Sebastián Pimentel

Bastante polémica ha provocado el último opus de Todd Phillips. Para muchos, el nombre del director no debería importar, debido a la aclamación que ha suscitado la interpretación de Joaquin Phoenix como el más popular de los enemigos de Batman. Sin embargo Phillips, quien alcanzó la celebridad por “¿Qué pasó ayer?” (2009), ya había dado muestras de talento con la interesante ‘buddy movie’ titulada “Amigos de armas” (2016).

Y si en la película del 2016 –que contaba la hilarante y afiebrada historia de dos traficantes de armas en una espiral destructiva– ya se perfilaba una dura crítica a la política y sociedad norteamericana, en “” (“Guasón”) los delirantes cuentos de amistad masculina que caracterizan el cine de Phillips –él también es responsable de otra ‘buddy movie’: “Todo un parto” (2010)– se convierten en un oscuro retrato de soledad y locura.

Lo que venimos diciendo tiene sentido en la medida en que “Guasón” es, en realidad, el filme de un experimentado director de comedias que decide hacer una película sobre un mundo en el que el humor se ha vuelto imposible. La ciudad Gótica que vemos es una alusión a la Nueva York de 1981, algo muy simbólico en la medida en que los años ochenta simbolizan el inicio de una era marcadamente individualista, cínica y materialista.

Pero la ciudad de “Guasón” funciona, también, como reflejo del EE.UU. actual, el que gobierna un personaje como Donald Trump –para muchos, la encarnación de un villano de Batman–. De hecho, Thomas Wayne (Brett Cullen), millonario y celebridad de Gótica, es una especie de doble de Trump, y nada le impide despreciar a “aquellos que no han logrado nada en la vida”, y que, según sus palabras, “no son más que payasos”.

Lo interesante del filme escrito y dirigido por Phillips es que nos instala en una sociedad despiadada, una urbe de indiferencia generalizada que hace recordar –también por los tonos entre tornasolados, crepusculares y oscuros– a “Taxi Driver” (1976). Las similitudes de Arthur Fleck (Joaquin Phoenix) con el enloquecido Travis de la célebre cinta de Scorsese son claras: aislamiento, desconexión, interiorización del dolor y la rabia, etc.

Joaquin Phoenix en escena de "Joker". (Foto: Warner)
Joaquin Phoenix en escena de "Joker". (Foto: Warner)

Pero si “Taxi Driver” tenía un registro a veces caleidoscópico y contemplativo, “Joker” es más una radiografía casi clínica que se concentra en el proceso ascendente de enajenación del protagonista. En la cinta de Phillips, los personajes secundarios no son muy logrados. Todos son casi excusas para la observación del agravamiento del estado mental de Arthur, quien, sin embargo, debe enfrentar una toma de decisión trascendente.

En cuanto a los secundarios que orbitan sobre el antihéroe, se resiente sobre todo el perfil algo vacío de la madre (Frances Conroy), ya que ella es esencial en la caída final del comediante fracasado. Pero lo notable de la cinta es que, a pesar de estas carencias, sostiene un enorme interés y fascinación por el logro mayor que significa la actuación de Phoenix. En “Guasón”, el trabajo del actor lleva a la película a una dimensión sublime.

Por un lado, este es el retrato de un hombre que solo puede expresar lo contrario de lo que quisiera: Phoenix logra que la patología conmueva y a la vez aterrorice. Por otro lado, la secuencia donde Thomas Wayne asiste a una función de gala de “Tiempos modernos” (1936) de Chaplin, nos dice que el payaso de esta época debe ser una versión monstruosa del clown clásico: el vagabundo excluido se ha vuelto un psicópata vengador. Con todas sus limitaciones, este es un drama diferente, de rara intensidad y violencia; y basta citar su mejor momento: por su capacidad sintética y horror psicológico, la aparición de Arthur en el ‘talk-show’ de su ídolo televisivo es uno de los mejores clímax del año.

LA FICHA

Género: thriller, drama.

País: EE.UU., 2019.

Director: Todd Phillips.

Reparto: Joaquin Phoenix, Robert De Niro, Frances Conroy, Zazie Beetz, Brett Cullen, Bill Camp, entre otros.

Calificación: ★★★★.

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