Darwin Condori se suicidó utilizando la misma correa que vestía cuando estaba de servicio como policía encubierto. Hace cuatro días dejó de existir luego de ahorcarse en un un rack de televisor, dentro de un cuarto de hostal de paso en San Juan de Lurigancho. Se mató por temor a ser condenado a prisión por el atroz crimen que había cometido en su pequeño cuarto de Comas, el mismo que usaba para violar a mujeres, justo al lado de su arma de reglamento y uniformes policiales.
Él era un sujeto que disfrutaba de tomarse fotos o videos cantando canciones de desamor; se mostraba bastante melancólico. Constantemente cambiaba sus peinados y no dudaba en posar ante la cámara para generar contenido en sus redes sociales, un medio al que recurría para contactar chicas que podía considerar como potenciales víctimas: así conoció a Sheyla Cóndor, la joven de 27 años que mató y desmembró el pasado 13 de noviembre.
Aún no está claro cómo o a través de qué perfil se conocieron, pero sí existe la certeza de que iniciaron coordinaciones, a través de una aplicación de mensajería, para encontrarse desde el pasado lunes. Condori, quien era un suboficial de tercera de la Policía Nacional del Perú e integraba el Grupo Terna, era insistente con Sheyla. Le preguntaba constantemente si iría hasta su departamento en Comas para beber algo.
A las once de la mañana del lunes 11 de noviembre le escribió y le dijo:
-Vendrás
-Eres de la perrita, respondió Sheyla.
-Sí.
-Cuánto cuesta el pasaje y cuántas horas, agregó la joven.
Desde esa mañana, y durante dos días, coordinarían su encuentro. Sheyla se mostraba bastante desconfiada. “Envíame una foto y tu nombre completo”, le escribió al policía. Él solo le respondió con uno de sus videos melancólicos y de desamor que grababa para su perfil de Tik Tok. “Sin efectos. Cuál es tu nombre”, le volvió a escribir ella, pero fue ignorada. Pese a que ese día conversaron bastante, no se pudo concretar el encuentro y acordaron programarlo para el día miércoles 13, en la vivienda de Condori.
La noche anterior a la fecha pactada, el policía le envió una serie de mensajes consultándole -otra vez- si efectivamente iría a su casa como acordaron. Sheyla le respondió que sí y desde temprano. “Qué hora aprox. A las 8″, le dijo él. Ella no lo sabía, pero ese mismo día Condori la asesinaría cruelmente para luego descuartizarla en su baño, empaquetar su cuerpo y guardarlo en tres equipajes diferentes debajo de su cama: una maleta de 23 kilos, un morral negro y otro de color verde con amarillo.
Claramente ansioso, el miércoles le escribió puntual a Sheyla para asegurarse si iría a verlo como acordaron. Ella respondió que sí y él de inmediato dio una serie de indicaciones para que pueda llegar a Comas desde Santa Anita, distrito donde ella residía. Entre las 3:30 p.m. y 4:00 p.m., la joven emprendió su viaje hacia la casa de Condori e incluso le compartió su ubicación. Luego de una hora de viaje, llegó. Ese día ella salió de casa, despidiéndose rápido, solo comunicando que volvería. Ahí nunca más la volvieron a ver con vida.
Ambos ingresaron al condominio Las Praderas, donde Condori residía. Él la esperaba en la puerta con su perrita en brazos. Ella llegó vestida con una blusa celeste, un jean azul y zapatillas. Estaba sonriente, aunque guardaba su distancia. Las cámaras de seguridad del complejo de viviendas captaron los últimos movimientos de la joven, desde su entrada a la torre hasta la puerta del departamento del policía. Él compró una gaseosa y bebidas alcohólicas para su encuentro; ella solo estaba enfocada en acariciar a la pequeña mascota del suboficial.
Condori operaba así: invitaba a mujeres a su departamento, les daba bebidas alcohólicas, las hacía sentir en confianza y luego les pedía que tomen unas copas de despedida. En el último trago que él mismo servía, las dopaba para violentarlas. Ellas luego se despertaban y se daban cuenta de lo sucedido. Algunas decidieron denunciarlo, otras -por temor o vergüenza- no.
