad y la viabilidad del proyecto para los adolescentes”, indicó.
Los lazos que se crean entre voluntarios y vecinos de las comunidades son muy valiosos. “Los vínculos que se generan entre los voluntarios y las comunidades locales son de amistad, afecto y cercanía. Hay un verdadero enriquecimiento mutuo. Cuando llegamos a los asentamientos humanos, es realmente conmovedor ver la alegría que los voluntarios llevan al ambiente, sobre todo en contextos de extrema pobreza. Además, muchas veces los vecinos cocinan para ellos y comparten momentos muy acogedores”, agregó.

Fernando también señaló que los peruanos interesados en sumarse pueden hacerlo a través de Wecare Perú, creada recientemente. “Desde diciembre del año pasado contamos con Wecare Perú, con el propósito de recibir donaciones. Es importante donar nuestro tiempo, pero también recursos. Este es un trabajo que debe hacerse en conjunto. Estas iniciativas no solo ayudan a cambiar realidades marcadas por la injusticia social, sino que también transforman la educación y la conciencia de quienes participan. Es fundamental hacer un llamado a la solidaridad entre todos los peruanos”, concluyó.
Una de las voluntarias, Sofía Mezzaroma, contó a El Comercio que quien más la motivó a vivir esta experiencia fue su hermano, quien le mostró una realidad completamente distinta. “Me ayudó a abrir la mente y salir de mi zona de confort. Me impulsó a ponerme a prueba para ayudar a personas necesitadas. Personalmente, soy muy sensible, y me he dado cuenta de que estas personas, aunque no tienen mucho, transmiten una felicidad inmensa”, expresó.

“Las personas aquí enfrentan a diario situaciones que nadie puede imaginar, y escuchar sus historias contadas por ellos mismos te hace sentir impotente, como si no pudieras hacer nada para ayudarlos. Esa es una sensación devastadora. Esta experiencia me cambió por completo. Siempre he sido alguien abierta a nuevas vivencias, pero nunca había tenido la oportunidad de retarme tanto ni de enfrentar situaciones tan desconocidas para mí”, agregó.
Por su parte, la voluntaria Linda Catella compartió que llegar a un lugar que no es su hogar, y donde no conoce a nadie, le permitió darse cuenta de cuánto puede impactar su presencia en la vida de personas que viven de una forma muy distinta. “Lo más gratificante ha sido venir aquí y ver que, a pesar de las condiciones de pobreza en las que viven, siempre están felices, dispuestos a recibirte, abrazarte, a dar y recibir amor. Es algo que no esperas de personas que no conoces”, relató.
“Sin duda volveré a casa con la conciencia de lo afortunada que soy, de lo importante que es estar más cerca de mi familia, y sobre todo, de que incluso en los momentos más difíciles debo intentar sacar esa parte de mí que es feliz. Porque ver a las personas aquí, viviendo en condiciones tan críticas, pero siempre con una sonrisa, siempre dispuestas a amar y bromear, te hace entender que uno debe dar lo mejor de sí todos los días, aunque sea difícil”, concluyó.











