Los ánimos finalmente colapsaron cuando Fausto Espinoza, primer asistente de cámara, sacó un cuchillo para advertirle a Mario Robles, director de fotografía, que no volviera a gritarle durante la filmación de "La muralla verde" en 1970.
Meses atrás, un tipo sin muchas contradicciones, pero que amaba las
paradojas del Perú, los había reunido para uno de sus proyectos más ambiciosos. Se empecinó, como era usual en él, en rodar una película a mitad de la Amazonía acompañado por un equipo decidido a soportar los embates de la naturaleza. De personalidad fuerte y voluntad inflexible, Armando Robles Godoy dominaba el arte de la persuasión. Se las ingenió para juntar ocho millones de soles, un presupuesto sin precedentes en aquella época, de los cuales cinco provenían de un préstamo del Banco Industrial. Y pese a todo, el cineasta se jactó de nunca haber dejado deudas.
El vínculo con el lugar que sería su próxima locación tuvo su
origen casi dos décadas antes. Luego de que el expresidente Bustamante y Rivero fuera destituido con un golpe de Estado en 1948, muchos simpatizantes de su gobierno consideraron que era un buen momento para dejar el país. Sin embargo, existía la opción de irse lejos sin abandonar el Perú. Se trató de la colonización de la selva, un proceso que buscó reactivar la economía de esta región a través de la redistribución de la población. La idea le resultó más que interesante a Armando Robles, por lo que se mudó a Tingo María sin un afán empresarial, pero sí con uno explorador.
Para alguien que recordar era redescubrir la verdad de los hechos,
volver ahí una vez más le hizo ver claramente lo importante que era ese paisaje en su vida. "Hacer una película en un lugar donde tenía muchos puntos de contacto fue muy emotivo", confesó durante una proyección de "La muralla verde" organizada por Cinencuentro.
En el que hoy se reconoce como su filme más íntimo, el director se refleja en su personaje principal: un hombre que se enfrenta a la burocracia e incluso a la naturaleza misma para lograr sus objetivos. La trama cuenta la historia de Mario y su viaje junto a su esposa e hijo para establecerse en la región oriental del Perú. Los papeles protagónicos fueron interpretados por el pequeño Raúl Martin, Sandra Riva y Julio Alemán, cuyas escenas se grabaron primero por ser el actor más caro del elenco.
El equipo de producción permaneció por meses en condiciones poco favorables por el clima y el estrés del rodaje. Se afianzaron amistades
y romances, aunque también se gestaron diferencias irreconciliables, tal como les ocurrió a Armando Robles y su asistente de dirección Mario Acha.
Ambos se conocieron durante el famoso taller de cine que dictaba Robles, quien le ofreció trabajar en su siguiente película. Entusiasmado con la propuesta, Acha aceptó y de inmediato distribuyó los 900 planos descritos en el guion en categorías que faciliten la filmación, como la cantidad de escenas que tenía cada actor o el nivel de dificultad de los encuadres. Pero antes de culminar con el rodaje, aumentaron los problemas y poco a poco los miembros del equipo se volvieron irascibles. Acha optó por dar un paso al costado y asumió su cargo Nora de Izcue, otra alumna de Robles que se encontraba ahí para registrar el detrás de cámaras de "La muralla verde".
PASIÓN POR EL CINE
Para Armando Robles, las personas son incapaces de expresar, a través del idioma, algo remotamente cercano al amor. Pero lo que él sintió por el cine era eso. De niño, cuando aún vivía en Estados Unidos, su padre lo llevaba a ver películas para que se las tradujera. No obstante, de vez en cuando, el pequeño dejaba de hacerlo para concentrarse en lo que estaba viendo. Más adelante, él confesaría que la pantalla grande fue lo primero que logró conmoverlo. Después, ya en el Perú y siendo todavía muy joven, Lima siempre le causó una sensación de ahogo. Tal vez por eso solo la imponente selva peruana lograría cautivarlo.
Y así como el cine lo marcó, él hizo lo propio con el séptimo arte en el Perú. Si bien un sector de la crítica de aquel entonces lo calificó de presuntuoso, artificial e incluso dilapidador, muchos otros reconocieron de inmediato su aporte. Mientras tanto, el cineasta siempre defendió su visión del arte con firmeza. "Yo hago la película para entenderla yo. No me voy a volver analfabeto para que todos entiendan", ironizó alguna vez en un cortometraje sobre su obra, dirigido por Mauricio Godoy.
En la contraparte estaba la audiencia que sí celebró sus méritos narrativos. Sal Giarrizzo, periodista de "See Magazine", estuvo presente durante la proyección de "La muralla verde" en el Festival de Cine de Chicago. Su columna en la página editorial detalló lo siguiente: "Luego se presenta ese raro momento en el que el público
es testigo de algo extraordinario, de una verdadera obra de arte. La emoción del descubrimiento impregna la sala. Esto ocurrió sobre todo durante la exhibición de la película de Armando Robles Godoy, ‘La muralla verde’. Cuando terminó la película, el director recibió una ovación de tres minutos con los espectadores de pie. Yo no había visto a una audiencia reaccionar así en nuestro tiempo. La gente estaba visiblemente emocionada".
La particular forma de Robles de comprender las cosas le generó antipatías, pero su aporte al cine peruano fue innegable. "Le tengo un gran respeto. Se ha cometido con él una gran injusticia porque se le recuerda muy poco. Sembró la semilla de lo que pudo ser una industria cinematográfica", remarca Acha. Y es verdad, ya que Robles consiguió insertar su película en el circuito internacional y cosechó elogios y premios en diferentes partes del mundo, algo que antes no había sucedido con otra producción peruana.