La policía sostiene la hipótesis de que el suboficial intentó abusar de Sheyla y ella puso resistencia. Lo que no se sabe es si es que fue dopada e incluso en ese estado intentó defenderse y él respondió golpeándole la cabeza o asfixiándola, situación que le provocó la muerte. Tampoco se sabe si producto de ese forcejeo él resultó con los moretones que se le detectaron al momento que se lo encontró muerto en San Juan de Lurigancho.
Lo concreto es que ese fatídico miércoles, luego de beber licor, Condori la asesinó y decidió que el mejor método para deshacerse del cadáver era descuartizándolo para luego desecharlo o incineralo. No fue hasta el día siguiente que la familia de Sheyla notó su ausencia. “Yo sentía que algo malo había pasado. Ella no era de desaparecer así nomás”, contó su madre a este Diario.
Esa mañana, mientras que en casa de Sheyla se preguntaban sobre su paradero, Darwin se trasladaba desde Comas hasta la entrada de San Juan de Lurigancho, Acho, para recoger un carro que le había alquilado a un colega suyo por unos días. En él planeaba sacar el cuerpo cercenado de su víctima. Le dio S/100 soles al apoderado del vehículo, lo tomó y se fue.
Las horas para él eran claves; no podía dejar pasar ningún detalle o acción. Para disimular el olor fétido que emanaba su baño, y evitar sospechas entre sus compañeros de departamento, les comentó que su inodoro estaba atorado. Según las declaraciones de ellos, no le tomaron importancia a lo que comentó. Al otro lado de la pared del baño de visitas, Condori guardaba y embalaba parte por parte del cuerpo de Sheyla en bolsas negras, luego las envolvía en papel film y finalmente les colocaba cinta para evitar algún derrame.
Hizo eso con casi todo el cuerpo de la mujer. Luego colocó las partes seccionadas en tres maletas diferentes. En Santa Anita, su madre Elsa y su tía intentaban colocar una denuncia por desaparición en la comisaría pero ahí le mencionaron que probablemente ella se había ido con un chico. Ellas no se quedaron de brazos cruzados y decidieron seguir investigando la inusual desaparición de Sheyla.
Al otro lado de la capital, los medios esperaban ansiosos la llegada del mandatario estadounidense Joe Biden, mientras que una gran mayoría de las fuerzas policiales resguardaban el Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC) y las rutas de los participantes. Aprovechando esa libertad en las calles, Condori continuó maquinando su plan de desaparición del cadáver.
“Yo insistí hablando, hasta llorando, pero nada. No aceptaron la denuncia”, contó Elsa. El día 15 se acercó de nuevo a la comisaría, esta vez con pruebas. Su hija había dejado iniciada su sesión de WhatsApp Web, donde logró leer una conversación con un sujeto que coordina un encuentro con ella. Ahí se enteró que se fue a Comas, a un condominio. Tenía la foto y el número del hombre; solo faltaba que la policía recepcionara su denuncia, pero una vez más la rechazaron.
En la comisaría de Santa Anita su denuncia fue subestimada. Le dijeron que, como no había desaparecido en dicha jurisdicción, mejor se acerque a la comisaría de Santa Luzmila en Comas. Desesperada se trasladó hasta el otro extremo de la ciudad. Ahí intentó colocar una denuncia directa contra el hombre con el que su hija se reunió, el policía Darwin Marx Condori Antezana, pero fue imposible porque los policías del lugar le comentaron que si en dos días aparecía su hija, la podrían denunciar por difamación.
Elsa sabía con quién se había reunido su hija, dónde había ido y en qué departamento estaba, pero narró que la policía no tomó en cuenta su pedido de ayuda. Para ese entonces habían pasado 72 horas desde la última vez que la vieron. A las 6:25 p.m. de este viernes 15, en el sistema de la División de Investigación y Búsqueda de Personas Desaparecidas, se creó la nota de alerta con la foto de Sheyla.
“No me han hecho caso. Quizá ese día hubiéramos ido. Yo ya sabía dónde estaba mi hija. Solo Dios sabe…La hubiéramos encontrado viva”, declaró Elsa.
