La Subasta de Invierno 2025 del MALI reúne más de sesenta obras que conectan lo ancestral y lo contemporáneo, reafirmando su papel como cita clave del arte peruano.
La Subasta de Invierno 2025 del MALI reúne más de sesenta obras que conectan lo ancestral y lo contemporáneo, reafirmando su papel como cita clave del arte peruano.

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Subasta de Invierno 2025 del MALI: arte peruano, nuevas generaciones de coleccionistas y diálogo entre tradición y modernidad
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Subasta de Invierno 2025 del MALI: arte peruano, nuevas generaciones de coleccionistas y diálogo entre tradición y modernidad

Subasta de Invierno 2025 del MALI: arte peruano, nuevas generaciones de coleccionistas y diálogo entre tradición y modernidad

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Desde hace más de tres décadas, la se ha consolidado como uno de los rituales culturales más esperados del calendario limeño. En este espacio, las obras cambian de manos, los coleccionistas renuevan sus acervos y los artistas peruanos ganan visibilidad en un escenario que los conecta con públicos diversos. En su edición 2025, el museo reúne un catálogo de más de sesenta piezas donde lo ancestral, lo utilitario y lo contemporáneo dialogan en un mismo plano.

El acento de este año está puesto en la tridimensionalidad: esculturas, mobiliario y cerámicas ocupan un lugar central en la propuesta. Es una apuesta que abre nuevas rutas dentro del coleccionismo y que ofrece obras capaces de tender puentes entre tradición y modernidad.

Ishmael Randall-Weeks, Biombo (Tiza) II (2025). Estructura de acero, tierras comprimidas, acrílico, concreto y latón. Una reflexión sobre la materia, el territorio y la memoria constructiva.
Ishmael Randall-Weeks, Biombo (Tiza) II (2025). Estructura de acero, tierras comprimidas, acrílico, concreto y latón. Una reflexión sobre la materia, el territorio y la memoria constructiva.

Entre los nombres destacados figuran Cristina Gálvez, Johanna Hamann y Lika Mutal, pioneras de la escultura peruana, junto a piezas tradicionales como un huaco silbador de Raqchi realizado por Margarita Camino Arosquipa, las cerámicas de Quinua trabajadas por Artemio Poma y una tinaja shipibo-konibo de la maestra Adela Panduro.

“La gran diferencia este año es la apuesta por lo escultórico. Cada obra ha pasado por un riguroso proceso de curaduría que garantiza su autenticidad y su valor estético”, explica Talía Durand, presidenta del comité de subasta del MALI. A estas piezas se suman trabajos contemporáneos de Silvia Westphalen, Pierina Másquez e Ishmael Randall-Weeks, que completan un catálogo en el que confluyen distintas generaciones.

Cristina Gálvez, La nave de los locos (1963). Escultura en bronce que refleja la fuerza expresiva y la dimensión simbólica de su obra modernista.
Cristina Gálvez, La nave de los locos (1963). Escultura en bronce que refleja la fuerza expresiva y la dimensión simbólica de su obra modernista.

Puertas al arte

Más que un escenario de pujas, la subasta funciona como una plataforma para futuros coleccionistas. Cada lote accesible, cada serigrafía de edición limitada o pieza menor abre la posibilidad de que alguien dé su primer paso en el mundo del arte. Allí radica parte de su fuerza: en sembrar un coleccionismo joven, diverso y con mirada hacia el futuro.

“Hemos pensado en lotes accesibles desde los 100 dólares para que más personas, especialmente jóvenes, puedan iniciarse en el coleccionismo con todas las garantías que brinda el MALI”, señala Durand, quien remarca que el ingreso al evento es gratuito previa inscripción.

Ese espíritu de apertura también se refleja en la diversidad del catálogo. Este año, la memoria del conflicto armado aparece en la obra de Rosalía Tineo, mientras los bocetos de mural de Teodoro Núñez Ureta dialogan con las propuestas contemporáneas de Iosu Aramburú y Joan Jiménez. La selección convierte a la subasta en un recorrido donde confluyen la historia, la memoria y la experimentación artística.

José Sabogal, Paisaje (1930). Óleo sobre lienzo que evidencia su mirada indigenista y su búsqueda de una identidad pictórica peruana.
José Sabogal, Paisaje (1930). Óleo sobre lienzo que evidencia su mirada indigenista y su búsqueda de una identidad pictórica peruana.

En esta edición, la curaduría estuvo a cargo de Max Hernández, Soledad Muji —una de las voces más autorizadas en tradiciones regionales y arte utilitario en el país—, así como de Ricardo Kusunoki y Sharon Lerner, curadores del propio museo. Todas las piezas fueron sometidas a este riguroso filtro antes de ser incluidas en el catálogo. “Aquí se tiene la seguridad de que se adquieren obras que han pasado por la mano de expertos, con la total garantía que ofrece el MALI”, agrega Durand.

Como es costumbre, la edición se acompaña de una serigrafía conmemorativa. En esta ocasión, la artista y arquitecta Maya Ballen ha diseñado el afiche que se suma a la colección paralela que muchos siguen como un ritual dentro de la subasta.

La dimensión global completa el panorama. El evento podrá seguirse en vivo a través de Bidsquare, lo que permite que coleccionistas en Madrid, Londres o cualquier otra ciudad participen en tiempo real. “Pensar en la Subasta es pensar en más de treinta años de un compromiso que ni siquiera la pandemia pudo detener. Más que aferrarnos a las tradiciones, seguimos innovando”, concluye Durand.

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