A Darwin le quedaba poco tiempo, tenía que desaparecer los restos. En casa el olor era fétido, pero aún tenía su coartada del baño atorado. El sábado continuó con su plan y le dijo a su colega que el auto que le había alquilado se lo robaron cuando lo dejó estacionado cerca del condominio que habitaba. De todas maneras, la noticia no fue bien comunicada. En realidad el apoderado del auto tuvo que buscarlo porque Condori no le respondía los mensajes, y luego lo encaró porque se suponía que ese día debía devolverle el vehículo y pagarle el dinero restante.
Lo que sucedió después fue llamativo; Darwin le dijo que se comprometía a pagar por el auto robado S/2.000 mensuales y que le devolvería la llave de contacto porque aún la conservaba en su casa. Es así que ambos se dirigieron desde Acho hasta la vivienda del policía en Comas. Ahí la situación se volvió incómoda porque este no le permitió el ingreso al afectado y le pidió que esperara afuera. Para ese momento los restos de Sheyla ya estaban en descomposición.
El afectado decidió colocar la denuncia por el robo del vehículo y se trasladaron hasta la comisaría de Santa Luzmila. En ese momento la familia de Sheyla estaba en camino a la dependencia policial sin tener idea de que minutos antes de su llegada el hombre al que buscaban estuvo ahí realizando diligencias. Pusieron la denuncia y se retiraron. La policía narró que el posible plan de Condori era desaparecer el auto con los restos, probablemente incinerarlos juntos.
La madre y la tía de Sheyla llegaron consultando por novedades en la investigación, también con nuevas pruebas sobre el caso. Ellas solo querían que la policía las acompañe hasta el condominio donde sabían que se dirigió ella el miércoles para poder buscarla. Ahí pusieron en tela de juicio sus afirmaciones e incluso un policía habría llamado a Condori para preguntarle si realmente conocía a la chica desaparecida, a lo que él respondió que sí pero que ya se había ido a su casa. Este finalizó la llamada dirigiéndose a Darwin con familiaridad: “no te preocupes, no pasa nada ahijado, acá lo soluciono”, le dijo.
No les bastó con la respuesta. Siguieron rogando por ayuda y finalmente consiguieron que un efectivo las acompañe hasta el condominio para poder visualizar las cámaras de videovigilancia. Ahí confirmaron que Sheyla ingresó con Darwin al conjunto de viviendas el día miércoles 13 y nunca más salió. Una vez en el condominio, luego de observar los videos, subieron con la policía hasta los exteriores del departamento 307, donde se presumía estaba la joven.
En paralelo, un grupo de estudiantes del Instituto de Educación Superior Tecnológico Público Naval de la Marina de Guerra del Perú vivía un ambiente de fiesta en las instalaciones del condominio. La convocatoria era en el piso de Darwin, por invitación de su compañero de departamento, Abel. Hasta el lugar llegaron cuatro personas. Poco después de ser capturadas tras el hallazgo de los restos de Sheyla, declararon que no sintieron ningún olor raro, pese al avanzado estado de descomposición de ella.
Era de noche. Luego de ver los videos, la familia y los policías esperaban fuera del departamento de Condori, con la esperanza de ver a Sheyla abrir la puerta y que todo haya sido un malentendido, una travesura o incluso algo negociable. Al poco tiempo de esperar, visualizaron que tres personas ingresaban, por lo que un agente policial les consultó si eran visitantes o inquilinos. Rápidamente indicaron que no, solo estaban visitando a “su promoción” de la institución educativa mencionada.
Al poco tiempo llegaron otras dos personas, entre ellas una mujer y un hombre, estos últimos se identificaron como inquilinos del lugar. Al escuchar eso, la madre de Sheyla, Elsa, quien estaba esperando en los exteriores del departamento con la policía, se alarmó. La policía les preguntó si conocían a la mujer desaparecida y si podían ingresar, a lo que el inquilino respondió que no y habría atinado a llamar a Condori diciéndole “qué has hecho”. Además, le informó que la policía quería ingresar. Ante la presunta negativa de este, él permitió el acceso. Fue en ese momento que la madre entró.
Ella buscó en todos los ambientes. Solo quería encontrar a su hija. No se imaginaba que al abrir la puerta del dormitorio principal encontraría una escena macabra. Entre todo el desorden, basura, bolsas, botellas, ropa y uniformes policiales tirados en el piso, había un camino para llegar al baño que tenía ese cuarto. Ahí, al abrir la puerta, encontró un paquete que al verlo mejor se dio cuenta que contenía parte de los órganos de su hija. La policía procedió a detener a todos los presentes. Todos, desde ese momento, eran sospechosos.
En el departamento se detuvo a Alvaro Paredes, de 22 años, Lleyton Mora (21), Elvin Montalvo (20), David Herrera (19), Abel Manzano (23) y Alicia Alccacontor (19); todos, a excepción de esta última, son estudiantes de la Marina de Guerra del Perú. Mientras todo esto sucedía, Condori nuevamente habría sido contactado por su inquilino, quién le volvió a increpar sobre lo sucedido, esta vez señalando qué se había encontrado.
El policía del grupo terna en ese instante se encontraba de servicio en el distrito de San Martín de Porres. Eran aproximadamente las 10:00 p.m. cuando, luego de algunas llamadas, abandonó el puesto que debía cubrir hasta la medianoche en la cuadra 31 de la avenida Perú. Ahí solo informó que se iba porque había recibido una llamada urgente de un Mayor. Esa fue la última vez que sus compañeros lo vieron. Luego de que emprendió la huída, fue inubicable.
Mientras que él huía con dirección a San Juan de Lurigancho, en su departamento los peritos de criminalística y la fiscalía realizaban el levantamiento de los restos de la joven. Darwin tenía elementos suficientes para deshacerse del cadáver, lo que podría suponer una premeditación del asesinato y no un hecho fortuito producto de un forcejeo con la víctima, pero eso está en investigación.
En su departamento se encontraron bolsas negras grandes, cinta de embalaje, papel film, maletas, agua oxigenada, lejía, baldes, jarras, cubetas, herramientas y hasta una licuadora industrial, según un documento policial. Todos estos elementos son comunes en los casos de descuartizamiento. También pasa que, cuando el asesino no ha planeado el crimen, compra los objetos posterior al asesinato de su víctima.
Los detenidos fueron trasladados hasta la Dirección de Investigación Criminal, mientras que los restos de Sheyla a la Morgue Central de Lima. Ahí certificaron que la causa de su muerte era indeterminable por el avanzado estado de descomposición de su cuerpo. Por otro lado, los detenidos seguían alegando que no sintieron ningún olor, pese a que los mismos vecinos del edificio habían alertado un ambiente fétido en las instalaciones del lugar. Luego de pasar 48 horas en las instalaciones del edificio policial, fueron liberados. La fiscalía no solicitó detención preliminar por siete días ni impedimento de salida del país para ellos.
El domingo, la noticia del hallazgo del cuerpo descuartizado de la joven ya había recorrido todo el país. Sus familiares en Tarma estaban enterados; todos los medios le seguían el paso a su madre, Elsa, y a su abogado, Aarón Alemán. Ese mismo día se logró que el poder judicial declare procedente la orden de captura contra Darwin.
La familia de Sheyla exigía justicia en los exteriores de la morgue, mientras que Darwin se escondía en un hostal llamado ‘Las Perlas’, ubicado en la avenida del mismo nombre en San Juan de Lurigancho. Luego de escapar de su trabajo, llegó ahí al promediar la medianoche y desde ese momento solo salió a buscar comida, pero su actitud era sospechosa y le llamaba la atención al cuartelero, el mismo que luego avisó al gerente del hotel que un sujeto sospechoso solo compraba gaseosas y estaba en aparente estado de ebriedad.
Darwin tenía miedo. Sabía que estaban tras sus pasos. Se asomaba constantemente por la ventana de su cuarto en el hostal para ver si llegaba la policía. Era tanta su desesperación por no ser ubicado que llegó a tramitar otra línea telefónica para evitar su geolocalización. Él se registró en el hostal con el DNI de una persona que su unidad policial intervino a mediados de este año, por lo que su identidad era falsa.
Condori era buscado en San Juan de Lurigancho por la policía. Lo habían ubicado en un perímetro lleno de hostales con su ubicación del GPS. En el Cercado de Lima, exactamente en los exteriores de la Dirincri, la defensa de la familia denunciaba retrasos preocupantes en una investigación compleja. Hasta ese entonces no se había realizado la prueba de luminol en el departamento del presunto feminicida, y no se haría hasta una semana después del crimen, cuando la escena ya estaba contaminada.
La madrugada del domingo un grupo de policías llegó hasta el hostal donde se escondía Condori y, bajo su mirada atónica por el ingreso del grupo, solo le quedó esperar en su cuarto. En ese momento se salvó de la captura porque ellos solo pidieron el cuaderno de registros, revisaron los nombres con los DNI en físico y se retiraron. Los detectives olvidaron que estaban en pleno estado de emergencia en San Juan de Lurigancho y con la inviolabilidad del domicilio podían tocar puerta por puerta para buscarlo, incluso ingresar, pero no lo hicieron y perdieron horas claves en el caso, de nuevo.
La presión seguía recayendo en la policía por varios motivos: Darwin tenía una denuncia previa por violación en manada dentro del mismo departamento donde asesinó a Sheyla. Seguía en actividad y la misma institución había sido poco capaz de ayudar a la familia en la búsqueda de su hija. El lunes 18 aún no se tenían noticias sobre él. Solo se sabía que lo buscaban al este de Lima. Al interior del hostal las sospechas continúaban respecto a la identidad del extraño huésped.
Una noticia le dio un giro inesperado al caso. A través de los medios se conoció que el suboficial del Grupo Terna se había suicidado, ahorcándose con su correa en el rack de la televisión del cuarto de hotel que ocupaba. Aproximadamente el mediodía del martes, la noticia se difundió. La muerte del asesino de Sheyla solo era la punta del iceberg. Fuentes policiales narraron que el cuartelero dio aviso a la policía sobre el hallazgo del hombre colgado. Al parecer él ingresó al cuarto luego de que notó que Darwin no se presentaba en la recepción para pagar el nuevo día de hospedaje.
Tiempo después, un video grabado por los mismos policías que encontraron a Darwin sin vida puso al descubierto su mal manejo de la situación. A él lo encontraron muerto al interior del cuarto de hostal que habitaba. Pese a su evidente fallecimiento, decidieron descolgarlo y llevarlo hasta una clínica cercana. Mientras decidían cómo movilizarlo, movían toda la escena del crimen y tocaban los objetos del policía sin guantes y sin presencia de un fiscal. Alteraron toda posibilidad de encontrar huellas o ADN de otras personas.
Nuevamente, el caso resaltó por la ineficacia de las autoridades para proceder ante momentos críticos. En la clínica se certificó la muerte de Condori. El levantamiento de su cadáver se dio sin un médico legista y fiscal de turno. Se conoció que su causa de muerte fue el ahorcamiento y que tenía aproximadamente seis horas de fallecido cuando lo encontraron. Luego de los malos procedimientos, el mismo jefe de la División de Investigación de Homicidios de la Dirincri, el coronel PNP Ricardo Espinoza, reconoció el mal accionar de los policías.
En Tarma, la familia de Sheyla se preparaba para su entierro cuando conocieron la noticia de la muerte de Darwin. Desde un inicio lo calificaron como un homicidio para silenciarlo, teoría que hasta la actualidad la defensa sostiene e investigará para esclarecer la muerte del suboficial, el principal sospechoso, presunto autor y testigo clave del hecho.
A la fecha, la fiscalía ha iniciado diligencias para investigar a los policías que no quisieron recibir las denuncias por el caso de Sheyla; sin embargo, la institución está retrasada en otros procesos. Pese a que han pasado más de siete días desde el feminicidio, no han solicitado las cámaras de videovigilancia del condominio, testimonios, entre otras pruebas que ayudarán a concluir con los responsables en el caso. La defensa de la familia no duda que otras personas estén involucradas en el asesinato de la joven. Por las demoras en el recojo de pruebas, temen que estas sean destruidas.
Sheyla murió en un cuarto de Comas, a manos de un hombre que no conocía. Un policía que durante sus horas de servicio juraba ante la bandera del Perú trabajar para proteger a la ciudadanía. Sheyla fue cruelmente asesinada y descuartizada por un sujeto que no debía estar libre por sus antecedentes peligrosos. Uno que hasta los últimos minutos de su vida no se arrepintió de haberle quitado la vida. Solo dejó una carta disculpándose con sus padres, pero no con ella ni su familia. La muerte de Sheyla y el suicido de Condori son una muestra de la lentitud y desidia del Estado en casos de feminicidio y desaparición de mujeres en el país.
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